Bajo tierra

Trato de abrir los ojos, pero siento entrar tierra en ellos, así que parpadeo rápidamente y los cierro. Todo alrededor huele a tierra, tierra húmeda y viva. Trato de mover los brazos, pero algo los aprisiona. Abro las palmas de las manos con dificultad. Siento más tierra alrededor de ellas. No sé cuánto tiempo he estado en esta posición, pero tengo la sensación de estar atado. El tiempo pasa y tengo entumecimiento en mis extremidades. Mi boca está apretada, mis dientes chocan unos contra otros, produciéndome un dolor leve. No entiendo qué pasa. No tengo idea de dónde estoy ni cómo llegué aquí. Empiezo a sentir que me falta el aire. El petricor no desaparece. Muevo un codo y siento una gran roca al lado. Muevo una pierna y lo mismo. Hay rocas alrededor de mí. ¿Estoy enterrado?

*

La noche, la lluvia y la tormenta. Ya todos dormíamos en casa. Afuera se veían unas luces aún. Después de una sucesión de relámpagos vino la lluvia. Primero leve y tupida. Después fue incrementando su volumen. Me levanté de prisa. Mi esposa Lucía ya estaba asomándose al exterior por la hechiza ventana. “Se está cayendo el cielo”, dijo. Me puse los zapatos y me dirigí a la puerta. El ruido sobre el techado de lámina era insoportable. Lucía regresó a la cama y abrazó a nuestro pequeño, que había despertado por el ruido. Estaba asustado, y con razón. “Voy a ver cómo está la cosa afuera”, le dije sin esperar ninguna respuesta. Ya se veía correr el agua por el interior del cuarto. Jalé la puerta, pero inmediatamente me di cuenta de que fue un gran error. Un alud penetró con velocidad, mojándome los zapatos. Cerré empujando la puerta con todo mi cuerpo. “¡Vístanse pronto!”, les ordené, “vamos a tener que salir, este cuartucho no es seguro”. No alcancé a oír su repuesta. No volví a verlos. Me quedé con esa última imagen en mi cabeza: mi mujer sobre la cama abrazando a nuestro hijo, protegiéndolo con su cuerpo.

Una gigantesca corriente de lodo entró por las ventanillas, por la puerta, por el techado. Nos envolvió en unos segundos. Me detuve contra la puerta, pero ésta se abrió y más agua sucia entró. La fuerza de esas corrientes me arrastró dentro de un remolino. Todo giraba a mi alrededor. Pensé en mi esposa, apenas con un camisón delgado, con esa cara de terror abrazando al pequeño.

Escuché un golpe fortísimo cuando las paredes y el techo del cuarto se dejaron venir sobre mí. Todo se convirtió en un enorme zafarrancho. Yo trataba de flotar sobre esa corriente que me empezó a llevar hacia el exterior, a gran velocidad. No pude ver más. No supe de mi esposa. No supe más. Sentía el lodo entrando por mi boca, mis oídos, mis ojos. El sabor a tierra me inundó. Solo entonces me dejé llevar. No puse más resistencia y aflojé mi cuerpo.

*

Creí oír un sonido de motores. Escuché el ruido acompasado de la pala de una retroexcavadora. El sonido venía de arriba. Se hizo más claro. Eso, lo que fuera, se estaba acercando a mí. La pala me tomó junto con un gran volumen de tierra empapada, me sacó del interior de la tierra y me echó sobre una superficie cercana; allí, junto a otros cuerpos inertes, envueltos en lodo. Alguien se acercó con una manguera y nos echó un gran chorro de agua encima, lavándonos. Quedamos expuestos a la luz de la mañana sobre el suelo aún húmedo. Alrededor, había enormes montículos de lodo. No lejos de mí estaba mi esposa enconchada, protegiendo a nuestro hijo. No lo soltó nunca, ni aún después de que el aguacero cesó.

Arriba brillaba un sol intenso. Ya no había nubes en el cielo. Un grupo de trabajadores y curiosos nos rodeaban. Entonces trajeron las bolsas negras con cierre y nos empezaron a colocar dentro de ellas.

1 comentario

  1. Felicidades amigo Luis. Tus letras me llevaron al momento angustioso de la tragedia. Gracias por hacer sentir emociones diferentes!!

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