Chelo

Camina con desgano en senderos arcillosos. Una piedra puntiaguda se clava en el talón. ¡Qué desatino! Lágrimas asoman y acompañan a los recuerdos. Odia sentir autocompasión. ¿Cuántas veces recorrió esos caminos con los pies descalzos y el sol inclemente sobre su cabello revuelto? Tieso por el salitre y lleno de liendres. Hubiera deseado que su madre le pasará un peine y la espulgara. Ella no sintió ese amor tierno. Corrijo, nunca sintió amor. Su progenitora, postrada, las venas le supuraban muchos colores y la peste era insoportable. Ni su apariencia de espantapájaros polvoso y deshilachado detuvieron los abusos de su padrastro.

Nunca olvidará el nauseabundo olor que dejaron en su piel la mezcla de semen, alcohol y cigarro. El día que trató de lavarse con legía. Restregaba sin parar, como autómata, hasta que la piel le sangró. Llanto doloroso, ahogado, que su madre no supo escuchar. Mercancía de intercambio.

La interrumpe una voz femenina. Maestra, su turno. Escucha a lo lejos las ovaciones del público. El teatro está a reventar. Cada vez que se presenta agota las localidades. Toma su chelo. Como es su costumbre evita ver el piso. Sus zapatillas de aguja la separan varios centímetros del suelo. Se sienta con elegancia. El cabello recogido de manera impecable. Cara lavada, casi transparente. Ojos opacos. Arregla sus partituras. La maestría con la que arranca sonidos de su chelo recuerdan voces humanas, particularidad de este instrumento. La crítica ha puesto sus ojos en la gran violoncelista Violeta Diez. Su ejecución es magistral. La ovacionan de pie, esas cuerdas hacen llorar. Estremecen, calan en lo más profundo. Su rostro disfruta cada vez que el puente roza la primera cuerda, la más aguda. Ese primer roce es el disfrute máximo para ella. Un brillo invade sus ojos. La segunda cuerda se tensa, la afila. Un cuchillo. Arranca quejidos. La multitud la aclama. Ella, niña, allá, en su infancia, siente un desahogo.

1 comentario

  1. Felicitaciones a Osiris. Gran sensibilidad en sus letras!!!

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