Un aleteo en la oscuridad

La noche es testigo de lo que ocurre. Corro, no puedo detenerme, necesito llegar a casa. Mi boca comienza a secarse por tanto gritar. Como si le importara a alguien de este estúpido pueblo. Todos deben estar dormidos, estoy solo en la calle corriendo por mi vida.

Puedo sentirlo, ahí viene. Está en la oscuridad, esa que cubre las calles que voy dejando atrás. Estoy empapado y las piernas comienzan a ceder. Puedo sentir un piquete en las rodillas. Me quito los zapatos para correr más rápido. Solo faltan un par de manzanas. Puedo lograrlo…

Escucho un sonido, es como un chillido monstruoso. Volteo para localizar su origen, pero no veo nada. Escucho el aletear de aquello que me persigue. El batir de sus alas provoca en mí una sensación ominosa. “¡Déjame en paz!”, gritó.

Escucho el sonido de un motor. Unas luces aparecen en mi horizonte. “¡Ayúdenme! ¡Auxilio!”, vocifero.

El auto pasa rápido, sin detenerse. “¡Hey, por aquí!”, agregó.

El sudor me empapa el rostro, siento ardor en mis ojos. Me limpio como puedo, mientras tomo un poco de aire. Sólo se escucha el sonido que emite mi perseguidor. “¡Maldita sea! ¡Vamos, corre, tú puedes!”

Cruzo el parque que sé que está a la mitad del camino. Las luces no sirven, así que tengo que hacerlo más rápido. Se está acercando. “¡Carajo, lárgate hijo de tu puta madre!”.

Siento que mi corazón va salir expulsado de mi pecho. El aire escasea, escucho mi respiración. Inhalo y exhalo, pero no me detengo. El sonido invade todo de nuevo, se escucha justo detrás de mí. Mi cuerpo se acelera, estoy temblando. La calle está inundada de oscuridad, las casas están en silencio. “¡Alguien, ayúdeme!, ¡Por favor!”, alcanzo a suplicar. Acelero el paso, poco a poco siento que caigo en manos del cansancio. “¡Vamos, tú puedes! ¡No te rindas!”

Es el último tramo, voy a lograrlo. Volteo y solo hay oscuridad, pero lo escucho. Percibo cómo rompe el aire, acercándose. Necesito descansar, mis pies ya no responden, me doy cuenta cuando caigo al pavimento. Doy un par de vueltas. Repto para incorporarme y seguir corriendo. Me arrastro. Volteo para cerciorarme de que no me ha alcanzado. “¡Vamos, ponte de pie!”, me exijo.

Me levanto, tengo un dolor proveniente de mi pierna izquierda. Intento correr, cojeo en el intento. “¡Aaaaah, mierda!”

Intento no llorar, pero es imposible. Comienza a crecer la desesperación y soy presa de la impotencia. El chilleante sonido de esa cosa vuelve a invadir todo. Corro, pero es inútil. Vuelvo a caer. El batir del viento se intensifica. Esa cosa está camuflajeada en las tinieblas. Alcanzo a vislumbrar esos ojos, parecen un par de luciérnagas encendiendo y apagando su luz. El miedo me golpea, siento un ardor en toda mi piel. No dejo de temblar. Se acerca lentamente. Emite aquel sonido horripilante que me rompe los tímpanos. Parece un, un… humano con alas, pero es delgado y su piel es arrugada como la de un anciano. No tiene pelo y sus orejas son puntiagudas. Su rostro tiene una enorme boca repleta de dientes afilados, pero tiene dos que son más grandes que el resto. “¡Puta madre! ¡No por favor, no lo hagas!”

 Es demasiado tarde. Eso se abalanza sobre mí, clavando sus colmillos en mi garganta. Solo siento cómo la oscuridad me arropa, mientras mi sangre fluye y alimenta a esa cosa.

1 comentario

  1. Felicidades Steven!!!
    Corrí, sudé, me caí, me levanté, me dejé atrapar. Todo sucedió mientas leí tu cuento!!!

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