Tres poemas de “El barro adolescente”

ESTÁ SOLO ACOSTADO EN LA CAMA Y SE EXPLORA EL OMBLIGO CON UN DEDO

Es un resquicio sagrado donde un niño ama un trigo inviolado, un acusado

estar en la membrana tibia: espesores de niebla apenas

traspasada por la luz del cerillo. La sombra es acariciante

y aguda. En sus muslos

gotean chispas increadas

y los murmullos de la risa pueden decir “nunca” o “siempre”.

En la ventana el vidrio acude al sol

y se traspasa de pájaros: campanas

–una constelación de leche está esperando.

Hay diamantes que fulguran en la entraña

de lo que ama sin saberlo: no una cinta rígida

contra una caja de piedras; más bien

el vellocino de oro, aleteos

rutilantes y rutas astronómicas desperdigadas por todos los pliegues.

Pero ahora es la paloma sin sangre

(corre, pues, el agua: sus medusas y corales

están reposando, los peces bajan por las venas

y densifican las piernas, enaltecen

los pulgares. Mira sus uñas

reciénteme cortadas, aún en el piso:

ligera mugre que para algunos sería deliciosa;

y las avispas del jardín ya sobre el panal.)

Están los dientes dispuestos

y muerden el aire. Ventiscas suaves. La cintura

es una curva y te aproximas: destella el armario.

Las paredes son de cal. Salitre en las comisuras de todos los arcos

pronunciando algo lento como un camino,

una axila semiabierta.

En la delgada sábana, imantaciones crepusculares

y plenilunios permeando dos testículos que suben

por las cuerdas con la suavidad de los días;

rotaciones de intuición

que amalgaman un queso fortificante, sus hoyuelos laberínticos.

Calcetines olorosos. Es un aljibe y nadie lo sabe.

El petirrojo bajará: dejará una semilla

en esa copa de dicha,

y el vino amortiguará el calcio, más temprano que tarde.

Todo está en orden. Todo se forma

como un mosto en un tonel

dejado a la intemperie: como los líquenes

encontrados sobre una roca.

El púber acontece.

MIRA UNA POSTAL Y SUEÑA DESPIERTO CON LUGARES LEJANOS DONDE NO HAY HUMEDAD

Parecería una selva. Te abraza, en el sopor, un viento

de lianas y el lodo envolvente. Resanar y resanar.

La soledad está poblada de avecillas,

y tardos rumores de libélulas y rosarios.

El sendero alberga un dragón. El jardín está hirviendo

y sus ojos hablan las distancias cercanas,

espectros cóncavos para una sed

(un afecto, un beso que no se ha dado,

un pan traslúcido que el moho apaña

como fragatas que intensifican un fuego que será aguerrido;

en la zona del horizonte los cinceles expectantes intensifican
la búsqueda del cuerpo).

Abraza un nombre. Como letra roja

que recuerda al pecado. No hay bufón esta vez.

La contemplación es seria.

El calor acendra los espacios, los enrarece con un aroma intenso

de hombres terribles: los va desgajando

con dedos finísimos como a una gasa.

Alrededor, las cortinas enrollan la calma:

es la abstracción: mirar hasta allá, en su interior,

cómo a un tronquito (más bien rama esbelta)

lo lleva el río y se mece y arriesga.

Su pan es testicular. Abejas y avispas: oro y negro.

Se han formado mejor las tetillas

un día cualquiera que dolieron

como quistes de espinas o crucifixión tropical.

Las procesiones en la calle no pararon por la lluvia.

Todo se dispersaba: abuelas, médulas,

niñas vírgenes y muchachos que ya mostraban el orgullo

en sus incipientes bigotes. Un perro ladró apenas.

El altar de esta atmósfera es barroco.

No hay cielo en él. Hay carne

en la proximidad del sacrificio. Marismas

se revuelven en la noche.

Y se llora porque se está solo.

Ahora acude con interés: es un costal de piñas,

una muela llena de helechos:

allí sus amigos juegan con sus manos

y el burro baja sobre el resplandor de un plano inclinado.

Torrentes de sangre.

Es una crepitación. ¿Será el horror?

PRENSA UN INSECTO NEGRO CON SU ZAPATO EN LA ESCUELA

Huele sus propios olores.

No quiere ir a donde ellos. Pero sus baños atraen.

Cementos cuadriculados condesan finas autoridades

y el sarro sería también sexual.

Los calzoncillos son blancos

y ahora es el clima de los pájaros llamados aquí zanates;

las nubes revuelven canciones que dejan un rastro de cuadernos

y lápices olvidados. Pero es el verano aún; y si otoño,

es un foco caliente a las seis de la tarde.

(el domingo en esta calle hay un puesto:

el cerdo es hervido en un caldero repleto de aceite;

borbotea y los cuellos se esmaltan).

El hueso alarga sus cavernas, puentes e intersticios.

Y es el hambre estelar: la mostaza, la mayonesa, finas rebabas.

El alcohol es combustible para animales.

Los niños son brutales y se someten mutuamente.

Es ahora la parsimonia una pobreza

de la ropa, caravanas que se despueblan con la luz última;

pero encontrarías un trébol y lo comerías antes de llegar a casa.

Un espejito en la calle. Un trozo de centellas

se vislumbra antes del fragor de las trompetas:

las anunciaciones del circo, el carnaval.

¡Es la religión!, mezclando la culpa con la llovizna inocente.

Y huye tras de sí: no es un reguero de sangre:

es un acontecer de música,

teclados que celebran. Bajan los cuervos y celebran el ritual.

Él no lo sabe. Es el Oficio.

Está ensimismado. Está aún dentro sin escapar.

Fue por la melcocha en su suela:

las alas del escarabajo como paraísos desgarrados; y se despegó

una pestilencia como una bomba.

Una sensación de estar sucio y querer regaderas.

Pero el pene es aún pequeño.

Y las miradas, discretas, se atreven en los orinales.

Las canchas se adornan con confeti y palmas recortadas

para una fiesta cualquiera, sin diversión.

La fiesta vendrá; y será algo que se hace a lamidas

con los ojos cerrados. No el azúcar: la grasa.

La bandera se despliega y asesina a todos los niños.

Ahora el dragón llega y eructa el fuego: es el renacimiento,

las escamas raspadas y brillantes;
y el reptar sobre sí mismo, sobre los otros,
y tentarlos con la sabiduría ancestral

de la insidia.

1 comentario

  1. Felicidades, felicidades, felicidades Aleqs!!!
    Gracias por tanta poesía!!!

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