Octubre veinticinco

Nací entre la hojarasca de aquel veinticinco de octubre,
fueron las ráfagas mi mecedora, el rugido de los tigres mi canción de cuna.
Lloré, parda entre la lluvia, alimenté los ríos
y sus lodazales que acarrearon cadáveres por el bulevar.

Siete gritos proferí antes de encontrar el seno de una quinceañera
tan famélica como el primer hervor de mis entrañas.
Hubo noche y por siempre noche salvo por esa otra salida luminosa
que el cielo y su cenit.

Lloré porque para nacer había que alcanzar el cielo y a mí me faltaban alas.
Lloré porque quise salir también de ese otro nuevo vientre
del desabasto de la leche y el ardiente puño de la sed.
Lloré porque acompañé a mi madre en su dolor:
miraba las paredes desde adentro
y también miraba el cielo
Se agitó con el viento y se contrajo cuando los árboles decidieron ser cometas.
Cuando los techos fueron pájaros y luego bólidos y más tarde escombro.

Bebí el talco de su pecho mientras mi madre se refugiaba en una esquina,
mientras los gritos de auxilio afuera peleaban con el viento.
Bebí desesperada la vida que me espera.
Bebí porque nunca lo había hecho
y nunca más lo haré.

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