Mi peor pesadilla es estar despierta

Había planeado escribir sobre las pesadillas para esta semana, el haber experimentado un nuevo sismo el 7 de septiembre me hizo recordar algunas de las pesadillas más aterradoras que he tenido. Las que sufrí después del temblor del 2017.

Lo que más me hizo padecer en ese evento fue saber que había personas agonizando entre los escombros y la desesperación de sus familiares por sacarlos. A partir de entonces las pesadillas vinieron diariamente durante semanas: puentes y casas que se construían bajo mi supervisión y se caían durante el temblor; personas que estaban a mi cargo en el momento del siniestro y no podía organizar para que estuvieran a salvo; carreteras que se partían y se tragaban varios camiones escolares con niños pequeños. El común denominador de esas pesadillas era que yo tenía la posibilidad de haber hecho algo y no lo lograba; a consecuencia de ello otros morían. No creí que el estrés que experimenté llegara más allá de los sueños, pensé que lo estaba manejando con bastante calma y serenidad, pero no fue así. Tiempos después me di cuenta de las consecuencias. Tuve malestares gastrointestinales y mi período menstrual se desequilibró muchísimo, cosa que nunca me había sucedido.

Los sueños sirven como mecanismo para proteger el descanso y que nos regeneremos, pero a veces hay factores que nos pueden sacar de ese estado. Las personas que tienen el sueño ligero saben que es terrible cuando cualquier agente externo, como la pequeña luz del modem o el sonido de la madera crujiendo por los cambios de temperatura, son suficientes para despertarlos e inhibir el reposo para el resto de la noche. Las personas que tienen el sueño pesado, como es mi caso, y que no despertamos ni con el sonido de una tormenta, tenemos otros inconvenientes. Mimetizar con sueños esos factores externos y en el peor de los casos con pesadillas para que logremos mantener la inconciencia onírica.

 A veces durante el sueño hay malestares físicos soportables que el cuerpo puede pasar desapercibidos, como un leve dolor de estómago o un brazo dormido. La manera en que desvía nuestra atención de ellos es que durante los sueños desarrollamos una narrativa para que ese dolor se transforme en algo con lo cual podemos lidiar en el subconsciente sin despertarnos. Por ejemplo, en el caso de una indigestión, el cerebro puede crear la historia de como nuestro hermano menor durante una rabieta nos patea el abdomen sin querer, y así nos distraemos de lo que en la realidad sucede; el dolor de estómago por otras causas. Así evitamos despertar a cada rato. El tipo de los sueños depende de la intensidad de la situación que se tenga que disfrazar y por ello es que existen las pesadillas. Cuando ocurrió el sismo del 2017 la angustia y el terror no lograban salir de mi sistema. Después los sueños llegaron en mi ayuda para liberarme de las sustancias producidas por mi cuerpo a causa de estrés y que me estaban intoxicando.

Todos hemos experimentado pesadillas en todos sus grados y estoy segura que lo más aterrador de una pesadilla no es el desenlace de ésta, sino el previo a lo que será el final. ¿Cuántas veces los demonios de sus pesadillas los han alcanzado y destrozado? ¿Cuántas veces han muerto debido al accidente catastrófico que soñaron? Un ejemplo es el caso de estas pesadillas en donde mi mayor temor era ver morir o sufrir a la gente bajo los escombros; no tenían un final tan explicito como el que tanto temía. Nunca vi los cadáveres o el sufrimiento crudo de los individuos. Cuando ese instante llegaba mi cerebro le restaba definición gráfica y se difuminaba, aunque yo sabía, de alguna manera sensitiva que no puedo explicar, que sucedía.

Otro es el caso de una pesadilla recurrente en la que tengo un accidente automovilístico y muero bajo las llantas de un tráiler. Después de vivir todo el sufrimiento previo antes de que las llantas del camión me aplasten y al mismo tiempo ocurra una explosión, fallezco fácilmente y sin dolor; obviamente porque es un sueño. Al morir siento como me desintegro en miles de partículas y mi conciencia se desprende de mis restos diseminados en carbón, y luego despierto. El final fue menos angustiante que el resto de lo sucedido, el sueño jamás será peor que la realidad, simplemente porque una pesadilla jamás nos va a matar.

Al punto que quiero llegar es a que coincido con los expertos que apoyan la teoría de que los sueños nos preparan para afrontar situaciones ya sean físicas (dolor de estomago o un brazo dormido, etc.) o psicológicas (superar mucho estrés o un trauma). Lo veo como un tipo de entrenamiento, en el cual cambiar el desenlace, es posible. ¿Pero cómo estar preparados para afrontar lo que experimentamos en el sueño? porque es muy diferente vivir en la realidad lineal, que en los sueños. Los sueños son multidimensionales y multisensoriales en tiempos simultáneos. El impacto en la pesadilla es exponencial.

La solución puede ser una terapia en la que se ensaya con la imaginación un final distinto para la pesadilla. Ese cambio narrativo se puede apoyar con dibujos y escritura y así imprimirlo permanentemente en el subconsciente, y recurrir a él en el momento más desesperante. El método me parece bastante factible pero también pienso que no en todos se dará la solución con la misma rapidez o con un sólo tipo de terapia.  Todas las pesadillas vienen del exterior, de lo que nosotros somos en la realidad, de nuestros estímulos y pensamientos. Prácticamente nuestro peor enemigo durante las pesadillas somos nosotros mismos y lo que hemos vivido en la realidad.

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