Mi carne favorita

La primera vez que vi un documental sobre la industria de la carne, decidí nunca volver a consumirla. Me fue difícil al inicio, pero después de entrar a grupos y círculos sociales veganos lo conseguí.

Mientras navegaba por el internet no dejaba de ver anuncios referentes a un nuevo producto: El “cultivador de carne Uróboros”, con solo unas cuantas gotas de sangre, cultiva un filete en una semana, deléitate con tu propio sabor y el de tus conocidos más cercanos. El presentador continúa hablando de los beneficios del aparato, junto con imágenes de personas de todas las edades mordiendo la carne, sonriendo y viendo directo a la cámara.

Si la idea de comer carne me parecía repugnante, la idea de comer carne humana iba más allá de lo vomitivo, era inmundo. Aunque parecía que yo era el único con ese pensamiento. En el grupo de chat donde estoy con varios amigos veganos, no dejaban de llegar mensajes relacionados con el anuncio. Me sorprendió que todos tuvieran una opinión positiva referente al cultivador de carne, haciendo énfasis en cómo ayuda a combatir la crueldad de la industria ganadera y pesquera.

Uno de mis amigos compró el cultivador, nos invitó a todos en el grupo a cenar en su casa, para probar un filete de él. Al principio yo no quería, pero cedí ante la presión social. En la reunión todos estábamos ansiosos por diferentes motivos, pero todos estaban relacionados con la carne cultivada.

—Perdonen la tardanza, pero les juro que tiene buen sabor— comentó el anfitrión en tono bromista.

Sirvió los platillos sin más demora. Nerviosos, sujetamos nuestros cubiertos. Mis manos temblaban mientras cortaba la carne y ese temblar solo incrementó al llevarla a mi boca, sin embargo, con el primer bocado el nerviosismo se esfumó y se transformó en un hambre voraz. Había olvidado lo bueno que es el sabor de la carne. Después de esa cena todos ordenamos un cultivador de carne Uróboros.

La carne era muy buena, al punto que tener un filete una vez a la semana no me era suficiente, empecé a usar más y más sangre cada día para que creciera más rápido la carne, hasta que un día sin darme cuenta, pasé mi mano con mi herida expuesta sobre el fuego de la estufa. El olor fue embriagador, sin contenerme mordí mi mano y el sabor superaba todo lo que había probado.

Empecé a ir a restaurantes que servían carne cultivada, pero me sabían mal, intenté probar los filetes de otros amigos, pero no tenían buen sabor, incluso maté gente, pero sin importar qué, vomitaba con la primera mordida, no importaba que fuera carne cruda o cocida, no tenían buen sabor.

Intente nuevas variantes con mis cultivos de carne sin éxito. Era como tener sed y tener una fuente de agua frente a ti, traté lo más que pude, pero la verdad estaba ahí y ya no podía seguir ignorándola, debía comer mi propia carne. Rompí mi cadera, empujé mis piernas hacia mi boca y empecé a devorarme.

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