Cartas suicidas: I El Corazón de la manzana

Amo y en cada momento
amar, es mi muerte urgida,
Elias Nandino

Ya sabíamos que las semillas de manzana tenían cianuro. ¿Cuántas se necesitarán para mandar al Diablo a alguien?, un imbécil que no merece tener sombra, ni hacer lágrimas de sus ojos, como un acto de magia, de escapismo. Desde que lo supe compré manzanas con frecuencia, de las manzanas verdes, de las ácidas, las rojas saben mal, muy dulces y la consistencia de su fruta es grumosa, ¡gluac! Seguro esas contienen más cianuro. No lo sé, le preguntaré a Google.
El caso es ese. Me duele incluso que me ames así, ¿por qué yo? No merezco esto, mírame; todos los días con este cuerpo, todos los días con estos brazos cansados de nada, ¿cómo pueden ellos desear tanto abrazarte y sin embargo están agotados todo el tiempo?, de cargar la luna todas las noches. Seguro eso. De hacer declaraciones de guerra al silencio, de odiarlo como el odio más grande del mundo. Defínelo tú. ¿Por qué pierdes así el tiempo? Mejor, aprende lenguaje de señas y di: yo te amo a ti, para que incluso el silencio lo sepa. O algo peor. Maldito tiempo. Siempre cargaste tu reloj sin batería, era como si dijeras que ibas preparada pero despreocupada. Puf, qué bello era eso. Eso y las mañanas que te decías que no eras bella, cuando brillabas como la llama de una fogata mientras niños contaban historias y la noche se vuelve abrigada gracias a ti. Por eso me detengo.
Una manzana envenenada, como en las novelas de amor ridículo. Amor por amor se paga. Por eso me detengo. Es como un motivo, tu amor es un motivo como una droga. La necesito. Pero luego es mi cabeza que revienta, habla, señala, murmura, jode. Jode con ganas. Quiero seguir amando esto, pero no lo merezco. Esa es la guerra de mi amor. ¡Auch! Como canción de Mijares. Puedo decirte entonces que hoy no morí y te lo agradezco. Puedo seguir abrigándome con tu fogata, con tu tiempo infinito.
Un día a la vez, dices y luego das un beso, es como morder la manzana.

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