Borges, un zahorí bibliófilo

Más allá de la técnica literaria y la pulcritud del lenguaje que caracteriza a los grandes escritores, sus obras llevan un estilo que las distingue y las identifica en su autoría. La obra cuentística de Felisberto Hernández está matizada de alegorías, metáforas y referencias musicales; las ficciones de Julio Cortázar encierran una lógica sui generis, que al fragmentar la realidad rompe los asideros del razonamiento que sustenta el pensamiento ordinario; las historias de Amparo Dávila están impregnadas de un terror que remite a los miedos que el ser humano tiene a lo largo de las diferentes etapas de la vida; asimismo, la imaginación es clave en la narrativa de Jorge Luis Borges.
Todos estos rasgos distintivos son fruto de la personalidad de sus autores: Felisberto Hernández fue un músico profesional, Cortázar fue admirador de Alfred Jarry, para quien la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, Amparo Dávila dijo varias veces que sus cuentos aluden a experiencias extraordinarias derivadas de lo cotidiano, y Borges, gracias a su espíritu bibliófilo y a su trabajo como bibliotecario, pudo nutrir la singular imaginación que plasmó en su obra literaria.
Borges, o mejor dicho el gen Borges, ya forma parte del ADN de la cultura universal. Su obra ya es patrimonio de la memoria del mundo, y está resguardada ─pero viva─ en un misterioso anaquel de la Biblioteca de Babel, transfigurada ésta en la web, o red de redes, que él vislumbró antes de su factibilidad tecnológica y posterior existencia. Sin duda, Internet es como una intricada biblioteca total, plena de enredados laberintos y de espejos mágicos. La web es una sutil biblioteca borgesiana, resguardada por los misterios de la conjetura y la presencia de imponentes, pero apacibles tigres.
Jorge Luis Borges es un autor que no es fácil de leer, por el desborde de datos, pistas e información que, como joyas bibliográficas, despliega en sus textos para redondear la línea en la que confluyen los inicios y los finales de sus extraordinarios cuentos.
Ese redondeo, que es a la vez un regodeo que se permite Borges para ensalzar y aderezar sus cuentos, también refleja una parte vital de su personalidad: un agudo sentido del humor, expresado en constantes guiños a sus lectores por medio de frases tan simples pero tan llenas de significado, que con ironía constatan la ignorancia mundana sobre los gustos literarios de Dios.
Estas dos características de los cuentos de Borges: el desborde de referencias bibliográficas y los guiños hacia sus lectores, dan la pauta para ver a Borges como un zahorí, el cual, de acuerdo con la RAE, es “aquella persona a quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto”, o bien, “aquella persona perspicaz y escudriñadora, que descubre o adivina fácilmente lo que otras personas piensan o sienten”.
En la conjunción de estos dos significados, vemos al Borges que alude a los misterios ocultos en los libros sagrados o a las historias contenidas en documentos ficticios: mapas, libros y enciclopedias, creados por su imaginación. Asimismo, vemos al autor que planta en sus textos pistas que marcan el camino de los laberintos por los que transitan sus lectores.
Seguramente en la tierra de López Velarde, para Borges habría sido una experiencia gozosa peregrinar por las bibliotecas de la barroca capital. También es probable que vislumbrara los socavones de las minas zacatecanas como portales a mundos fantásticos.

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