Arreola y algunos recuerdos domésticos

Somos una hormiga con un prodigioso miligramo a cuestas; un forastero sin aliento en un andén; vamos tras simples certezas porque las velas de cera se calan con la uña. Así somos, mientras la misma historia se repite una y otra vez.
Los talleres literarios en México han generado escritores replicantes de la tradición literaria. Comienzan con Arreola. Confieso: yo también me forjé en talleres literarios. Mi homenaje al maestro Juan José Arreola, no será una disección de su trabajo, ni del recuento de esos detalles que ahora me parecen gastados: Arreola en bicicleta, Arreola jugando tenis de mesa, Arreola y el ajedrez, Arreola y el Centro mexicano de escritores, Arreola con su bastón lleno de coñac, Arreola autodidacta, Arreola con sombrero de copa y capa negra…
Arreola alguna vez declaró: “Tal vez mi obra sea escasa, pero es escasa porque constantemente la estoy podando. Prefiero los gérmenes a los desarrollos voluminosos agotados por su propio exceso verbal”. Y es en esa brevedad que logra dar paso a la modernidad e incluso se anticipa a lo que hoy conocemos como posmodernidad o transmodernidad, sobre todo, por lograr unidad desde la fragmentación.
Si bien, su obra ha sido motivo de infinidad de estudios y los académicos han desplegado cualquier cantidad de posturas en torno a su manufactura estilística, a mí me sigue sorprendiendo la brecha narrativa que abrió a partir de la fantasía. Me parece que en sus libros hay una tremenda inquietud, azoro y constante obstinación filosófica.
La imaginería de Arreola se nutre de varios afluentes: Baudelaire, Whitman, Schwob, entre otros y supongo que su quehacer literario fue la mejor salida que encontró para escapar de la época en la que le tocó vivir. Su obra aguda y abundante en erudición se borda en lo fantástico. En resumen, el destino de Arreola no terminó con su muerte y nada han logrado sus detractores; considero que en cada lectura de sus textos siempre habrá un camino hacia lo exultante. A su obra no hay que darle tantas vueltas, porque en crítica literaria cuando se raspa demasiado sobre la piedra, y con esto quiero decir, cuando se abunda reiteradamente en un análisis, se corre el riesgo de perder la pieza.
Envejecer tiene ventajas, una de ellas es que se goza de licencias para casi todo. Y por eso mismo, hoy voy a compartirles, algunos recuerdos domésticos en torno al maestro Juan José Arreola, mismos que espero sean de su interés.
Cuando era bebé, iba a gatas por debajo de la mesa del comedor, mientras mi padre tallereaba con su maestro Arreola; yo, que no tenía idea de quién era él, me divertía desatándole las agujetas a sus bostonianos. Era la época en la que mi padre Eduardo Rodríguez Solís era secretario de redacción de la revista Mester, por cierto, la dirección que aparece en la revista: Suderman 335 B era la de nuestra casa.
Mi padre contaba a propósito de La feria: “Estaba con mi maestro, quien llevaba días pensando en qué texto debía abrir o cerrar, en fin, en el orden que le daría a su manuscrito, y, fui testigo de cómo en un arrebato de locura, lo lanzó hacia arriba para luego verlo caer en desorden para después acomodarlo al azar”. Referencia que siempre me ha divertido sobre todo cuando leo todo lo que se especula sobre La feria.
Mi padre me ha compartido que su maestro era un gran conversador quien al hablar jugaba con las palabras, recurría a un eterno juego para recrear el lenguaje y renombrar el mundo.
Del maestro y su obra se seguirá hablando, de eso no cabe la menor duda, a mí me gustaría acotar que más allá de las parábolas y de las fábulas y de la micro ficción, Arreola propone un espacio que tiene que ver con la gravitatoria. Y quiero referirme a uno de los textos del Bestiario: Gravitación, del cual enumero tres frases que bien pueden acercarnos a su pensamiento:
Los abismos atraen.
¿De qué se nutre mi contemplación voraz?
Atraído por el abismo, vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca.
Frases vinculadas a la filosofía y a la metafísica, que permiten ponernos a salvo ante el genio poderoso del maestro Arreola quien logra que aparezca la magnificencia de algo pequeño y humilde.
Sin duda, el mejor homenaje que se le puede hacer es: leerle.

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