Como cada año, una semana antes del fin de curso, se celebraba la tradicional Feria de Ciencias de la Secundaria Cristóbal Hidalgo. A todos los alumnos, sin excepción, se nos obligaba a presentar un proyecto. Quien lograra impresionar al jurado con el mejor experimento se haría acreedor a una beca para estudiar en el mismísimo Instituto Politécnico Nacional. En ese entonces, yo no tenía ni la menor idea de dónde quedaba ese famoso Politécnico, pero muchos de mis compañeros estaban muy emocionados, así que yo también me contagié del entusiasmo —aunque no supiera ni por qué.
Los 241 alumnos nos acomodamos como pudimos en el auditorio de la escuela. Estábamos tan apretados que, para avanzar hasta nuestro lugar asignado, no bastaba con pedir permiso; teníamos que empujar, pisar y abrirnos paso a codazos si queríamos salir vivos de aquella avalancha de adolescentes sudorosos.
Se presentaron buenos proyectos, pero ninguno como el mío. Viri Di Monte —no del Monte—, de 2°B, que estaba justo a mi derecha, parecía haber fascinado al jurado con su crema antiarrugas de efecto inmediato. Incluso la directora Angelina le pidió un par de frascos para llevar, después de embarrarse ahí mismo la mitad de uno en la cara, convencida por Viri de que ya se había quitado diez años de encima. Sí, cómo no.
Cuando llegaron a mi estación, los recibí con un buenos días. Estaba algo nervioso, pero también firme. Seguro de mi talento. Me presenté rápidamente y procedí a mostrar mi obra maestra: un volcán en erupción.
Era una representación fiel del Popocatépetl, con nieve incluida y toda la cosa. Estaba hecho de cartón y plastilina, y tenía una botella en el interior, lista para la reacción. Frente al jurado, vertí media taza de vinagre —la botella ya tenía colorante rojo—, les pedí que estuvieran atentos y, con toda la emoción del mundo, agregué una cucharada de bicarbonato. Se quedaron mudos. El volcán hizo erupción tal cual lo había planeado. Un éxito total.
Viri estaba atenta a mi presentación, riéndose como si mi volcán fuera parte de un show de comedia. La directora Angelina preguntó si eso era todo. Por supuesto que no: faltaba el toque final para asegurar mi triunfo.
Desenfundé la lata de Coca-Cola que guardaba en el bolsillo de mi pantalón. La abrí —un buen chorro se escapó— y me la acerqué para sorber lo que pude. Luego me limpié la comisura de la boca con la manga de la camisa y vertí el resto de la Coca-Cola dentro del volcán. Esta vez, la explosión fue más intensa e incluso salpicó a la directora Angelina y a otra profesora del jurado. Ambas pegaron un brinco hacia atrás, pero ya era muy tarde: sus faldas habían quedado manchadas de lava volcánica. Anotaron algo —quién sabe qué— en las hojas que llevaban consigo y pasaron al siguiente.
Gracias por su atención, dije, pero al parecer nadie me escuchó. Les urgía abandonar mi estación.
El siguiente era Carlitos Caballero, de 2°A, a mi izquierda. Carlitos —archienemigo declarado de Viri Di Monte— siempre se disputaba con ella el primer lugar en el cuadro de honor. Esta vez, parecía haberse esforzado más en su vestimenta que en su experimento. Llevaba traje negro, camisa blanca y moñito negro, como todo un chambelán listo para el vals, no para la ciencia. En cambio, su proyecto era una simple caja de zapatos. A la directora Angelina, eso le pareció una broma.
Carlitos —segurísimo— le dijo que no era lo que parecía.
—Entonces, ¿qué es? —preguntó la directora Angelina.
Carlitos se la voló con su respuesta:
—Dentro he logrado crear un universo —dijo, como si nada.
La directora Angelina, los demás integrantes del jurado, yo y hasta Viri —que estaba cerca— nos quedamos de a seis. Carlitos sonreía, orgulloso, triunfante. La directora, ya impaciente, le pidió que la abriera.
—No se puede —replicó él.
—¿Cómo que no? —insistió ella.
—Mientras la caja permanezca cerrada, el universo que he creado está seguro y en constante expansión. Ahí dentro, miles o quizás millones de planetas podrían estar albergando vida inteligente ahora mismo. ¿Acaso quiere usted acabar con todas esas vidas? Para ellos, usted sería algo así como… una destructora de mundos.
Lo decía tan serio, tan convencido, que hasta el silencio se puso incómodo.
La directora Angelina y el resto del jurado tardaron un par de minutos en asimilar sus palabras.
—Abre la caja, Carlos. Quiero ver lo que hay dentro. Si no lo haces, quedarás descalificado —le advirtió.
Carlitos volvió a explicar su punto.
—¿Y cómo sabes que ahí dentro hay vida inteligente? ¿Ya lo comprobaste? —preguntó la directora Angelina.
—No —respondió Carlitos—, pero si la hubiera, abrir la caja significaría su fin.
—Ya déjate de cosas, Carlos. Abre esa caja ahora mismo.
—¡No! —gritó Carlitos.
Su grito atrajo a toda la muchedumbre. El resto de alumnos y maestros se aglomeraron alrededor de la estación. Si antes ya estábamos apretados, ahora parecíamos tamales en vaporera de abuelita.
La directora Angelina y Carlitos se jalonearon la caja hasta que esta salió volando y cayó abierta justo a mis pies. Carlitos se soltó a llorar y comenzó a gritarle a la directora Angelina:
—¡Asesina, asesina!
Me agaché y recogí la caja con cuidado. Por si acaso. No quería cargar con la culpa de haber provocado una explosión cósmica —suponiendo que aún quedara algo en su interior después de tremenda sacudida—. Sin embargo, en ese instante escuché un crunch. ¿Dentro de la caja? ¿En serio? ¡Imposible!La lógica me hizo atribuir el ruido a mi volcán, que seguía escupiendo Coca-Cola como si celebrara su propio éxito.
Cerré la caja y se la devolví a Carlitos. El pobre salió corriendo hacia el baño y se encerró allí. No volvió a salir hasta que llegaron sus papás.
Carlitos no ganó, como era de esperarse. Y yo tampoco.
Viri Di Monte se alzó con la beca del Politécnico Nacional y, por si fuera poco, ese mismo día se inició en el lucrativo mundo del antienvejecimiento, cobrando quinientos pesos por cada frasco de crema.

Emmanuel Rambry (Tlaxcala, México 1990). Es Médico Cirujano y Partero por la BUAP. Escritor. Ganador del Premio Estatal de Cuento 2023 (Tlaxcala). Seleccionado para formar parte de la antología de cuentos breves Triskaidekafobia: Trece años de mala suerte y Navidades Paralelas III, de Lengua de Diablo Editorial. Publicado en el número 5 de la revista de ciencia ficción y fantasía: Colectivero.