El ocaso va llegando y voy retrasada. La ciudad no termina de agradarme; el tráfico y bullicio son una bomba de tiempo a mi edad. A veces he pensado seriamente en retirarme, descansar de todo esto, sin embargo pienso en todas las criaturitas que se quedarían a la deriva, sin cuidado, sin diversión, sobre todo en estas fechas. ¿Qué pequeñito no ansía salir a divertirse la noche de Halloween? ¿Qué clase de monstruo sería yo si le negara la posibilidad de recolectar golosinas a alguno de los niños que cuido? ¿Perdernos la satisfacción que brinda el despojarnos de estos horrendos disfraces que usamos para salir a las calles en días comunes y corrientes? No puedo, no todavía. Supongo que mi espíritu aún es movido por un ligero soplo de vocación.
Ya quiero ver la carita del pequeño Conejito, ¡cuánto habrá crecido ya! La última vez nos fue muy bien con el botín, incluso alcanzó para compartir con sus padres: tres pies, dos lenguas, cinco manos y una cabeza completa, nada mal. Apuesto a que sus dientitos han crecido lo suficiente en estos meses, tanto que su sed de sangre será saciada y si la suerte está de nuestro lado, volveremos con un torso, o un cuerpo completo. ¡Qué emoción! Y qué cansado, la verdad.
Espero que los padres de Conejito se animen a pagarme un buen bono esta vez, de lo contrario, no lo llevaré a la villa de Krampus en navidad.

Estado de México.
Socióloga y pedagoga. Coautora de “Sociología: así es nuestra comunidad”, “Cada loco con su tema”(Antología, concurso internacional de cuento breve), No. 11 de Revista Crisálida “Nahuales” y en el Número 01, Vol 2 de Narrativa, revista digital.
