Trepanación

Las noches se me fueron llenando de sonidos. Primero fueron murmullos lejanos, como del viento que agita las agujas de los pinos. Luego, conforme se fue acercando el invierno, surgieron chasquidos como de ramas pisadas por los animales salvajes que andan al asecho de los renos del corral. Los sentía como los fuertes golpes que los pedernales requieren para levantar chispas. Brincaba del sueño en busca del fuego que mis ojos no soportaban. Luego,  surgió el tam-tam de invisibles tambores que iban  sonando en cada giro de mi cabeza. 

Estaba señalado, eso me dijo el ŝaman Odumi y procedió a cumplir con una complicada ceremonia. Pero su tambor hecho de piel de reno parecía avivar a los que sonaban en mi cabeza. Caí sobre la nieve. Cuando desperté estaba cubierto de ramas  de pino y musgo seco. Odumi había pintado mi piel con tierra rojo del bosque; me estaba preparando para el entierro. 

Fue cuando surgió el dolor como si fuera el vuelo de un halcón hacia su presa, una y otra vez, atravesando el aire y golpeándome en la nuca, en las sienes. Odumi se inquietó, eso me dijo mi mujer Alia. Pidió dos días de silencio para encontrar una solución. Para cuando la encontró yo había comenzado a aullar como un lobo espantando a los verdaderos. En los instantes de lucidez me preguntaba si en verdad el espíritu del lobo gris se habrá posesionado de mí tal y como Odumi se lo había dicho a mi mujer. Ella insistió con Odumi.  En vista de eso, no le quedaba más que liberar aquel espíritu, le dijo. ¡En sus manos estaba el futuro de la tribu, de nuestro clan!  

Así fue como él sacó los instrumentos que su padre, el viejo ŝaman Odumi,  le había  heredado y procedió. Mi cara, mi cuello y mis hombros se cubrieron de rojo, salvo que ahora era mi sangre. Un dolor nuevo, agudo, diferente fue penetrando en mi cuerpo devastándolo. El aullido debe haber espantado a todos los renos que pastaban millas a la redonda. La noche se fue oscureciendo y de pronto me vi a mí mismo emprendiendo  un viaje atreves del bosque, hundido en la nieve hasta la cintura, peleando con fieras salvajes que sólo conocía por leyendas. 

Desperté en la madrugada y el dolor había desaparecido. A mi lado, mi fiel Alia sonreía. Me señaló la cabeza.

–¿Estás bien?–preguntó–. Dice Odumi que liberó el espíritu del lobo.

Toqué mi cabeza, sentí el hoyo, uno no muy grande, como del tamaño de la huella del pulgar. Debajo, algo palpitaba quietamente. La luz era reconfortante y los tambores habían desaparecido.

1 comentario

  1. ¡Hermoso! Por favor sigue escribiendo sobre animales y naturaleza.

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