Mi periplo a oriente

Para mi abuela Marielena y mi tía Nona

Meses después de cumplir 20 años, fui invitado por mi abuela a viajar a China, en un grupo organizado por la Sociedad Mexicana de Amistad con China Popular (AMAChP). Mis abuelos fueron fundadores de esa agrupación –ya hace más de 50 años- y se dedicaron a promover relaciones amistosas con dicho país el resto de sus vidas. Mi tía Leonora Torres, quien también ha trabajado para la Asociación de toda la vida, llevaba el grupo. Mi abuela financió tal empresa y yo, aun sin saber muy bien lo que me esperaba, acepté gustoso la oportunidad.

            El trayecto duraría más de veinte días, saliendo el 2 de julio de 1981 con destino a San Francisco -Estados Unidos-, solo para hacer escala con dirección a Hong-Kong, que aún era colonia británica. Allí pasaríamos dos días, antes de entrar a China por Cantón, en tren. Siempre recordaré ese momento, en que cruzábamos la frontera y entrábamos a territorio chino. Los compañeros empezaron a aplaudir con emoción y entonces me di cuenta: ¡Ya estábamos en China! Esa experiencia es muy diferente a la de llegar a un país en avión, donde nunca aprecias el momento en que se cruza una linea fronteriza.

            Éramos veinte compañeros, entre los que puedo mencionar a mi abuela, la maestra Ma. Elena Torres y mi tía Nona-maestra también-, el amigo Juan Ramón y sus dos hijos, las queridas Maestras Encarnación y Sara, el Dr. Alarcón, la Señora Celia Alicia y su hijo Gerardo y las hermanas Soriano, entre otros. Hay tantas cosas que recordar de ese viaje…Mi abuela me sugirió hacer un diario, así que tengo muchos datos, ideas y sentimientos que he conservado en mi pequeña libreta azul por casi cuarenta años. También un álbum con algunas fotografías, boletos, envolturas, hojas secas y otros recuerdos. El trayecto comprendía visitar Hong-Kong, Cantón. Chong-Ching, Yichang, Wuhan, Jiliang, Lushan, Jindezhen, Jijiang, Nanjing y Beijing, para salir nuevamente por Cantón-Hong-Kong. Todo el grupo, menos mi abuela y yo, se quedarían unos días después en San Francisco.

            Los viajes que organiza la Sociedad de Amistad incluyen, además de las visitas a espacios naturales y sitios arqueológicos o históricos, conocer escuelas, talleres, centros habitacionales y otros ejemplos de la vida en China. En muchas de las visitas se incluía un banquete al que nos invitaban los compañeros de la Sociedad de Amistad de China con el extranjero. Eran realmente comilonas fantásticas, en esas hermosas mesas circulares, donde se servían muchos platillos y entremeses deliciosos y coloridos, se tomaban refrescantes bebidas y se daban sendos discursos por parte de Asociación china, y por parte de México, las siempre hermosas y sentidas palabras de mi abuela, como presidenta de la AMAChP.

            La travesía fue asombrosa, excitante, increíble para un joven que apenas empieza a conocer el mundo. Yo estudiaba ya mi carrera de Ingeniero Químico en esos años, pero solo había viajado a algunos estados de la república, y en avión, solo una vez a visitar a unos primos a Tampico. Cada día en China era diferente, lleno de espectáculos naturales, como las montañas de Lushan, únicas en su género. Cada sitio era una maravilla natural con gente siempre curiosa de vernos.

            Mención aparte merece un trayecto que hicimos por vía acuática sobre el río Chang-Jiang (o río amarillo), que tiene una longitud de 6,300 km. Éste inició en Chong-Ching y después de poco más de un día de navegar, llegamos hasta Yichang. Conocimos las famosas gargantas del Chan-Jiang y disfrutamos de los apacibles paisajes que se observan a la vera del río. Lo más notable de ese trayecto, es que hice amistad con un joven estudiante de la Escuela de Bellas Artes de Sichuan.

No sé cómo nos comunicamos, con mi poco inglés y el clásico lenguaje de las señas, pero fue posible establecer esa comunicación. Me obsequió una pequeña fotografía de una obra de él –que por supuesto conservo-, una niña que mira al cielo, tallada en piedra. Se titula Estrellas, y lo sé porque me lo apuntó en mi diario, así como su nombre: Tan Yin Hu. Él estaba muy interesado en saber de mí, de mi país y de nuestras costumbres. Más tarde sacó de su maletín un block de hojas y un par de lápices de carboncillo. Me pidió que lo dejara dibujarme y claro que acepté. Empezó a plasmar mi rostro con gran habilidad y rápidos trazos del carboncillo sobre la hoja color crema. Estábamos en un corredor del barco y algunos amigos del grupo, así como otros viajeros nos empezaron a rodear. Yo miraba el río y los paisajes cambiantes y él trabajaba rápido. Solo veía mover sus ojillos negros de mi rostro a su block, a través de sus grandes anteojos de pasta. De pronto, llegamos a la ciudad a donde debíamos bajarnos y empezaron a llamarme. Apenas acabó el dibujo, lo arrancó del block, lo enrolló y me lo entregó muy sonriente. Yo ya le había dado antes mi domicilio en una hoja. Solo alcancé a darle un abrazo y regalarle mi escudito de las banderas de China y México, que todos los del grupo traíamos en el pecho y me despedí de él. Mi compañero de cuarto, Gerardo, ya había traído mi maletita del camarote y salimos corriendo a alcanzar al grupo. Lo miré por última vez, sencillo y contento: camisa blanca, pantalón ancho color gris – ¿o azul? – y zapatillas de tela negra. Usaba un incipiente bigotito y su pelo, lacio y oscuro estaba cortado en casquete, con un copete hirsuto y algo largo.  Nunca más lo volví a ver.

            Aún faltaban muchas cosas para nosotros, Visitamos la vieja Universidad de Wuhan, con sus hermosos techados de cerámica verde, entrando a algunos edificios y conociendo salones y laboratorios. ¡Quién me iba a decir que casi treinta y cinco años después volvería a esa Universidad, invitado por una amiga investigadora china, a trabajar por un mes en el Laboratorio de Superficies y Coloides!

Faltaba Nanjing y su impresionante puente; así como el tan esperado Beijín, con su increíble plaza Tiananmen, el Palacio de Verano, la Ciudad Prohibida y mucho más. Las tumbas Ming, la Muralla, el Mausoleo de Mao Zedong, grandísimas tiendas de artesanías y otras mil cosas maravillosas. De allí volamos a Cantón, para salir nuevamente por tren hacia Hong-Kong y a San Francisco directamente. Mi abuela y yo no pudimos quedarnos, pues no teníamos visa. Debido al trabajo político de mis abuelos, estaban en una lista negra que no los hacía merecedores del permiso. Me llamo Luis Torres, igual que mi abuelo Luis Torres Ordóñez. Regresé a México, solo con mi abuela Ma. Elena, feliz de haber vivido tan increíble experiencia, agradecido con ella y con la vida.

Semanas después, cuando mi madre, mis hermanos y yo entrábamos a casa, después de un fin de semana en la ciudad de México, encontramos en el piso de la entrada un rollo medio arrugado de papel estraza conteniendo algo. Tenía varias estampillas chinas pegadas sobre él, y mi nombre y dirección. Eran dos hermosísimas pinturas en acuarela de Tan Yin Hu, con sus clásicas letras en caligrafía negra y sello rojo. No había notas, solo eso. Hubo que plancharlas con mucho cuidado y enmarcarlas. Aún están colgadas en la pared de mi casa, como un recuerdo imborrable de ese joven artista, y de esa China, nueva y pujante.

Esta Crónica fue realizada dentro del Taller “El mundo cabe en una crónica” dictado por Magali Tercero, en conjunto con la Universidad Veracruzana y la escuela NOX. Marzo de 2022.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *