La luna llena de marzo

Ese día, era Día Internacional de la Mujer, Evelia tenía todo listo para unirse, como los últimos años, al contingente que saldría a pocos metros de su casa. Se puso ropa cómoda, sus tenis preferidos, una pañoleta color púrpura y un sombrero de ala ancha, un tanto llamativo como para participar en una marcha: el sol de una intensidad que sin duda, vaticina una primavera sumamente calurosa, que curiosamente, hablando de intensidad, esta luna llena de marzo, está en todo su apogeo, también de una intensidad escandalosa, brillante, lumínica, casi roja como de fuego.

En qué momento Evelia cambia de parecer, cambia de rumbo e inicia a caminar a contrapelo del flujo de la marcha, a cada paso se topa con alguna conocida a la cual evadía, no se diga a las compañeras más cercanas, se fue yendo escurridiza, entre los pasillos naturales se van creando entre los grupos, que apenas se iban organizando; con paso firme y decidido logra cruzar toda la explanada del zócalo, parecía que era otra, pues nadie logra reconocerla y en menos de lo que lo cuento ya está frente al transporte público dispuesta a salir de ahí, cualquiera que la viera parecería que andaba huyendo.

Al fin llega a su destino, prácticamente fuera de su municipio en pleno campo, a muchos kilómetros de su casa y de la manifestación. No toca la puerta, toma la llave clásica de debajo de la maceta, se queda mirando a su madre, ella con su rostro de una niña de cinco años, su madre postrada en una silla de ruedas apenas y alcanza a decir palabra, Evelia comienza a balbucear, a quejarse amargamente, mientras su rostro se va trasformando aún más, como que se achicaban sus facciones, pasando de un puchero a lágrimas compungidas; pasando casi simultáneamente de un berrinche a otro. En muy poco tiempo estaba enojada, como un enojo de toda su vida, fue entonces cuando se levanta de la silla y se planta frente a su madre que apenas y atina a decir cualquier cosa para consolarla; sin embargo Eve levanta la voz cada vez más, acaba gritándole, su madre la reprendió como entonces: —no grites Eve, no grites Eve— pero ella está fuera de sí, enfurece  aún más como si de golpe toda la infancia fuera una tortura imposible de recordar o como si las remembranzas la lastimaran sobremanera y en un abrir y cerrar de ojos acabó por hacer su pataleta, esa patética forma teatral que poseen las niñas, cuando lloran por algo que  no se les quiere dar; fue así que también de una manera rápida y sin dar tiempo a su madre, que no podría hacer mucho, salió de la casa dando el consabido portazo. A los vecinos se les hizo extraño ver salir a una pequeña de cinco años, caminando muy de prisa bajo un sombrero de ala ancha muy grande para la niña, que lloraba desconsolada por las calles empedradas en esa tarde de marzo…

2 comentarios

  1. Felicitaciones para Frida. Leerla hizo surgir sentimientos olvidados!!!

  2. Orgullosa estoy de mi sobrina querida Frida Varinia

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