El jarro roto

Mire, Eulalia, yo no rompí ese condenado jarro. Yo ni estuve en su casa, estaba viendo al cielo caer sobre la azotea. Mis compañeras, preocupadas por mi tardanza, me estaban buscando. Así que, cuando el cielo rozó el piso, me trepé en una nube. Sí, no se burle, que se puede quedar con la trompa torcida para siempre, así que no le busque tres pies al gato. Porque ha de saber que soy bruja, y cuando las nubes están cargadas de llanto, me trepo a una. Las pálidas son para los ángeles. A nosotras nos gustan grises, cargadas de relámpagos para que nos electricen los nervios; y bien empapadas de lágrimas para que enfríen nuestra calentura.

Aunque eso dura poco, pues la sangre de bruja es puro fuego, por eso armamos tanto arguende, esos que llaman aquelarres. Pero como no nos gusta el chamuco, para que no se meta en nuestros huateques y se entere de nuestros asuntos; nos convertimos en nubes, nubes grises. Al principio era uno solo, un solo chamuco. Cuídese de él, no de nosotras que somos mujeres como usted.

Fíjese, también, a ese viejo le dicen: diablo, maligno; tentador, diantre; y no sé qué más retahíla de nombres. Y sí, esos diantres se multiplicaron como la mala hierba. Es por eso, por lo que tuvimos que inventarnos nubes. Ya las escobas no nos alcanzaban para escapar de esos hijos del tiznado. Tuvimos que elevarnos para que no nos jalaran de las patas y nos quemaran vivas. Para que no nos descuartizaran después de ponerse briagos con nuestro fuego.

Ya hemos enterrado a miles de nuestras hermanas, de otras, ni siquiera sus huesitos hemos encontrado. Esos hijos del tizne, canijos diablos, nos quieren desaparecer.

Eulalia, si tanto le duele un jarro, le compro otro. Pero a nuestras hermanas, ¿quién nos las devuelve?

4 comentarios

  1. Felicidades Nicole, tu escrito aclama, con. creativa sensibilidad: Justicia!!

    1. Muchas gracias, querida Martha. Saludos afectuosos.

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