Preludios | Un cuento en cuatro tiempos

1

Para Ismael no fue muy difícil conseguir una pistola: la cantidad suficiente de dinero repartido entre las personas indicadas y en dos semanas la tenía en su poder. Fría e inmóvil, sobre la mesita del hotel en el que se hospedaba, reposaba aquella pieza hecha en su mayoría de acero y que alojaba cinco posibilidades de matar. Para él, eso era suficiente.
No podía quitarle la mirada de encima, le hipnotizaba la idea de que aquel objeto fuera el elemento que le daría la justicia que deseaba. Cinco meses atrás, su hermano había aparecido muerto, estrangulado con su propio cinturón, tirado en una banqueta, muy cerca del parque en el que habían pasado muchos momentos de su infancia. Según los chismes y los rumores, todo había sido resultado de un ajuste de cuentas entre su hermano y algún empleador no satisfecho con el faltante de una cantidad bastante fuerte de dinero.
Las autoridades le dedicaron al caso unas cuantas horas y la comunidad no sufrió indignación alguna, lo querían, era de aquellos que habían nacido y crecido en la misma cuadra, pero también conocían su oficio y lejos de ver su homicidio como una injusticia, lo asumieron como una consecuencia lógica de sus actos.
Ismael se encontraba trabajando en Texas cuando recibió la noticia y llegó a tiempo para el funeral, su madre no lloró, se mantuvo de pie junto al ataúd y acabado el servicio despidió a todos, no hizo ningún tipo de reunión lo único que quería era estar con el hijo que le quedaba.
No platicaron mucho, tomaron café y de cuando en cuando su madre le acariciaba la mano y lo veía a los ojos, en esas miradas había mucho más que en las palabras que podrían decir.
Ismael salió del trance de sus recuerdos y tomó la pistola en su mano, pesaba más de le que parecía, Smith and Wesson calibre .38 “del especial”, metió el arma entre su pantalón y su ingle, el frío del metal lo hizo estremecerse ligeramente. La suerte estaba echada, abrió la puerta de su habitación y salió.

2

Don Joaquín llevaba varios años trabajando en el departamento de limpia de la ciudad, todos los días se despertaba al alba pasaba a recoger su carrito con dos botes de basura, su escoba y se encaminaba a su ruta de barrido.
Todos los días eran muy parecidos, bolsas de plástico, hojas, a veces hacer a un lado el cadáver de algún animal atropellado porque eso no le correspondía levantarlo a él y cantidad de cosas tan desagradables que no valía la pena recordar.
Aquella madrugada fue distinta. Hacía su recorrido habitual, a la misma hora de siempre, a lo lejos, alcanzó a ver las luces de patrullas y el movimiento de policías que rodeaban algo, conforme fue acercándose vio que era un cuerpo. Pasó discretamente a un lado de aquella escena, con la vista al frente, nunca había sido muy aficionado a ver tragedias, pero alcanzó a escuchar que la causa de aquella muerte había sido estrangulamiento. Hubiera preferido no enterarse.
Siguió su camino y como de costumbre, pasó a un parque que se encontraba en su ruta a tomar su café y fumar un cigarro, le gustaba ese parque y ni la tragedia que acababa de ver le arruinaría el momento. Era la única hora del día en la que se daba permiso de recordar: a la esposa que había abandonado, a la hija que lo intentó buscar pero que él ignoró, el hermano con quien había peleado por un terreno y a quien no vio ni en su funeral. Cada fumada un recuerdo.
Mientras veía el humo del tabaco irse en el aire notó algo que llamó su atención, frente a él, escondida en la base de uno de los arbustos que decoraban el lugar, había una maleta negra, era una maleta deportiva no muy grande. Miró hacia todos lados y con cautela se acercó a ella, la tomó con una sola mano, no podía distinguir muy bien qué contenía, ante la sensación de que nadie lo veía y de que aquel hallazgo le correspondía por algún asar del destino, la sacó de un sólo movimiento y la escondió entre las bolsas de basura que llevaba en su carrito.
Dejó el parque con mucha curiosidad, ya quería salir del trabajo para llevar aquella maleta a su casa y abrirla, las posibilidades de lo que podría encontrar dentro de ella eran demasiadas, prefirió no hacerse ilusiones, podía ser la ropa sucia de algún deportista despistado.
Mientras se alejaba, no pudo aguantarse y, totalmente desafinado tarareó “sorpresas te da la vida…”

3

Rogelio llevaba cinco años dedicados al narcomenudeo, vendiendo cocaína y mariguana en pequeñas dosis, cinco años de ir con sus patrones con una cantidad de dinero que intercambiaba por pequeñas bolsas y papeles doblados en los que venía el producto para luego ir a venderlo entre quienes ya eran sus clientes, cinco años de haber llevado a cabo un negocio bastante organizado. No le generaba una ganancia enorme, pero al menos le alcanzaba para llevarle algo a su madre que lo aceptaba bajo protesta, ella sabía muy bien cuál era su origen, pero el dinero que le mandaba su otro hijo desde Texas no alcanzaba para todo.
El negocio necesitaba discreción, buena administración, no consumir lo que vendía y “zapatillas por si hay problemas salir volao”, eso y los sobornos eventuales a uno que otro representante de la ley, pero esos eran generalmente en especie. Rogelio había cumplido de manera cabal con esos puntos, manteniéndose así fuera del alcance de la ley.
Él no quería dedicarse a esa actividad toda su vida pero no encontraba la manera de cambiar su giro, le gustaba pensar en conseguir algún puesto o local para ofrecer comida o vender zapatos chinos, incluso había pensado en alcanzar a su hermano al “otro lado”, lo que fuera que no tuviera que ver con su negocio actual, pero conforme más tiempo le dedicaba, más parecía que se alejaba la posibilidad de retirarse.
En realidad era un trabajo algo aburrido, sentarse en la misma esquina de siempre, esperar a la clientela y vender lo más posible hasta la hora de regresar a casa de su madre. Ella lo amaba, pero su amor no rebasaba el saber que su hijo mayor fuera un delincuente, aun así, lo recibía con algo de cenar y un par de comentarios cálidos mientras veían la tele.
En ese tiempo se había ganado la confianza de los patrones y lo trataban con cierto aprecio, pero en ningún momento le ofrecían alguna oportunidad de ganar más y él solo veía pasar el tiempo. Su oportunidad llegó. Uno de sus jefes le ofreció una cantidad de dinero para que llevara una maleta y la entregara a una persona, el viaje no era muy largo, un par de horas en auto de ida y luego dos de regreso y eso sería todo. La maleta vino acompañada de una amenaza muy clara y gráfica de no abrirla bajo ninguna circunstancia, él aceptó el trato.
Sus ojos casi pierden la órbita cuando vio el contenido, varios fajos de billetes perfectamente acomodados y envueltos en plástico. Su pulso se aceleró y en pocos segundos pasaron por su mente miles de posibilidades, todas ellas relacionadas a quedarse con ese dinero y no entregarlo. Tomó aire, trató de regresar su pulso a la normalidad, sabía muy bien a qué se arriesgaba si ese dinero se desviaba de su ruta, pero también estaba muy consciente de lo que podía lograr si se lo quedaba.
Antes de irse a dormir, una gran sonrisa arrugó su cara, tenía una idea de cómo hacerse del dinero sin consecuencias, era un plan bastante seguro.

4

Lo que menos esperaba Beatriz al responder aquella mañana al timbre de su puerta, era ver a su padre. Le dio, un abrazo frío y tenso pero fue la única manera que encontró para saludarlo. Él las había abandonado a ella y a su madre mucho tiempo atrás y aunque ella hizo unos cuantos intentos por acercársele todos terminaron mal.
Ella era enfermera, su madre también lo había sido, le gustaba trabajar en el hospital, le gustaba convivir con sus compañeras y le gustaba mucho salir en la madrugada a fumar un cigarro cuando le tocaba la guardia nocturna. Había estado casada, y así como su padre, su marido también se fue, su madre le había heredado la casa en la que vivía y a pesar de no vivir de manera opulenta, no le faltaba nada. Aunque en el fondo, siempre quiso un padre.
Ahora tenía un amor, era muy nuevo, algo que jamás había pensado. Durante una salida a bailar y a beber con varias de sus compañeras se enamoró de nuevo. Una de ellas la invitó a la pista, accedió, jamás hubiera pensado que esa noche, mientras bailaba “Pedro navajas” con aquella otra enfermera, recibiría una declaración de amor. Intentó separarse de ella para regresar a sentarse, pero no lo logró, su cuerpo tenía muchas ganas de seguir en ese abrazo y seguir bailando. Unas horas después, en su casa, llena de pena y con la cara hirviendo, se desnudaba temblorosa para pasar la noche acompañada por primera vez en varios años.
No sabía qué hacer, no tenía una idea clara de qué era lo que seguía, pero de pronto, en su interior apareció el deseo de irse con ella a provincia, a algún lugar donde nadie las conociera y hacer ahí una vida nueva, incluso pensaba en la posibilidad de vender su casa. Cada vez que sus miradas se cruzaban en los pasillos del hospital, sentía una oleada de calor que le recorría toda la piel, ambas sé sonreían discretamente y seguían sus labores. Había logrado hacer una vida de nuevo y se sentía muy cómoda con eso.
Y ahora su padre aparecía en su puerta, nunca creyó verlo de nuevo. Estaba bastante acabado, había envejecido rápidamente.
Después del abrazo, frío y tenso, lo invitó a pasar, verlo entrar y saber que en su cuarto dormía su pareja la incomodó un poco, le molestaba que su felicidad se viera contaminada. Realmente no sabía qué hacer o decir, solo pudo ofrecerle un café que él rechazó.
Sentado en su sala y en menos de una hora le ofreció disculpas, le explicó su incapacidad paterna y le dijo que le llevaba un pequeño regalo que esperaba enmendara sus errores. Con movimientos cansados, se descolgó la maleta que llevaba al hombro y la dejó en la mesita de centro, le pidió que la abriera ya que él se hubiera ido.
Mientras veía como su padre se alejaba, ella lloró un poco.

Epílogo

Ismael se encontraba sentado en un charco de su propia sangre, le costaba mucho trabajo respirar, pero no sentía dolor, sólo lo húmedo y pegajoso de la sangre.
Frente a él, con dos tiros en la frente, se encontraba el que había sido patrón de su hermano durante cinco años, a su lado otros dos cadáveres de dos personas que no conocía.
No podía escuchar nada a pesar de que había gente corriendo y gritando en aquel restaurante a donde los había ido a cazar, sólo podía sentir su sangre escurriendo de alguna herida que no podía ver.

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