Maguito y Araceli

1er aniversario de la revista Letras insomnes

Me preguntan por mi abuela y no está. Salió hace tres días. Todos los días, a las cuatro de la mañana, se va a vender tamales y atole a la central de autobuses. Después regresa a preparar las tortas y se va al mercado a ofrecerles a los cargadores y gente que pasa por ahí. Yo me voy a la escuela temprano. Cuando salgo me vengo caminando y al llegar a la casa comemos juntos. Al terminar me toca lavar los platos y mamá Maguito, como le digo, recoge sus cosas y se prepara para que nos vayamos. Hace tres días al llegar a casa ella no estaba, pensé que se había ido con las demás. Me quedé a esperarla. La noche me cayó encima. Su ausencia se sentía tan pesada como la pala que cargué aquel día en que salimos a buscar a mi mamá.

            Yo tenía cinco años cuando su hija no volvió, eso dice la abuela. No recuerdo bien. Ella me recogió del kínder y me dijo que mi mamá se había quedado a trabajar doble turno. Había conseguido empleo en la fábrica de refrescos. A veces se quedaba horas extras o doble turno, eso decía mi abuela. Muchas veces no llegaba a dormir. Mi mamá me quería mucho, me daba abrazos cariñosos y besos empalagosos, pero debía llevarme a casa de mamá Maguito para no dejarme solo. La abuela también me quería, pero yo era una boca más para alimentar y sus ventas no siempre eran buenas, así que de vez en cuando se enojaba por tener que cuidarme. En ocasiones me daba de comer y de cenar un plato de frijoles, una telera y una taza con café de olla, en otras ocasiones se da el lujo de comprar un pollo rostizado para los tres.

            Me preguntan por mi abuela y por mi madre, pero ninguna regresa. Desde antier espero el regreso de mamá Maguito y casi no he comido nada. En primer lugar, porque no hay mucho qué comer, en segundo, pues porque… no sé, no tengo mucha hambre. Siento feo comer y que mi abuela no esté. A pesar de ser regañona me quiere. Se preocupa por hacerme la torta de milanesa que tanto me gusta. No lo hace a diario, pero al menos una vez a la semana me da ese gustito. Ahora ni está mi abuela, ni está mi madre ni sé pa’ dónde jalarle. Doña Cata me trajo unos tacos de huevo con chile, pero con trabajos me los comí. No quito la vista de la puerta, del camino empedrado, de los charcos lodosos que reflejan la miseria de la colonia y el olvido del gobierno.

            Los guachos andan haciendo rondines por la colonia, disque pa’ cuidarnos, pero la neta es que ni vienen a eso. Doña Cata le contó a mamá Maguito una vez que vio salir a un grupo de ellos de la casa de Lucila, a eso de la medianoche. Iban tomados y con la carcajada a rienda suelta. Al otro día, Lucila y su papá fueron a denunciar una violación, pero ni caso les hicieron. Los guachos tienen uniforme, eso les da poder, el uniforme lo es todo. “Yo quiero ser un uniformado para poder hacer lo que quiera”, le dije a la abuela, pero me dio tremendo chanclazo y me hizo prometerle que nunca de los jamases me metería al ejército.

En el calendario de la Carnicería Nohemí está marcado hasta el seis de agosto, que fue cuando la abuela y yo salimos a buscar a mamá hasta la sierra que limita con el otro estado. Mamá Maguito tenía fe en San Salvador. Desde temprano le llevó una veladora y flores, creía que ese día por fin encontraría a mi madre, por lo menos su cuerpo ya carcomido por los zopilotes. Desde hace años, me di cuenta de lo que pasaba. Mi madre había desaparecido, aunque los vecinos murmuraban que se había dejado engatusar por un gañán que venía de lejos y trabajaba en la fábrica. Ese hombre fue interrogado y dijo que no sabía nada de Araceli.

Después de días, semanas y meses de suplicar a la policía que buscaran a su hija, Maguito se dio por vencida y entendió que solo ella podría encontrarla. Se unió a otras señoras. Todas habían perdido hijas o hijos, madres y abuelas. Mamá Maguito me lo dijo sin morderse la lengua que mi mamá estaba muerta o se la habían llevado pa’ venderla y prostituirla. Ni supe bien qué era eso, pero ahora sí lo entiendo. No sé si es peor estar muerta o ser prostituta, quizá lo peor es morir por olvido, y eso sí que no, mi abuela y yo la pensamos en ella todos los días, aunque si no fuera por sus fotos ni recordaría bien su carita. Tengo miedo de salir a buscarlas y no encontrarlas. No, más bien tengo miedo de encontrar sus restos porque eso significará que ya estoy solito pa’ siempre.

Mamá Maguito decía que la esperanza es lo último que queda y yo todavía tengo mucha. Quizá Araceli sí se fue con algún hombre y pronto volverá. Recuerdo que me abrazaba fuerte cada que se iba a su trabajo. Sus abrazos olían a vainilla y sus labios me dejaban una huella roja en el cachete. La abuela quizá se fue muy lejos a buscar a su hija. A pesar de que estuvo enojada con ella por haberse embarazado de mí a los 15 años, cuando nací me cuidó y le ayudó a criarme hasta que la mandó a trabajar pa’ mantenerme. A su modo, Maguito nos quiere a ambos y cada noche rezaba a todos sus santos pa’ que le regresaran a su hija. Yo la verdad no creo en ellos porque nunca le hicieron caso a la abuela. Se me hace que los santos son como la policía, nomás ayudan a la gente que tiene dinero. A mi abuela no le hicieron el milagro de ver a su hija de nuevo y ahora ella ya no está. Ni esperen que también les lleve flores o veladoras, primero que me traigan a Araceli y a la abuela y luego ya Dios dirá.

Los días se siguen acumulando y ninguna aparece. Los guachos vinieron a la casa a preguntar si no necesitaba nada, pero mientras uno me preguntaba un montón de cosas, los demás anduvieron husmeando por toda la casa. Ahora me doy cuenta que el alhajero de la abuela, donde guardaba sus ahorros, ya no está. Esos pinches guachos me robaron y ni cómo ir a quejarme, lo único que me ganaría es una madriza. Lo que había de comer ya se está acabando y eso que ni he comido bien. No quería moverme de aquí pa’ cuando vuelva la abuela, pero mejor mañana me voy a trabajar a la central de abasto, de chalán o a ver de qué. Ni modo, de algo hay que vivir, si es que a esto se le puede llamar vida.

Me preguntan por la abuela y no está, aún no regresa. Ni sus regaños, ni sus brazos paleando por todos lados para encontrar a su hija. No está Araceli ni sus besos cariñosos con el hijo que no quería tener, pero su madre le prohibió abortar. Me lo dijo mamá Maguito el día de mi cumpleaños. Mi abuela lleva siete días sin volver a casa. Me duele el estómago de hambre y de llorar. Si ya chillé un montón no entiendo por qué me siguen saliendo las lágrimas. El corazón no se cansa de llorarle a su ausencia.

Ya son ocho años de la desaparición de Araceli y el primero de mamá Maguito. Hoy estoy comiendo mi torta de milanesa, pero me sabe mal. Mejor dicho, no me sabe a nada. Se me atora en la garganta y me empieza a doler el pecho. Ojalá que, en una de esas, me dé un infarto pa’ poder reunirme con ellas. Al terminar de comer debo seguir cavando la fosa. Al menos al trabajar acá puede que las encuentre un día de estos. Es el día de la Asunción y mamá Maguito también le tenía fe. Solo por ella le llevaré una veladora a la iglesia, a ver si a mí me hace caso y me trae de vuelta a mis desaparecidas.

4 comentarios

  1. Dura, conmovedora y bien contada historia. ¡Enhorabuena, Liz!

  2. Magnifico relato,Liz. Sentí un nudo en el corazón. La historia está tan cerca de la realidad que detiene la sangre. ¡Felicidades!

  3. Una historia con mucha realidad y una verdad que pasa muy a menudo, autoridades corruptas que sólo dan justicia a los poderosos.

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