Mudarse al campo había sido una medida desesperada ante su incapacidad de lidiar con un hijo diferente. Jacobo era incapaz de hacer amigos, era incapaz de jugar de forma normal o hasta de tener una comunicación fluida. A Sofía está situación la estaba llevando al límite. Necesitaba con urgencia un respiro. Cuando surgió la oportunidad de dejarlo todo e irse a vivir a la casona de su tío abuelo no lo dudó ni un minuto. Sofía estaba segura que estar lejos del bullicio citadino les haría bien a ambos o al menos eso se repetía así misma.
Pero nada más llegar a la casona el peso de la realidad cayó sobre la joven madre. Jacobo se negaba a ingresar por el portón, pataleaba y maldecía entre gritos. Sofía era incapaz de entender el porqué de esa conducta. La mujer pasó varias horas intentando, por las buenas, que el niño pusiera un pie dentro. No tuvo éxito. Finalmente terminó por amenazar al niño diciéndole que lo enviaría con su padre si no entraba. Jacobo cruzó la puerta, pero al caminar por la casa escondía su cabeza dentro de su camisa. Evitaba mirar al frente por todos los medios.
La casa era vieja, pero estaba bien iluminada. Sofía la mantuvo limpia y bien acondicionada para que Jacobo se sintiera cómodo. Sin importar lo que hiciera la actitud del niño no cambiaba. Por primera vez Jacobo prefería estar fuera de casa y esconderse en el jardín. Para Sofía estar lejos de su hijo fue un regaló que le permitió descansar por varios días. Aunque sus preocupaciones pronto regresaron.
Cuando Jacobo veía al ángel de piedra que decoraba las escaleras fijaba su mirada en él. Parecía atascado por un momento antes de salir corriendo y ponerse a llorar. Cuando Sofía le preguntaba a su hijo lo qué ocurría, Jacobo decía que el ángel lo miraba con odio. Otras veces Jacobo mencionó que el ángel quería jugar, pero que él no quería. La madre dejó de darle importancia y se limitó a observar cómo su hijo salía corriendo cuando pasaba frente a la escultura. Era cierto que la figura tenía algo especial pues sus ojos a diferencia de su cuerpo de piedra eran de cristal y brillaban cuando la luz del sol los iluminaba. Era posible incluso ver un ligero resplandor verde en ellos. En lo demás no había nada especial en la figura. Parecía solo como un niño alado. Sofía pensó que propiciar el contacto de su hijo con la figura podría hacer que Jacobo le perdiera el miedo. La bajó de su pedestal y la colocó en una repisa en la habitación de Jacobo. Cuando el niño vió la escultura en su cuarto comenzó a llorar y le rogó a su madre que la sacará de ahí, pero ella tajante dijo que no lo haría. ” Ese ángel cuida de tus sueños” mencionó antes de cerrar la puerta con llave. Esa noche Jacobo no paró de llorar hasta que lo venció el sueño.
A la mañana siguiente Jacobo amaneció muy comunicativo. Todas las cosas que veía a su alrededor le llamaban la atención, preguntaba por el funcionamiento de cuánto artefacto encontraba en la casa y por primera vez prestó atención a lo que su madre tenía que decir. A diferencia de otros días no piso ni por un momento el jardín. Por primera vez conversó con Sofía cómo tanto ella había anhelado. La felicidad que la madre sintió sólo se vio empañada por los llantos nocturnos de Jacobo. Llantos que no pararon hasta el amanecer. En un principio Sofía se vio tentada a visitar la habitación del niño, pero pensó que era otro berrinche. Estaba harta. Al despertar esperaba encontrarse con la peor versión de su hijo, pero en cambio, el niño curioso y comunicativo volvió a recibirla. Esa tarde los dos comieron juntos por primera vez en muchos años, pero por la noche los llantos regresaron. Las semanas siguientes el ciclo se repitió, pero con el paso de los días los llantos nocturnos se iban haciendo más débiles y espaciados. Sofía estaba segura de que si dejaba las cosas como estaban llegaría el punto en que los llantos desaparecerían por completo.
Llevaba una semana completa sin lloriqueos. Se sentía libre. No sabía lo que había ocurrido, pero creía que el ángel de piedra había obrado algún tipo de milagro. En agradecimiento quería prenderle algunas veladoras. Dejó la casona para comprarlas y al regresar encontró a Jacobo en la ventana. Estaba intentando tirar al ángel de piedra por ella. Sofía llegó en el momento oportuno para evitarlo. Molesta mandó a Jacobo a jugar al jardín, sostuvo la escultura entre sus brazos y observó al niño desde la ventana. A la luz del atardecer los ojos de Jacobo resplandecían con un tono verde en su interior. En ese momento Sofía entendió lo que había ocurrido. Se detuvo un momento a observar los ojos del ángel de piedra. Se habían vuelto opacos. Después lanzó la escultura desde la ventana. Sofía dejó las veladoras en un cajón y se fue a jugar con su ángel ignorando el lamento que escuchó cuando la piedra se rompió en pedazos.

José S. Ponce (México, 1995) Estudió Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Actividad que compagina con la lectura y escritura de literatura de imaginación. Fanático de la animación. Autor de la antología Bio-extravíos (Vórtice, 2024) ha publicado relatos en las revistas Río Grande Review, Exogénesis, Teoría Omicron, Espejo humeante, Retazos de ficción, Narrativa y Exocerebros. En los podcasts Cuentos del bosque oscuro y Noche de Terror. Y en la antología La extraña orquídea floreció en el sur. Cuentos de ecohorror.