El santo se propone recuperar un don que ha perdido; el pecador trata de conseguir algo que nunca fue suyo. En pocas palabras, vuelve a escenificar la Caída.
—-Arthur Machen
Siempre me repito la misma pregunta, tan antigua y maniquea. Nadie, ni yo, sabemos la respuesta. ¿Qué es lo bueno y qué es lo malo? Esa pregunta, pienso, carece de respuesta. Ya que si queremos encontrar un significado debemos plantearnos otra pregunta. Creo conocer la esencia de la respuesta, pero ésta no se halla en la fuerza del bien o el mal. No creo que sean fuerzas ni voluntades, sino algo más. Primero deberíamos preguntarnos ¿acaso conocemos el mundo? La respuesta ya la tenía incluso antes de escribir la pregunta, me voy a ahorrar la tinta y lo capcioso de la respuesta.
Otra vez, como en días anteriores la misma pregunta me vuelve a atacar y ya estoy cansado de buscar respuestas bajo el cielo y el sol. Es por ello que me dedico a lo que me dedico, porque el panorama es distinto, el punto de vista influye por otro horizonte, uno más oscuro y lúgubre, si no sabes por donde te andas. De la atmosfera que hablo es la nocturna. Porque vaya que esto que escribiré es verdad: las realidades son muy distintas bajo la luz del sol, que la luz que proyecta una linterna. Que unos lentes o unos binoculares. La luz de una linterna siempre es concreta y nos enseña más, la mía cuantos horrores no me ha mostrado ya.
A veces, me pongo tan moralista, pero no sirve de absolutamente nada, ¿por qué y para qué me digo todo lo que ya sé? Adopto este conocimiento como reglas universales, irónico, ni siquiera conozco el universo. Esa misma inquietud me hace abrir los libros y preguntarme: ¿cómo es que los llenan con tantas palabras? ¿Cuántas de mis lecturas han sido bajo la verdadera razón que sus autores le dan? ¿Interpretación? ¿Qué se puede interpretar de un crimen? Los hechos están ahí, inamovibles. ¿Qué vamos a interpretar? ¿Un hecho todavía más desagradable del que ya se muestra? Ese es mi trabajo. Igual que en los libros, los crímenes se escriben, no con letras ni tinta, estos son de metal y sangre y tierra.
El horror de lo cotidiano”, decía Lovecraft, ahora más que nunca es una lectura muy vigente. Espero no ser el único que coincida con esta acepción. Sus contemporáneos y maestros hablaban de otros mundos y realidades, incluso formas de ver la vida; velos que rasgar y verdades ocultas. Tan banal es el hombre que lo único que puede ocultar es su rostro y una navaja. Poe fue el padre de todos ellos y entendía el abismo, figurativo, que devora al hombre en su interior. El abismo de Lovecraft está plagado, el de Poe está vacío. Donde no hay nada ¿qué se puede esperar? Quien haya leído los cuentos de Poe me entenderá.
Pero ahora, ¿qué nos debe preocupar más? ¿Lo visible o lo invisible? Imagino que esta tarea le interesa más, tanto, a psicólogos como físicos, un vulgar policía qué va a saber. Él que está ahí viéndolo “todo”, haciendo estas reflexiones que tantas noches el insomnio le ha cobrado. Ahí entran los libros, la lectura es el único remedio que encuentro para volver a soñar. Me encantan los monstruos de papel. Sus autores, no sé, si eran muy valientes o tontos o sensibles. En algo estamos de acuerdo; sabían cosas, fuera y dentro de este mundo.
Cuando uno lee siempre se le antoja escribir. Y cuando uno vive necesita desahogarse, porque la vida es mucha, demasiada, para contenerla toda. Como si fuéramos botellas, que nos llenan de experiencias y los dementes las beben. Así he bebido de Poe y de Lovecraft. Ya varias veces me han regañado por llevar mis libros al servicio y también mi libreta. Siempre mis colegas me preguntan que cuándo sale la novela. Siempre les respondo lo mismo: ¿por qué quiero que me lean? Pienso que el materialismo nos ha hecho perder el rumbo de lo que vale la pena ser leído y lo que importa ser escrito. Yo no sé si lo que escribían Poe y Lovecraft era por ocio, morbo, o ganarse unas monedas extras, ¿una reputación? ¿Qué reputación tiene lo que estoy escribiendo? Ya he llenado un par de libretas, pero sólo leo lo mismo que con mis libros más frecuentes; crímenes. Crímenes como el que ahora voy a relatar:
Encontré una estrella, bueno, no fui yo. Solo llegué cuando ya la habían reportado. Era la primera vez que veía una, tan cerca y en ese estado. Estaba al costado de la carretera. Como otras noches llevaba mi linterna. A las afueras de la ciudad ya no hay alumbrado, solo el de los coches pasando con sus farolas encendidas. ¿Qué decir de la estrella? Estaba pálida, asumí que helada por su aspecto, ya no brillaba igual que el resto. Tenía ganas de llorar, pero a su vez me retuve, todos mis colegas estaban ahí, con la mirada perdida o enfurecida. Cosas como estas son las que me remiten a la pregunta inicial, siempre la misma Pero que, tras esta noche, me ha angustiado más. Hay algo, definitivamente, mal con este mundo. ¿Por dónde empezar a juzgarlo? Algo está muy mal, eso que vi no era lo correcto, esa estrella a la que siempre nombré así, porque cuando la desenterraron lucía como el cráter de algo que cayó del espacio. No voy a criticar a la naturaleza, pero me da nauseas pensar que quien haya hecho esto pertenece a nuestra propia naturaleza, aquí le doy la razón a Poe. Un León asesina una gacela para comer, las arañas devoran a su madre para desarrollarse, los árboles marchitan para volver a nacer. ¡Pero qué abismos Poe! ¿Qué abismos nos habitan dentro? ¡Lovecraft dime qué hay del otro lado de ese velo! ¿Será que todo es nuestra culpa? ¿Qué nos obliga a actuar? ¿Qué voluntad movió a ese asesino de estrellas? Yo no soy el mejor para contestar esa pregunta. ¿Pero quién sí? Lovecraft tenía dioses y a ninguno, estoy seguro, no le importaría este acto de “humanos”. Mirar al cielo y pedir respuestas no sirve de nada, es inútil, sobre todo cuando tu labor es bajo el cielo nocturno.
Cuando miro a la noche solo veo el abismo, le hace falta más estrellas. Ella no es la primera, ni será la última. Por eso trabajo, por eso escribo, para entender al asesino de estrellas. Para entender el abismo, dilucidar lo que mi pluma, al igual que la linterna, descubre en la oscuridad de mi mente.
(Celaya, Gto. 2000). Egresado de la Lic. en Letras Españolas de la Universidad de Guanajuato. Se tituló por la edición comentada El nocturno en sol (Chopin) y otros cuentos de Rubén M. Campos, que forma parte de la Colección Lecturas Valenciana (COLEVAL) de la UG. Fue miembro de la octava generación de escritores del Fondo para las Letras Guanajuatenses en el Seminario de Novela Jorge Ibargüengoitia. Ha publicado artículos de investigación, divulgación y cuentos en distintas plataformas y revistas digitales como Ruleta Rusa, Polen, Códigos Poéticos, Jóvenes en la ciencia, Fondo Espiral ¡Favor de interrumpir! y Penumbria. Obtuvo el primer lugar en el primer “Concurso de cuento a mano alzada” de la UG. Sus líneas de investigación en literatura son el Modernismo y el Decadentismo en Latinoamérica. Sus gustos por la lectura y la escritura son la literatura fantástica y el horror/terror. Es ávido lector de la Revista Moderna y su autor favorito es Emiliano González.