Aventura púrpura

En una habitación umbría y fresca, inundada de aroma a plantas diversas se ve a
Genoveva atareada en guardar yerbas secas dentro de unos frascos de vidrio: en
uno guarda las hojas de cierta mata, y como este hay muchos más que contienen
hojas parecidas entre sí; en otros potes guarda las raíces, en otros las flores, en
otros recipientes semillas; en otros se ve tierra roja, amarilla, gris… Le acompaña
la diminuta figura de Hada, quien tiene siete años y la mira atenta, fascinada. Sus
pequeños ojitos color canela brillan intensamente mirando cómo se mueve
Genoveva por entre sus frascos, abriendo aquí y guardando, abriendo allá y
sacando para ver las condiciones de esto y aquello; de todo este ritual en que
Genoveva le pide silencio y quietud; sentada en una vetusta silla de madera y
macramé, observa… nada comprende la pequeña, pero tal es el recogimiento que
percibe en esta labor que asiste sin pronunciar una palabra, pero su respirar indica
toda la emoción que le embarga. No son familia consanguínea, pero se quieren
tanto, más que si lo fueran. Después de un lapso largo, Hadita empieza a
canturrear:

-¡Voy contigo, voy contigo, anda, por favor, déjame acompañarte, señora Veva,
por favor!
-Niña querida, mi pequeño girasol, no sé si es seguro llevarte, a donde voy se
guardan sucesos incomprensibles y sorprendentes. Debemos caminar entre
matorrales, podríamos encontrarnos serpientes, y si se nos hace de noche, nos
podríamos encontrar con mapaches salvajes… o zorros… -suspiro- o algo más…
-Anda, porfis. Son mis vacaciones y no veo que mis padres me lleven a alguna
parte. Nunca salimos a ningún lado, yo te quiero acompañar, anda.
-Primero debo hablar con tu mamá, luego, ya veremos, ya veremos.

En eso sale Águeda, la mamá de Hada, vestida como acostumbra estar en casa,
con una larga bata de encaje negro.

-Ah, señora Águeda, qué bueno que la veo; usted sabe que todos los martes y
viernes salgo y regreso hasta muy tarde. Corto flores en el campo aledaño.
Plantas y flores medicinales… veo que Hada no tiene clases, son sus vacaciones
me dice, ¿le permitirían que me acompañe? – al decir esto una chispa púrpura
cruzó su mirada, apenas perceptible.


-Señora Veva, no creo haya ninguna objeción, la conocemos de toda la vida, pero
si me permite, acordaré con mi esposo y le confirmo en un rato.
-Me voy a preparar mi equipaje y una hora antes del mediodía pasó por la
respuesta y por la niña –volvió a iluminarse su mirada con ese destello purpurino-,
Hada, si no te dan permiso, no te enojes ni sufras, pero “la herbolaria” te sería útil
en la vida, -dijo levantando los ojos hacia Águeda con ese destello encendido otra
vez-. Nos vemos más tarde, Hada.

Y la señora Veva se alejó hacia su diminuto hogar cimbreando su enorme
falda lila con parches de grandes flores, cuadros, y su eterno cinturón lleno de
cascabeles diminutos que hacían su tintinear al ritmo de su andar. Antes de entrar
en su casa, se paró frente al sol alzando el rostro y con las palmas abiertas hacia
arriba empezó a cantar suavemente, muy suavemente:

-♯♫Que hoy sea un buen día, ♪♩bendita sea esta jornada sagrada, ♭♬ llena de
alegría ♯♫y plena de bendiciones para todos. ♮♬♭♩♪

Alrededor de ella pequeños remolinos de hojarasca otoñal relente por el rocío la
circundaban otorgándole una atmósfera mística, secreta… ¡y dulce expresión de
ensueño y algarabía!


Pasada una hora, Águeda se presentó a la puerta de la casa de la señora
Veva, no tuvo que tocar, la puerta se abrió de inmediato y le entregó un pequeño
paquete envuelto en papel de china morado, y la señora lo tomó sin comentar
nada, una muda sonrisa de complicidad; la señora Veva de inmediato le entregó a
su vez un tazón con un té –para el insomnio y la desnutrición del alma (le dijo)-; el
silencio y la sonrisa de mutuo acuerdo imperó. Águeda regresó a su casa portando
el tazón humeante, toda sonriente.

En punto una hora antes del mediodía, la señora Veva llegó a la puerta de la casa
de Águeda y Hada. La niña llevaba ahora un morralito de tela floreada roja.


-Adiós, mami, te veo en la noche.
-Adiós- y una lágrima rueda por el rostro de su madre; la ve tan grande y decidida.
La pareja de damitas camina calle abajo, el cansino paso de Genoveva se
acompasa perfectamente al de la pequeña, coloca su bastón sobre su brazo
izquierdo y de su enorme morral plumbago saca un sombrerito de paja con listón
colorado y se lo pone a la niña, voltea hacia atrás para encontrarse con la mirada
de la madre, la niña sigue la mirada y las tres sonríen, despidiéndose con las
manos como aves a vuelo hacia una tierra ignota.

Llegaron al final de la calle, ahí empezaba una fragosidad magnífica: flores
enormes de color naranja se balanceaban con levedad. Se detuvieron y la señora
Veva volvió a abrir su morral y sacó de él un bastoncito.


-Ten, es para ti.-¿para mí? – y la sonrisa le hace hoyuelos en las mejillas arreboladas.
-Sí, agárrate de mí falda con una mano, evita mirar hacia atrás, usa el bastón para
abrirte paso entre las plantas como haga yo; solo debes escuchar mi voz y el cato
de los pájaros. Si tienes sed, me dices. Nos acercaremos a la fuente.
-Sí- y al decir sí, su pequeño corazón latía con tal ímpetu que parecía salírsele.
-Caminemos- dijo Genoveva, y con su bastón dio tres golpecitos en la tierra,
inclinó la cabeza sobre su pecho, Hada la imitó sin pensar más, sin embargo,
Veva dijo: -haz lo mismo que yo- y con bastón en la diestra y brazo izquierdo se
abrió paso entre el muro de plantas, Hada se agarró fuertemente a la falda de la
señora Veva. Fue bastante complicado trasladarse, las matas eran bastante más
altas que ellas dos y durante su trayecto se abrían en una especie de arco por
donde se filtraban breves rayos de sol, de pronto vieron una claridad al fondo,
cuando llegaron a ella se encontraron en un valle de breve pasto silvestre; había plantas florecidas por todas partes y el viento traía un tintinear de campanas
diminutas envuelto en un aroma dulzón.


-Este lugar es maravilloso ¿aquí vienes todo el tiempo?
-Si ¿te gusta?
-Por supuesto… ¡me encanta! – y abrió enormes ojos, pero se soltó de la falda de
Genoveva y dio giros y vueltas a su alrededor, por momentos le pareció ver
infinidad de figuras diversas que le miraban de entre los arbustos y desde detrás
de los árboles, en eso oyó la enérgica voz de la señora Veva:
-Pequeña ¿no te ordené no soltarte de mí? – y sus ojos centellearon en púrpura un
coraje que no le conocía Hada.
-Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer. Te lo prometo.
Genoveva dulcificó su expresión diciéndole:
-Es mejor que no lo olvides otra vez. Caminemos para que no se nos haga tarde,
el tiempo sigue su marcha, hagamos igual. Estamos ya muy cerca de la fuente.
Toma mi falda otra vez y no la vuelvas a soltar ¿me entiendes? – otra vez ese
destello purpúreo en sus ojos tan leve como efímero, y la pequeña Hada ya no
dudó en lo que miraba.

Caminaron cerca de un arroyo de agua límpida y cantarina. Genoveva se detuvo
de pronto y sacó un mantel blanco de grandes flores bordadas de colores
diversos, lo extendió sobre el pasto y sus dimensiones parecían muy superiores a
lo que parecía doblado, luego, de entre su pecho sacó una bolsita verde, de ella
sacó cuatro monedas de brillante cobre y le dijo:


-Coloca una en cada esquina y no pises el pasto, camina sobre el mantel. Vente,
vamos a comer, -y cuando volteo había sendas viandas de carne, fruta, pan y
verdura. Un enorme manzano deja caer su fresca sombra sobre el mantel y ella no
recordaba si antes estaba ahí.
Comieron opíparamente y la niña sintió sueño:


-Anda, duérmete un rato- y Hada se durmió inmediatamente, pero entre sueños le
pareció ver que a Genoveva le salían dos enormes alas translúcidas con las que remontó el vuelo llenando su morral con plantas. Hadita intentó levantarse para
ver si lo que veía era cierto, pero tal era el sueño que le impedía siquiera abrir bien
sus castaños ojos; en algún momento Genoveva, entre su vuelo, volteó a verla y
ya no la percibió como la anciana con la cual llegó, tenía lozanía su cuerpo, tu tez,
su cabello de un castaño claro parecía flotar como un halo alrededor de su cuerpo
que volaba, y sus labios y sus ojos parecían púrpura…y Genoveva se llevó una
mano hacia su rostro, le hizo la seña de silenciar, y después le envió un beso que
al instante sintió sobre su frente y la niña otra vez cerró los ojos para soñar…


-Hada, despierta. Vámonos, se acerca la noche-, doblaron el mantel rápidamente
y lo guardaron junto con los trastes, al llegar a casa, no salía de su asombro Hada,
estaba callada, colorada, alegre. Al otro día, cuando fue a ver a la señora
Genoveva y le dijo:


-Tenemos un secreto, ¿verdad, señora Veva?
Recibió un guiño púrpura, nada más, acompañado de una sonrisa, y al
hacerlo, por una fracción, Genoveva adquirió el aspecto tan esplendoroso que vio
entre sueños Hada, el día anterior.

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