La tierra es redonda (fragmento)

Había una vez una niña, Paulina. Tenía cinco años, parecía pequeña, pero no lo era. Ella vivía en el país del silencio y sus papás en el de la indiferencia. A Paulina le daban miedo las noches, sobre todo cuando su papá se iba a trabajar a otras ciudades y no regresaba en varios días. Todo cambió cuando su padre le pidió a su primo que se quedara a cuidar a su familia. El tío era mucho más joven que el papá, un moreno de modos tiernos. El tío dormía con su mamá, en la misma cama; a media noche iba y se metía en el cuarto de la niña.

Al principio Paulina disfrutaba que su tío le tocara donde su mamá le tenía prohibido hacerlo con las manos sucias y donde se debía lavar bien con jabón, al bañarse. Ella nunca supo si el tío traía las manos limpias, eso la atormentaba un poco, pero éstas eran tibias, suaves.

Con el paso del tiempo el tío le enseñó a la pequeña cosas que llegaron a incomodarle un poco; ella obedecía, quería que el tío siguiera yendo a su casa, se sentía segura con él ahí, sobre todo en las noches con lluvia.

Un año después tuvo un hermanito, moreno y de piel suave como su tío, su padre decía que tenía todo el sello de la familia. Pasaron tres años, todos eran “felices”, hasta el día en que el papá recibió aquella llamada; cuando colgó estaba pálido, le contó a su familia que habían matado a su primo. Paulina se tapó los oídos con las manos, deseaba que lo que acababa de escuchar volara lejos.

Al día siguiente, en el sepelio, la niña se sentía triste y contenta a la vez, pensaba que su padre se quedaría con ellos en casa. La madre estuvo mucho tiempo desconsolada por la noticia, lloró días y noches. El padre no entendía por qué tanta nostalgia; pero sospechó.

Paulina nunca contó a su padre cuando éste le preguntó si sabía dónde dormía su primo cada noche que se quedaba en casa. La niña jamás mencionó que había visto a su tío y a su madre desnudos entre las sábanas y mucho menos lo que él le hacía a ella. Prefirió contar que su tío se acostaba en el sofá después de leerle un cuento y darle un beso en la frente. Su padre le creyó y todo siguió como si nada.

Al tío lo suplió un amigo de su padre. Pasaron los días y el hombre comenzó a dormir en la recámara de su madre, pero jamás con la pequeña. A la niña le hacía falta la protección de su tío, de su padre; el nuevo hombre se le olvidaba asegurar la puerta con llave, le tocaba a la pequeña hacerlo, antes de apagar las luces y pegar el oído en la puerta del cuarto de sus padres, hasta que su madre y el amigo de papá se quedaran dormidos”.

Mi nombre es Cecilia, curso el primer año de secundaria. Nunca he tenido novio. Odio la escuela, mi vida y quisiera que mis pechos se ocultaran bajo mi piel, como antes. Tengo dos hermanos y mi madre está embarazada.

Mi hermano Josué nació cuando yo tenía seis años, peleamos todo el tiempo, es un niño grosero, desde que nació me enfada pronto, mejor lo ignoro. Mi padre sale mucho de viaje por su trabajo, no sé realmente a qué se dedica. Hace una semana el maestro de literatura nos dejó de tarea escribir un cuento de una cuartilla. Llevé la historia de Paulina. Todos le entregamos al profesor las hojas escritas, algunos hasta un dibujo hicieron. La mitad del grupo lo leyó; yo no quise. Al día siguiente la psicóloga que trabaja en la secundaria llamó a mis padres. Ellos no se hablan desde ese día, mi padre está enojado y mi madre alega que soy una mentirosa con mucha imaginación.

Cuando llegó a casa, fue directamente a mi cuarto, entró sin tocar, yo esperaba lo que pasó, me jaló del pelo y golpeó, gritó y entre llantos me exigió que contara la verdad. La psicóloga también habló conmigo, estuvimos solas; guardé silencio. Las circunstancias me sellaron los labios, es difícil distinguir entre la verdad de mi madre y la que guardo en mi mente, estoy confundida.

Papá sigue enojado, está en la misma ciudad pero duerme fuera de casa. Anoche llegó con un par de amigas, dijo iba a presentarlas a mi madre, ella se encerró en su cuarto y yo en el mío, no estuvieron mucho, escuché poco después un portazo, me asomé por la ventana, vi a papá besar a las dos amigas mientras les abría el carro para irse.

Más tarde, mamá salió a la calle sin decir a dónde iba ni cuándo llegaría. Yo estuve sentada en la cama, viendo la oscuridad, mientras me aturdía el silencio, me dormí hasta que ella llegó. Hoy papá vino a decirnos que la semana que entra nos llevará a Matamoros con mi abuela, él se va de viaje un mes; mi madre dijo que ella no quiere ir con su suegra pero que lo hará por el bien de la familia. Todo es culpa mía, odio al maestro de literatura y me odio a mí y a mis padres, hubiera llevado a la clase un cuento de amigas o travesuras, para qué contar después de tanto tiempo lo que pasó entre mi tío, mi madre y yo. Me gustaría nuevamente ser la Cecilia de cinco años; habitar junto con mis padres bajo un cielo azul en el país de las verdades.

Este capítulo pertenece a la novela:

La Tierra es redonda, como la vida no es plana

Ediciones Del Lirio, segunda edición.

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