Ideas geniales en tres pasos

Nuestro cerebro está diseñado para pensar, pero no sin tregua como una máquina. Esta situación se hace evidente para mí en la escritura.  Cuando realizo un texto necesito espacios en blanco en medio del torrente del discernimiento para poder organizar lo escrito; lo que muchos llaman “dejar descansar el texto” pero lo que realmente descansa es el cerebro. Experimento los bloqueos mentales como si chocara con una pared en cualquier dirección que me mueva y salir de ellos me da la sensación de haber hallado el hilo negro de la situación, aunque se trate del problema más sencillo del mundo. Si persisto en encontrar la solución forzando los engranes del pensamiento lo único que logro es frustrarme. Terminó por parecer justo a lo que sé que no soy, un autómata.  

Y como si fuera obra de la travesura de algún ser divino, cuando la epifanía me atrapa, estoy en medio de una actividad totalmente diferente: lavando trastes, en medio del tráfico, haciendo ejercicio o en el baño. Cae como una cubetada de agua fría y después la sensación del infinito regocijo. Pero no es espontáneo como parece. El subconsciente trabaja, aunque nosotros no nos percatemos. Es un mecanismo orgánico que urde datos, visiones, fantasmas, recuerdos, etc. de manera casi mágica. Creo que se puede propiciar a que lo haga sin tanto esfuerzo.

Esto es lo que me ha funcionado. Primero me detengo, pierdo el tiempo un rato; ya saben actividades monótonas, absurdas y hasta tontas. Videos de gatos siendo lindos, algún juego de celular que no implique mucha destreza, videos divertidos en TikTok, que sé yo, algo que me haga respirar tranquila y evite el continuo dolor de cabeza. Estar apurados haciendo muchas cosas a la vez no es efectividad, nos engañamos a nosotros mismos y lo sabemos.

Se nos ha dicho tanto que es importante y digno de respeto estar siempre ocupados, que a veces sólo hacemos como que hacemos. Parafraseando a Vivian Abenshushan: “Sólo hay una cosa peor que trabajar en automático y es fingir que trabajamos”. Esa frase me dejó realmente helada. ¿A cuántas personas hemos escuchado hablar maravillas de su trabajo, cuando en realidad sabemos tanto nosotros como esas personas que su trabajo es esclavizante y monótono? ¿Por qué no decir la verdad? O mejor aún, ocupar ese tiempo de farsa en hacer algo realmente satisfactorio. Vida sólo tenemos una, y sólo a nosotros mismos nos debemos la explicación de nuestra felicidad, además a nadie más le interesa tanto como nosotros imaginamos.

Con la simple desaceleración, mi cerebro reorganiza  datos, sin embargo no me da nuevas ideas. Después de que mi mente regresa de la necesaria visita al limbo, no retomo el trabajo de inmediato. Mantengo el tiempo en mi poder, pero de manera distinta. Lo que viene a continuación es la segunda fase; la de nutrición. Me alimento con información idónea para conjeturar. Datos que estimulan la parte de la imaginación que tenemos limitada cuando trabajamos mecánicamente.

En mi caso el proceso puede llegar a ser confuso. Siempre tengo un caos con la información que le doy a mi cabeza. Veo dos capítulos de una serie documental y lo abandono para continuar después. Leo dos o tres periódicos digitales a la semana, pero nunca completos. Tengo tres o cuatro libros que leo a la vez (algunos también los dejo para después). Abro infinidad de páginas web de diversos temas y leo sólo algunas partes de los artículos. Tengo bocetos de dibujos y proyectos de diseño en diferentes facetas de desarrollo. También entro a ver muros interesantes en Instagram y Facebook. Es como una lluvia de ideas o en este caso una explosión.

Sólo es necesaria una pequeña conexión en medio de esa diversidad para la idea genial o no tan genial. El detonante puede ser una palabra, una imagen, una frase etc. No queramos que las ideas iluminadas lleguen de inmediato, cada etapa puede tomarnos días, si es que ya estamos en un alto grado de intoxicación.

Creo que nuestro cerebro piensa los procesos creativos a paso lento pero seguro. Tenemos un número limitado de comodines de la agilidad mental por semana, pero imaginamos que son inextinguibles y no tomamos en cuenta todo el trabajo extra que ejecuta el cerebro en otras acciones. Una vez que la idea fantástica está en mi poder vienen los momentos de organización. Releo mi texto o el proyecto en el que esté trabajando y reacomodo todo fluidamente.

No soy un robot, lo he intentado y no puedo. De inmediato me afecta físicamente: dolor de cabeza, infecciones en vías urinarias, problemas digestivos, ansiedad y el terrible dolor de espalda que no me deja estar quieta. Tengo que encontrar los espacios para poder descansar, arrebatárselos a la jornada y no llegar al extremo de mandar todo al diablo. Me ha sucedido. Hay deberes de los cuales no podemos deshacernos tan fácilmente, pero como decía Cioran: “Prefiero una pereza inteligente y observadora a una actividad intolerable y terrorífica”.

A veces sucede así, justo en esos tres pasos: 1.-Relajarme. 2.-Nutrir el cerebro. 3.- Darle tiempo a la mente para que haga la conexión. Pero otras ocasiones cuesta un poco más de dedicación. Con la palabra dedicación no me refiero a un sobre esfuerzo sino a otra manera de ayudar a que las ideas lleguen; la admiración de los acontecimientos. Que bien podría ser el número 4.

La contemplación es pensar todas las posibilidades de lo observado, generar vínculos entre campos semánticos distintos de manera lúdica. Las ideas geniales son como metáforas. En ocasiones parece que una cosa no tiene que ver con la otra, sin embargo, encontramos la forma de hacerlas encajar, y al juntarlas resultan maravillosas. También es parecido a tomar fotografías de un mismo objeto o composición desde diferentes ángulos; de todas ellas vamos a encontrar la que tenga la magistral captura.

De niña hacia algo muy parecido a la contemplación. Cuando realizaba viajes de varias horas en camión, me ponía los audífonos y guardaba silencio mientras veía fugarse el paisaje en una mancha de verde difusa. Luego detenía esa visión y me enfocaba en un sólo color, roca o señal. Guardaba los detalles, por ejemplo, de un árbol, y me hacía preguntas, infantiles, pero al fin preguntas: ¿Cuántos insectos vivirán en él? ¿Cuántos años tendrá? ¿Cuántos del mismo tipo habrá en todo el recorrido? A ahora lo que conservo de ese entonces son montón de recuerdos divertidos de carretera vinculados a la música que escuchaba. Eso hacía, pero no fue hasta ahora que logré darle otro giro. La contemplación es un ejercicio y lo llamo así porque se necesita practica para lograrlo sin sentir culpa. Buscar esas posibilidades, da atajos al cerebro para elaborar más rápido la conexión del millón.

Algo que me despierta curiosidad son los mecanismos de contemplación de las demás personas. Estoy segura que no sólo los poetas, los literatos o los artistas tienen estas capacidades. Me encantaría conocer como ejecutan esta práctica los genios. Por ejemplo, Santiago Calatrava ¿qué hace para que anide en él la idea del diseño maravilloso funcional y perfectamente bien calculado de un puente? Tal vez alguno de sus momentos geniales se forjó en una noche lluviosa mientras observaba el agua caer en la ciudad desde un rascacielos ubicado en Nueva York. O Stephen Hawking ¿Cómo fue cuando desarrollo su última teoría sobre que el origen del universo? ¿De dónde vino el primer chispazo? Quizá mientras observaba las estrellas, o al ver sonreír a su esposa, o en esos momentos de ingravidez que disfrutó en el Centro Espacial Kennedy.

Sin duda alguna las ideas geniales son momentos de satisfacción porque son nuevas maneras de asomarse al mundo. Esos momentos de lucidez divina los tenemos todos, siempre están a nuestro alcance. Vuelvo a Vivian Abenshushan y a su libro Escritos para desocupados, en él menciona la frase de Stevenson: “El ocio no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas no reconocidas en los dogmáticos formularios de la clase dominante”. Ustedes que dicen ¿En dónde y cómo se ha urdido alguno de sus momentos Eureka?

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