Hoy me produce vómitos
pertenecer a este planeta,
pero entiéndase bien: sólo por hoy,
sólo por esta vez.
No se me tome por contrarrevolucionario.
– Eduardo Lizalde
Odio todos los días, ya no hay ninguno en particular, antes las cosas horribles me sucedían los martes o los domingos. Lavaba y llovía, o me caía, o se me perdía algo o me llegaban con una noticia de mierda. Ahora Dios se ha ensañado conmigo. Ya no respeta. Puede ser que inicia la semana o el fin de semana y ¡PUM!; me señala con toda la fe de la humanidad para incluirme en su lista de pendejos especiales. Es como si pusiera aprueba la tolerancia o quisiera sacar la praxis de mi terapia quincenal.
Llevo un año yendo a terapia. Al principio dudaba de su efectividad. Mire doctor sabelotodo, así como me joden a diario que amemos a la vida, que intentemos la dicha, que nos enfoquemos en lo bueno, que le echemos ganas, así debiesen respetar el derecho al odio, al querer morir, los deseos del suicida. Ustedes qué saben de la agonía por una ruptura amorosa, por el despecho laboral, por este cuerpo que no es sino una burla innecesaria. Es verdad que se acaba el mundo cuando a uno le llega el divorcio, cuando los hijos se van con su madre y arremeten cientos de alegatos que terminan nada más en injurias y demandas alimenticias y bancarias. Usted qué sabe del gozo por desear lo efímero, por la añoranza del largo adiós. Los suicidas, esos cobardes de ojos secos, secos como piedras de sal, han llorado todo y la única salida es esa; el eterno descanso, el dulce abandono como pastel de tres leches.
No abandoné ni al trabajo ni a mi hija. Aunque se diga lo contrario. Aunque se afirme ante tres jueces y yo agache la cabeza hasta encontrarle lunares a las hormigas. Sólo no resistí más. Caminé por la delgada línea de la desolación. Todos lo hacen, pero no lo reconocen, es como con los cometas, los fantasmas o los OVNIS, donde algunos se atreven a decir que los vieron, que sintieron su presencia o pidieron un deseo. Cuántas veces mis piernas no temblaron emocionadas como si se tratara de un adolescente en su primer roce carnal cuando ven salir el metro a toda velocidad del oscuro túnel. He estado ahí, al borde de mí, a mi propia locura, a mi propia salida. Y también ahí he estado solo.
Hay noches que me despierto llorando, sofocado, con las nalgas, las manos y las sábanas sudorosas, no hay remedio, aun mi desesperación estalla entre el invierno y yo no quepo en la cama. Paola se arrincona en mí, ¿quieres un vaso de agua? Me dice mientras se limpia la baba y se acomoda en mi pecho. ¿Qué estará soñando? He pensado que nuestros sueños se conectan y me siento mal por ella, pobrecita, de todos los hombres que habitan este mundo, escogió el peor. Tengo muchos demonios, un campo entero de ellos. Los traigo desde niño cuando orinaba la cama, cuando regresaba y hablaba solo y con las paredes impolutas. Mi memoria registra esos días como si fueran ayer, tantos traumas que regresan uno a uno en cada noche angustiosa que me dicen; por tu culpa, por toda tu culpa, eres tú, únicamente tú y a ti hemos regresado.
He vuelto a la Ciudad de México después de 13 años. Llegué un frío domingo de enero con cajas de libros y bolsas de basura llenas de ropa; lo que cabía en mi carro, todo lo demás lo regalé o lo tiré o lo olvidé en alguna casa. La ciudad sigue igual, con el hocico abierto, mostrando sus fauces cansadas y desdentadas, con colmillos artificiales, enormes y amarillentos, arrastrando su flemática lengua de avenidas y ciclistas, de peatones tristes, miles de ellos, abandonados al tabaco, a las tortillas amarillentas de las fondas, de su comida hecha básicamente con desprecio, prisa y bolillos. He vuelto a esta ciudad, más obligado por la soledad, la pobreza y la tristeza que por esperanza, y qué es la esperanza sino esa razón única, ciega y testaruda que nos hace creer en lo imposible.
Una última posibilidad, pues hemos caído muy al fondo.
Foto de Алексей Вечерин:
https://www.pexels.com/es-es/foto/hombre-edificio-acera-suelo-9563663/
Editor, escritor y promotor de lectura. Ex godín alcohólico, poeta frustrado. Ciclista emergente. Eterno padre de Camila.
He leído con interés casi morboso éste relato. Un interés que viene de la ilusa suposición de ser la madre de la tal Paola. Es decir, la suegra incómoda. Y créeme, me han temblado las piernas de terror y total impotencia al imaginar a mi única y eterna hija, durmiendo al lado de un suicida. El relato es crudo, y tan descriptivo, que sí alcanza a penetrar en mi médula ósea. Felicito al escritor, ojalá pudiera darse cuenta de lo que tiene y no del matrimonio perdido.
Hola, querida Sire. Por favor que no se confunda la exagerada ficción de la frágil realidad. Si algo tengo claro y que he aprendido de la tal Paola, es que se puede amar bonito, y para eso uno paga el amor con amor. No tengo intenciones suicidas, no más allá del teclado. Le mando un fuerte abrazo.
“Cuántas veces mis piernas no temblaron emocionadas como si se tratara de un adolescente en su primer roce carnal cuando ven salir el metro a toda velocidad del oscuro túnel. He estado ahí, al borde de mí, a mi propia locura, a mi propia salida”
He estado también. Saludos, Ricardo. Intrépido texto.
Gracias,Dayana.
Sí, locura ficcional o, a quién le importa sino al que escribe. Es maravillosa. Siempre me han gustado tus relatos, o cuentos o lo que sea que describa tus textos… y siempre intensos.