Y aún hay más

Vi cuando cayó desde el balcón. Yo misma lo empujé. Sentí un gran deleite al mirar cómo se estrelló contra el asfalto. Y contra todo pronóstico, quedó destrozado. Bien se lo merecía. Jamás hizo nada para ser mi compañero ideal, el que me había imaginado cuando acepté que se quedara a vivir conmigo.
Se mantenía alejado y exigía ser tratado como un rey.
Por las noches, cuando regresaba de la oficina, casi muerta de cansancio, él dormía muy quitado de la pena: los trastes sucios, la casa sin barrer, la ropa regada por todo el piso, tal y como yo lo había dejado al partir por la mañana.
En cuanto se percataba de que había llegado, empezaba con sus gritos y exigencias para que le preparara la cena.
Abusaba de mí, exigía todo lo que podía desear un ser tan egoísta como él. Creía que con sólo acariciarme o sentarse junto a mí, ya tenía asegurada: casa, alimentos, medicinas, ropa, y productos de belleza. Pues eso sí, sus correrías no las perdonaba, cuando salía por las noches, a buscar a otras para tener nuevas aventuras, yo tenía que esperar, aguantar mi soledad y dedicarme a limpiar toda la casa, incluso lo que él había ensuciado durante el día.
No podía más, necesitaba deshacerme de él, aunque no sabía cómo; cambiar la chapa de la puerta, era inútil, pues siempre encontraba la manera de entrar. Por ese motivo y en mi desesperación, lo aventé por el balcón de la sala, desde el séptimo piso donde está mi departamento.
Curiosamente el mismo número de vidas que él tenía, por eso, no me sorprendió escuchar, un momento después, sus maullidos tras la puerta.

1 comentario

  1. CRAY…NI UN ESCRITOR DECUENTOS PUEDE CAMBIAR LA REALIDAD

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