Útero errante

El cuerpo es un archivo viviente que necesita expresar lo que ha conservado en la memoria. Es el lugar donde se configuran el conocimiento y el pensamiento, un espacio de inscripción donde las improntas se construyen como parte de la identidad. Reflexionando sobre el cuerpo, hice un recorrido mental sobre el mío. Me gustan los pies pequeños porque puedo aún alcanzarlos para cortarles las uñas y untarlos de crema para que no se resequen. Los pies me sostienen y, por ello, los cuido y mantengo suaves. Procuro no pisar el suelo sin protegerlos; pienso que los pongo en riesgo si no uso zapatos o calcetines. Las bacterias están ahí.
Sigo recorriendo mi cuerpo, observando mis piernas. Esas las reconocí como mías hasta hace algún tiempo. Siempre las creí feas y de esqueleto. Alguna vez una compañera en mis tiempos de secundaria dibujó en una hoja de papel unos palos de escoba; esos hacían alusión a mis piernas delgadas y pálidas. Desde entonces no las mostraba, siempre usé pantalón para que las personas no se dieran cuenta de lo deformes que las tenía. Eso solo fue creencia mía, derivada del dolor que me provocó ese acontecimiento en la secundaria, pero yo era demasiado delgada y, por eso, mis piernas estaban en proporción con ese cuerpo también delgado. Hoy muestro mis piernas sin sentir vergüenza; son mías y también cargan mi cuerpo. Me siento sensual y bonita con ellas.
Estoy en proceso de soltar todo aquello que me causa incomodidad y presión social para mantener un cuerpo ideal que Naomi Wolf (2002) describe un “mito de la belleza”, es decir, una ficción social. Es un mito que impone una violencia estética a la que las mujeres se esclavizan algunas veces y son presionadas por tratar de cumplir con los estándares de una apariencia física, del cuerpo y hasta de la ropa. Esto a su vez está determinado por las tecnologías de género, es decir, por mecanismos, prácticas culturales y sociales que se imponen dentro de un contexto social e histórico para influir sobre las identidades de género, así como las relaciones de poder y de sometimiento asociadas a ellas, incluso las normas y expectativas de lo que se espera de un cuerpo.
Ahora me detengo en el vientre o abdomen (sinceramente, prefiero llamarlo vientre), ese que desde hace mucho se tornó flácido a raíz del nacimiento de mis dos hijos. Y así como mis pies, lo cuido mucho para que no se me haga demasiado grande o demasiado caído. Por eso es que las fajas siempre me han acompañado. ¿Será que por un lado las tecnologías del cuerpo se pueden observar en lo que hacemos con los cuerpos para controlar aquello que se sale del esquema de lo” perfecto”? Podría decirse que las fajas son parte de esas tecnologías del cuerpo. Desde que nacieron mis hijas he usado faja; me quedé una flacidez en esa parte de mi cuerpo. Desde entonces, las fajas me han acompañado a lo largo de mi vida, las tengo de todo tipo. Una amiga me contaba que cuando ella era niña también usaba faja, pero no era porque ella quería usarla, sino porque cuando menstruaba, la faja le sostenía el vientre inflamado por la menstruación. Las fajas tienen esa función, sostener el cuerpo para que no se caiga el vientre. Es una tecnología del cuerpo que responde a varios usos, entre ellos, el hecho de ayudar a mantener un vientre plano.
Me preguntaba por qué siempre ha sido una preocupación para mí el vientre. Hace poco, un médico encontró dentro de él un mioma que creció demasiado, sin embargo, nunca he tenido las complicaciones que padecen algunas mujeres por esto que crece dentro del vientre. El médico quiso quitarme la matriz porque decía que, si ya no iba a tener hijos, era el momento de quitármela. De ese acontecimiento busqué cuál era el valor del vientre de la mujer, pensando en algo más simbólico y no solo concebirlo como un aparato reproductor donde se pueden alojar a los hijos antes de “darlos a luz”. En Mesoamérica, por ejemplo, el vientre de una mujer está asociado a la tierra con el poder de la fertilidad. Es un lugar de origen, y el símbolo radica en que es un espacio de luz y nacimiento, donde la vida está ahí no solo cuando se tienen hijos, sino por todo lo que se funda dentro de él: el estómago, el intestino, el hígado, el bazo, la vesícula biliar, el páncreas, el útero, las trompas de Falopio, los ovarios, los riñones, los uréteres, la vejiga y hasta la vulva Me negué a que me extirparan el útero; consideré que no quería estar sin esa parte de mi cuerpo, tan poderosa.
Pienso, por ejemplo, que un vientre inflamado y porqué desde estos mecanismos y las presiones sociales sobre el cuerpo de la mujer, éste no es “estéticamente aceptable”. Las tecnologías de género responden, a su vez, a una serie de procesos heteronormativos de nuestro cuerpo. ¿Desde cuándo estas tecnologías han impactado el mismo y las ideas que tenemos sobre él, incluso nuestras sensibilidades? Judith Butler, al respecto, sostiene que las normas regulan, a su vez, el género y su materialidad, obrando de una manera performativa. La performatividad no se refiere a un acto individual de les sujetos, sino que a través de la reiteración del discurso se imponen los fenómenos que nos han de regular. Esta materialidad se realiza en el tiempo y, según Butler, adquiere un efecto de naturalización.
Es de observar cómo las metáforas y alegorías construidas en torno al vientre o útero han influido en nuestras percepciones sobre el cuerpo de las mujeres. En el “Timeo” de Platón, se describe al útero como un animal dentro de otro animal, y se atribuyen a las mujeres jóvenes problemas de salud como la histeria. Platón señala:

Los así llamados úteros y matrices en las mujeres —un animal deseoso de procreación en ellas, que se irrita y enfurece cuando no es fertilizado a tiempo durante un largo período y, errante por todo el cuerpo, obstruye los conductos de aire sin dejar respirar— les ocasiona, por la misma razón, las peores carencias y les provoca variadas enfermedades. (Platón, 2000,91)

Desde Hipócrates, en los Tratados se hace referencia a las enfermedades de las mujeres, aludiendo al útero como un órgano que se desplaza como un animal sin poder controlar. Para forzar el regreso del útero a su lugar, el médico Hipócrates recomendaba que se les hicieran masajes manuales e introducir un pedazo de tela perfumada en la vagina y dar a oler otro paño con un olor desagradable, de esta manera, el útero regresaba a la vagina, atraído por su olor (la tela perfumada) y tomando distancia del olor desagradable del paño. Así, nos vamos creyendo que olemos mal o que nuestro útero es impuro.
Estas narrativas históricas y filosóficas han contribuido a patologizar y controlar los cuerpos femeninos. Las tecnologías de género han contribuido a perpetuar y normalizar prácticas médicas que refuerzan la subordinación femenina e influido en la forma en que las mujeres entienden y experimentan su corporeidad. Aunado a lo anterior, pocas veces se habla abiertamente sobre los fluidos vaginales. Desde niña me avergonzaba y nunca me gustó manchar mis prendas íntimas. En algún momento temía que los olores desprendidos de estos fluidos pudieran difundirse y darme un olor general en el cuerpo, lo cual me parecía terrible. Nuestro útero se representa de manera culinaria, comparado con una pera, y nuestros ovarios con almendras. Esta comparación nos objetiviza, convirtiéndonos en comida, lo que se refleja en frases que, a menudo, se perciben como cumplidos hacia nosotras: “estás buenísima” o incluso “yo sí me la como”.
Existe una vergüenza generalizada en torno al estigma que se forma sobre la sangre menstrual, alimentada por los silencios que se mantenían en las familias para evitar hablar abiertamente del tema. Mi madre, por ejemplo, me dijo a los 11 años de edad “ya te va a llegar tu comadre” en lugar de mencionar directamente la palabra menstruación. En la escuela, nos separaban a las niñas de los niños para entregarnos un cuadernillo que explicaba brevemente qué era la regla, junto con una toalla sanitaria de “Kotex”, y esa era toda la información que se proporcionaba. Cuando comenzaba el ciclo menstrual, los síntomas se padecían en silencio. La primera vez que me llegó la menstruación, el desconocimiento me provocó un gran susto. A veces, recurría a una pastilla para aminorar el dolor y el agotamiento físico que acompañaban el periodo.
Ver la sangre por primera vez resultaba impactante, y su olor característico también generaba incomodidad. Leah Hazard, al respecto dice: “si tienes un útero que menstrúa, ya conoces el estigma y la vergüenza”. Desarrollábamos una serie de prácticas o tecnologías para ocultar las manchas o evitar que alguien supiera que estábamos menstruando, como ponernos un suéter en la cintura, esconder la toalla sanitaria y preguntar si se notaba o si estábamos manchadas al usar pantalones. Usar ropa blanca estaba fuera de discusión. Tampoco se habla abiertamente de la infección y el dolor en el vientre, las caderas y las piernas durante la menstruación. Se sabe que la histeria de la mujer, le viene del útero y para calmarla había otras tecnologías de género pensadas para calmar las enfermedades que según los médicos padecían las mujeres en el útero. Por ejemplo, una ducha pélvica a presión utilizada para calmar la enfermedad.
Y así se podrían mencionar otras tecnologías que intervienen en el útero de la mujer, estableciendo códigos, relaciones y experiencias sobre éste. Por ello, es imperante cuestionar las formas en las que se han construido las narrativas de las mujeres desde la visión androcéntrica y patriarcal. El útero debe ser repensado y resignificado desde un discurso encarnado sobre las experiencias corporales de las mujeres: “El cuerpo es una forma simbólica poderosa, una superficie en la cual se inscriben las reglas, jerarquías y aún más los compromisos metafísicos de una cultura, que se refuerzan a través del lenguaje” Mary Douglas. Las experiencias corporales de las mujeres, sus huellas y sus saberes, expresadas desde sus propios discursos, producen transformaciones no sólo individuales, sino también colectivas.

Fuentes:
Butler, J. (2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós.
Hazard, L. (2024) El útero. La historia secreta de nuestros comienzos. Penguin Random House.
Douglas, M. (1982). Natural symbols: Explorations in cosmology.Vintage.
Platón. (2000). Diálogos (Filebo, Timeo, Critias) (M.ª Ángeles Durán & Francisco Lisi, Trad.). Gredos.
Wolf, N. (2022). The Beauty Myth. How Images of Beauty are Used Against Women. Harper.

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