Algo la despertó. Sería una rama o un mapache, un gato callejero. Parecía sonar dentro de la casa, pero debía estar fuera y ella, en su somnolencia, colocaba esos sonidos en el primer piso. En una casa hecha de madera los ruidos inusuales son comunes, estaba acostumbrada. Es el viento, pensó, antes de cubrirse con las cobijas y dejarse volver a las redes del sueño.
Toc.
Toc.
Toc.
Tres golpes, uno tras otro. Incisivos y sin eco en la oscuridad de la noche. Dormía sola desde hace tres meses. Su matrimonio se había terminado de desmoronar entre discusiones y promesas de no extrañarlo. La cama era demasiado grande aún, pero noche a noche, poco a poco, sentía que se ajustaba a la medida de su nueva independencia.
Se levantó temprano. Tuvo un día ocupado. Era temporada alta, se acercaba el fin de noviembre y empezaban los días de mayores ventas. Después de meses de contar monedas, podía sentarse a ver cómo volaban prendas, zapatos y mascadas. Su tienda de moda femenina para todas las edades necesitaría un reabastecimiento de inventario. Ya sería preocupación de enero, ahora podía sentarse tranquila, pasar las tarjetas y desearle a todas sus clientas un hermoso fin de año.
Llegó tarde a su casa y con varias bolsas de compras. Estaba tan ocupada haciendo conservas, lavando ropa y cenando un austero emparedado de atún que cuando se fue a dormir, no recordó el incidente de la noche anterior. Alrededor de las tres de la mañana los ruidos la despertaron de nuevo.
Toc.
Toc.
Toc.
Abrió los ojos, comprobó la hora y se sentó en la cama. Tenía sed. Se cubrió con la bata y bajó a la cocina, bebió un vaso con agua y revisó la casa. Todo parecía normal. Prefirió no asomarse por las ventanas, el bosque nocturno se llenaba de formas extrañas que asaltaban su imaginación. Por eso en su casa las cortinas eran largas y pesadas, para evitar que en su mente una rama o un roedor se convirtiera en fantasma. Apagó la luz de la cocina y empezó a subir las escaleras al segundo piso, directo a su recámara.
Toc.
Toc.
TOC.
Los golpes sonaron más cerca. Se detuvo en seco, hubiera querido correr hasta su cuarto y cerrar la puerta, pero no iba a permitir que el miedo la dominara. Encendió la luz de la escalera y contempló la sala, la cocina, el comedor, la puerta de la entrada. Todo lucía normal. Subió las escaleras, a toda velocidad, llegó a su cuarto y cerró con seguro. No es miedo sino precaución, pensó sin profundizar en las elucubraciones de su cerebro. Se metió a la cama con la cabeza llena de recuerdos. Había sido ella la de la idea de vivir en la Picacho Ajusco, Martín nunca logró sentirse cómodo. Y ahora le tocaba estar sola en esa casa que había elegido para el felices por siempre. No podía acobardarse, lo imaginaba diciéndole “te lo dije” y no, eso no iba a pasar.
¡TOC,
TOC,
TOC!
Los golpes sonaron en la puerta de su recámara. Si hubiera una respiración conectada a ellos, podría escucharla, pero entre la oscuridad del cuarto y el desamparo de la noche, sólo el silencio le respondía. Ya era imposible analizarlo. Había algo, alguien o la sombra de alguien, detrás de la puerta. Se prometió no extrañar a Martín y no lo hizo, pero sí la idea de estar acompañada, de que otros oídos sintieran el mismo miedo. Que alguien más estuviera ahí, temblando a su lado, y fueran más de dos ojos fijos en la puerta, frágil frontera entre ella y el terror.
Toc
Toc
Toc
Los golpes sonaron pausados y suaves, como si pidieran permiso para destrozar la paz de su descanso. ¿Gritaría? Podía jurar que venían no ya de la puerta, sino del piso debajo de su cama. La angustia la inmovilizó, sólo fue capaz de mover los pies, apretándolos contra el resto del cuerpo. Deseó ser una mota diminuta de polvo.
“¿Quién está ahí?”
Las palabras irrumpieron en el ya insoportable silencio. No era a Martín a quien hubiera querido tener a su lado, no por el resto de su vida, aun si esa vida terminara esta noche. Pero alguien, quien fuera, que tomara su mano para decirle “todo va a estar bien, mañana cuando salga el sol, apenas recordarás que hoy tuviste miedo”. Pero estaba sola en una casa en medio del bosque.
Toc,
Toc,
Toc…
Los golpes sonaron más cerca. Tanto que si no los sintiera batir en su cabeza podría jurar que venían de su corazón.

Ferviente lectora de lo extraño y lo inusual. Amante de monstruos y extrañezas. Activa participante de talleres de escritura e incansable compradora de libros. Algunos de sus relatos y poemas han sido publicados en proyectos como Cuentística, Penumbria, Especulativas y Lengua de Diablo.
Buenísimo Ana
En verdad sentí con el personaje el miedo y el toc Toc Toc me hizo respirar lento