Esa tarde no imaginaba que se prolongaría la sensación de nerviosismo y suspenso que se había desencadenado en mi vida por la aparición de aquel hecho.
Cuando la conocí por teléfono y pedí referencias de ella me enteré que se trataba de una mujer sumamente hábil y que corría la fama que con ella nadie se aburriría una tarde o una noche. Sin embargo, lo que me interesaba es lo que platicamos respecto del contrato de venta de los derechos de mi novela cuyo manuscrito le había enviado con anterioridad. Por teléfono me había comunicado, entusiasmada, de que ya tenía lista la editorial adecuada. La entendí muy bien y me contagió con su entusiasmo. Yo sabía que se trataba de una agente literaria muy efectiva y que con ella siempre encontraría un buen contrato; que ella me representase ante las editoriales resultaba para mí una garantía. Me la había recomendado un buen amigo que impartía un taller de escritura creativa, así que nunca me pasó siquiera por la mente ninguna duda sobre aquello.
Se estaba nublando la tarde, porque aunque era temprano ya se había ocultado el sol. Un sinnúmero de nubes habían llegado lentamente y se habían posado en el cielo de la ciudad. Eso sí, el calor no se fue; al contrario, se quedó en forma de bochorno.
Cuando llegué a la oficina de mi agente, después de anunciarme con la recepcionista risueña, me preguntó lo que quería. Yo le indiqué que tenía una cita con la Señora Warwick y se lo comunicó por interfono.
—¿De parte de quién, perdón?
—De Max Torrealba. Dígale, por favor, que soy quien llamó esta mañana a las doce del día desde el aeropuerto de la ciudad de México.
—Muy bien. —sonrió, luego se puso el interfono en la oreja y por la bocina le indicó mi nombre.
La chica que me atendía tendría unos cuarenta años, pero aparentaba treinta, debido a la sonrisa tan agradable con la que atendía a todo tipo de persona. Si no fuera porque al servirse el café se le cayeran unas gotas en su falda no habría notado que se trataba de una falda de color beige claro. Pero así se fueron dando las cosas. Después de colgar el interfono me dijo —en un momento lo atiende—, y sonrió. Cabe decir que a todo mundo sonreía, no solo a mí, toda vez que después llegó una señora muy bien vestida y la trató así; así mismo entró un chico para entregar el periódico de la tarde y fue igual, muy amable y sonriente.
Mientras me atendía, me senté a revisar parte del manuscrito de mi próxima novela, me pareció que debía conocerlo. En silencio empecé a leerlo:
“Y así seguí caminando por el bosque, platicando con alguien que no era nadie, pero que al propio tiempo sabía yo que alguien me escuchaba, incluso ante mi abstracción en lo que pensaba, creía que me seguía un fantasma. El fantasma que todos los días encuentro cuando camino tiene una rara intención: trascender el tiempo y el espacio para decirme un secreto”.
Sin embargo, como la chica me había llamado la atención, no pude concentrarme en la lectura y regresé a ella pensando:
“No sé a los demás, pero al menos a mí me parecen maravillosos los ojos azules que tiene, porque hacen juego con su ropa, pues a la falda color beige le sigue una blusa color azul eléctrico y, por lo mismo, le luce más su mirada.”
Era delgada y un poco alta, su presencia engalanaba la sala, incluso, parecía que ella era la ejecutiva.
De pronto sonó el interfono y dijo: —“que pase”.
—Gracias — respondí—, y penetré a la oficina.
Una vez que entré, la secretaria cerró la puerta, le agradecí con una sonrisa.
Ya adentro, antes del primer paso, respiré hondo esperando encontrarme algo agradable, pero jamás lo que vi. Recostada en un sillón yacía el cuerpo de la señora Warwick como si estuviera dormida.
—No importuno? —pregunté.
Y un gran silencio inundó la habitación. Me acerqué con pasos lentos, observé que sus ojos cafés no se movían, me acerqué más y vi que la Señora Warwick no respiraba.
De inmediato corrí a la puerta, la abrí intempestivamente, grité:
—“¡una ambulancia, un médico!
Entendía en ese instante que la secretaria notaría mis ojos abiertos y fijos, estaba sumamente asustado. Por ello también tendría mis pupilas dilatadas, sentía reseca la boca, seguramente mi rostro estaba congelado en una expresión de terror.
—¡Rápido, es una urgencia!
Sin embargo, ella, con una extraña calma, tomó el teléfono, marcó un número y, fijando su mirada en la mía, soltó una discreta sonrisa y dijo:
—Al departamento de policía, por favor.

Nació en Gómez Palacio, Durango, México. (1952). Lic. en Derecho, abogado postulante, egresado de la Universidad Autónoma de Coahuila. Maestro en Derechos Humanos, egresado de IPOHUAC (Instituto de Postgrado en Humanidades, Universidad Autónoma de Coahuila, México); Profesor de Derecho en el Instituto Tecnológico de la Laguna, perteneciente al TecnMéxico. Desarrolla sus actividades con una pasión por la literatura que lo cautivó desde muy joven y se intensificó a partir de la pandemia del COVID 19, período en el cual cursó un taller de Escritura Creativa en la Escuela de Santiago Lasch, de Argentina; después cursó un diplomado de dos años en la Escuela de Escritores y Cinematografía Sergio Galindo, en el Estado de Veracruz, México. Actualmente cursa un taller de Escritura Creativa “Yo es otro” con el Profesor Julio César Félix, desde Saltillo, Coahuila. Yo es otro, es un espacio y oportunidad para atender la lectura de textos poéticos y otras manifestaciones literarias de autores reconocidos en el mundo de las letras (nacionales e internacionales), así como autores de la región lagunera, y de Coahuila en general; así como la creación de los mismos asistentes.