Sé que no esperabas mi visita. Mi primera opción era una carta que de hecho preparé, mas temí que después de todos estos años sin saber el uno del otro un simple papel fuera suficiente.
Te confieso que también temí que hubieras muerto, por eso me di a la tarea de regresar al pueblo hace unos días. Nadie me reconoció, naturalmente, pues era muy chamaca cuando me fui, después del incendio en el ranchillo ese. Supe que te fue mal, que te hundiste en aguardiente y nunca te volviste a juntar con ninguna mujer; no me extraña: no sólo te gustaba arder en alcohol, también en ira; por eso casi nadie te aprecia en la región y te viniste a vivir hasta estos baldíos, lejos de todos. Parece que dejaste de fumar, en cambio yo siempre cargo con tus hábitos, con mis cigarros y mis cerillitos.
Me apena tanto tu soledad porque yo estuve mucho tiempo así, solita, contemplando el mundo en tonos grises, con las nubes cargadas de lluvia en mis ojos, sin hallarme… hasta que conocí a José, entonces los paisajes cobraron vida.
Es un gran hombre, me enseñó a leer y escribir; nos acoplamos muy bien porque le apasionan las mismas cosas que a mí y podemos confiarnos los más íntimos secretos: conocemos todo el uno del otro. Él ha sido mi única familia en estos años.
En cuanto a ti, quisiera decirte que te he echado de menos, pero es muy difícil… muy difícil. Hace tiempo que no logro dormir, tengo una pesadilla recurrente en la que te haces presente, colérico, descargando tu ira sobre mí, advirtiéndome que la próxima vez que me sorprendas con mis jueguitos estúpidos, no tendrías piedad. Me descubro llorando, con la sangre molida y las manos atadas a la estructura que sostiene el anafre de mamá. Mi cuerpo cansado logra conciliar el sueño, pero enseguida despierto en aquel ranchillo, junto al viudo asqueroso ese, lueguito de que me cambiaras por un par de vacas y un borrego; después todo el cielo se oscurece, miro el granero quemarse a lo lejos, mientras escucho galopes mezclados con los susurros del viento que me envuelven en una sensación de libertad; cierro los ojos, sin importar qué tan lejos pueda llegar, si voy de un lugar a otro, no importa, sigo avanzando, dejando cenizas tras mis pasos, hasta que tu furia y tus golpes me alcanzan y me hacen caer del caballo. Vuelvo a llorar, vuelvo a dormir.
¿Has tenido esa sensación de estar en un sueño, dentro de otro sueño y no saber cuándo va a parar? La verdadera pesadilla es cuando abres los ojos y te das cuenta de que la realidad tiene muchos huecos en donde esconderse. El fuego me salvó muchas veces, pero no de ti, papá.
No puedo seguir con esta nostalgia que ahoga mi pecho, quiero sanar mi relación contigo, dejar todo esto atrás, por eso José y yo decidimos venir a verte, para estar bien y seguir adelante.
Siento mucho que todo sea tan sorpresivo, temí que no quisieras verme o escucharme, porque no comprendía si yo te causaba muchos problemas o simplemente no sabías qué hacer conmigo después de la forma en que murió mamá. Sé que fue muy duro para ti. Ahora se dio la oportunidad de aclarar todo, al mirar tus ojos cristalinos y tu cuerpo amordazado, tengo la certeza de que en el fondo lo que yo te provocaba era miedo. No puedo más que sentir compasión.
Bueno, ya es hora de marcharnos, disculpa que nos retiremos tan pronto y los malos modales de José, pues a veces suele ser muy brusco, seguramente no tendrá la delicadeza de pedirte que salgas de la choza, antes de hacerte arder definitivamente.
Estado de México.
Socióloga y pedagoga. Coautora de “Sociología: así es nuestra comunidad”, “Cada loco con su tema”(Antología, concurso internacional de cuento breve), No. 11 de Revista Crisálida “Nahuales” y en el Número 01, Vol 2 de Narrativa, revista digital.
¡Muy buen cuento! Felicidades, te mando un abrazo ¡Que talentosa eres!
¡Muchas gracias! 😊 Abrazo de vuelta.