Paradojas infinitas y otras microficciones

Paradojas infinitas

Emergemos de un cenote femenino, engendrados por amor, odio o descuido, somos amados y odiados desde el vientre, el hogar, la familia; atemorizados por payasos y viejos que huelen mal; crecemos acosados y amparados en la escuela, el barrio, la universidad, la fábrica, las oficinas, asilados en las apariencias para sobrevivir; víctimas y verdugos en calles y avenidas; blasfemados y bendecidos por misioneros y pordioseros; ignorados por meseros y burócratas; festejados y rechazados por mascotas; abominados y adulados por herencias y condenados por efímeros éxitos; devorados por malos recuerdos que llegan puntuales tal eficientes cobradores; detestamos la vejez, despreciamos nuestros cuerpos, tamaños, colores, lunares, cabellos y nos engañamos con vestidos de lujo; desdeñamos caricias y sinceras y buscamos falsas relaciones; residimos juntos y estamos separados; somos nuestros propios enemigos íntimos, gemelos idénticos que, furtiva y aviesamente, intercambian nombres.

Memorias

El anciano me invitó a sentarme con él en la plaza de los héroes y me preguntó si yo veía sus recuerdos: algunos se esconden detrás de las estatuas, otros corretean tras las palomas, no faltan los que se van con los globos y no vuelven nunca más; lo más cariñosos se acomodan al lado de otros ancianos y les cuentan historias como si fueran las suyas, cuando aparecen parejas de jóvenes mis nostalgias se cargan de ilusiones y danzan alrededor de ellos; a veces, viene alguien que ha perdido a un ser muy querido y mis recuerdos lo amparan, le recuerdan los instantes felices y se vuelven viento para susurrarles en los oídos que ya son parte de sus memorias. Son tantas las reminiscencias que no estoy seguro si todos son míos o son los de aquella anciana contándome sus historias para que me sienta mejor creyendo que aún tengo algo por recordar.

El encuentro

El desconocido me abordó en la calle, una amplia sonrisa y la mano extendida lo precedió; me habló como si fuéramos amigos de la infancia, “tantos años y te reconocí pese a tus canas”. Se sentía feliz de haberme encontrado y me dio pena decirle que yo no era quien él pensaba, dejé que siguiera nombrando a supuestos compañeros de curso, de un colegio en el que nunca estuve, que recordara un parque, una ciudad que no conocía, en la que, según él, jugábamos con pelotas de trapo, se entristeció contándome de algunos conocidos que habían muerto y de su padre que había fallecido en un trágico accidente automovilístico; me sentí compungido por él y dejé que hiciera un resumen de su matrimonio y de sus hijos profesionales, hasta que, de pronto, me descubrí contándole anécdotas de gente que él mencionaba y yo parecía conocer desde siempre.

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