“Existen entre nosotros varias memorias. El cuerpo y el espíritu tienen cada uno la suya.”
Honoré de Balzac
Los recuerdos vienen muy bien empaquetados. Nos muestran esas capas de las que no podemos huir. Un imaginario en nuestra mente supeditado al sistema nervioso, a todas esas terminaciones que fluctúan y nos hacen tener sensaciones, señales entre el cerebro y el resto del cuerpo que controlan nuestros movimientos y pensamientos, obligándonos a sentir. Estamos sometidos al sentimiento. Es como una pelota pequeña que rebota y rebota y nada la puede parar hasta que se desliza y detiene, mostrándonos una sola cara, positivo o negativo.
Dicen que el cuerpo tiene memoria, que los músculos por ejemplo, se acuerdan del momento en que los ejercitabas y actúan en consecuencia, dándote los resultados que esperabas en corto tiempo. En el cerebro se inserta el pensamiento, una liga que se estira o se contrae de acuerdo a los estímulos que se le otorguen: emociones, dolencias, pasión, etc. Situaciones que al final se convierten en recuerdos. La memoria es un caudal de registros que, a la larga, comienzan a perecer si no los alimentamos, la información se va perdiendo, y nos llenamos de olvido. ¿Pero qué es el olvido? Pudiera ser un ente que camina entre los espacios de nuestro inconsciente. Nos invade y enloquece, nos sumerge en la desesperación y no encontramos más que pérdida y omisión.
Heráclito decía que todo, absolutamente todo se encuentra en un constante cambio, nada permanece. Si esto es así, pudiera ser que, al perder a un ser amado, nuestra memoria cambiaría de recordar a anular. O simplemente a dejar en el olvido. Pero muchas veces con un simple olor, una fotografía, una textura; el recuerdo salta como el payaso de la caja, y nos incomoda o emociona. ¿Cuántos de nosotros podemos o queremos en realidad olvidar?
Las más de las veces los seres humanos estamos en un constante juego sicológico. Queremos recordar lo irrecordable, lo que nos puede hacer daño. Nos salpicamos de dudas y emociones encontradas, como en el cuadro colgado de la pared en una exposición. Por más que busquemos lo que el pintor nos quiere decir, no lo entendemos, es más fácil apegarnos al título de la obra en si. Nos pasamos la mayor parte del tiempo actuando acorde a la rutina del día, esperando a que caiga el telón con un fuerte aplauso. Y si en alguno de los actos, al que con anterioridad ponemos un título, no nos gusta. Sera motivo para cargar durante un buen rato en nuestro inconsciente. Aunque el mañana llegue, y entonces: ¿Dónde queda el olvido? Nuestra memoria sigue actuando en consecuencia.
Si pensáramos como Aristóteles que decía: la memoria no es un juicio ni una sensación. Sino un estado de afección del juicio o la sensación cuando ha transcurrido un tiempo. Con la memoria podríamos contemplar el pasado, y al traer estas impresiones, las convertiríamos en emociones y no en juicios. Por lo tanto, nuestra vida no la dividiríamos en actos dolosos, o felices.
Hoy, nos disparan todo el tiempo con el positivismo: sé feliz, sé positivo, no cargues, perdona, ama. Es agotador. Si nos pusiéramos a pensar que la decisión es cuestión de un momento, no perderíamos el tiempo en intentarlo constantemente. La realidad es aunque suene a cliché, que debemos ir día a día armando la vida de acuerdo a las situaciones que se nos presentan, no traer las remembranzas que podrían arrojar miedos, dudas.
Alguien decía que el espíritu es la morada del pasado sin residir en el presente, mientras que el cuerpo es la morada del presente. Y si la morada es todo aquello que se habita, los recuerdos deberíamos de dejarlos en el pasado. Seguir cargándolos y trayéndolos a nuestro día a día, nos hace el camino más molesto. Pero creo también que los recuerdos deben morar en nosotros, para seguir creyendo, seguir evocando y no perder en los pasajes de nuestra memoria a las personas y situaciones que nos han marcado de alguna manera en nuestro transitar.
Debemos conservar en nuestro inconsciente el espíritu de los seres que representan ese diálogo entre nosotros y los recuerdos. En cada uno reside un espíritu que puede ser influenciado por nuestro sentir, por nuestra rutina diaria. Es consolador y calma nuestros temores, como un soplo vital que anima al pensamiento y nos da la capacidad de gobernarnos. Es nuestra esencia. Imaginemos esto: Ir transitando con cuerpos sin espíritu, sólo eso, cuerpos. El espíritu es esa calma que nos viene cuando llegamos y tocamos puerto seguro. Un lugar en donde nos sentimos tranquilos, en donde nuestro entorno establece con nosotros ese dialogo de apreciación. Si nuestro mundo es al revés, difícil establecer un diálogo, sería más bien una disputa. Entonces: Si la memoria nos traiciona o los recuerdos nos lastiman, iremos por la vida arrastrando el espíritu.
Nacida en México, D.F. Radica en Mérida desde 1989. Estudió el Diplomado de Creación Literaria con Literaria, Centro Mexicano de Escritores. Actualmente está en taller permanente de narrativa con los escritores Alejandro Espinosa y Alejandro Carrillo y en en el taller de narrativa del escritor Ricardo Guerra y el de Hipogeo de Víctor Garduño. Participa en el Taller Uayé de Adolfo Calderon Fue publicado su libro Isabel por Acequia Casa Editorial en octubre del 2018. Han sido publicados sus cuentos Xochicintli y Talika julio de 2012 y octubre del 2016 respectivamente, en Molino de Letras, Revista de Literatura y Humanidades dirigida por Eusebio Ruvalcaba (QPD). Cuento Armonía y otros… publicado en la Plaquette de Atorrantes, en 2017. Déjame pasar, cuento, publicado en Perversiones. libro del colectivo de Atorrantes, en 2019. Antologia de cuentos La Perra que Conoció el Mar”, publicación seleccionada por el Fondo de Ediciones y Coediciones Literarias 2019 del Ayuntamiento de Merida Participó en la Antología “Conexiones” con el cuento “Todo está en tu cabeza ” y “Discurriendo” publicado por la editorial Uno4cinco. Antologadora Mar Gómez. Acaba de ganar un concurso con su cuento “Pequeñas partículas salieron vaporosas” que será publicado en una antología que será distribuida en varios países. Participará con su cuento “Luna de Sangre” en una antología con varios escritores mexicanos. ( pronta a salir ). Ella ha declarado: “Escribir es una condición del alma”.
Nenita, que bien leerte, eso es como ese espíritu del que hablas, el que nos sigue constantemente para sentir el mundo entre realidades cotidianas y olvido detenido… No lo llevo arrastrando, el espíritu nos conforma, sino qué haríamos sin ello, sin el sentir que existimos en este tiempo y en otros al mismo momento. Qué bonito, gracias por tu texto.
gracias por compartir!
Estamos hechos de muchos momentos.
La mente es tan maravillosa que podemos aprender a lidiar con todo, como dices, con sentido de apreciación, como se aprecia la música que escuchamos de otros tiempos …aún de siglos atrás. Donde no existe la memoria pero si la imaginación, y las sensaciones que “evocan”.
Somos un todo.
Para mí, los recuerdos forman parte de lo que somos. No quisiera situar los recuerdos en un tiempo determinado. Van transformándose un poco a través de los años sin darnos cuenta. Los situaría en un “preconsciente” Siempre latentes y atentos. Siempre sorprendiéndonos.
Gracias por tu ensayo tan reflexivo,
emotivo e interesante. Ensayo que desplegaría muchas horas de reflexión.
Un abrazo !
Así es Alexia. Gracias por tu comentario