-Escúchalos, son ellos -le dice Daniel, mientras Ricardo tembloroso pretende salir corriendo de la casa. Es bueno estar atentos a lo que dicen.
Ricardo cierra los ojos, las voces se ciernen en su cuerpo, como una mano fría perforando la carne, porque ahí en esa habitación no hay nada, sólo oscuridad.
-Déjate de chingaderas, aquí no hay nadie, los fantasmas no existen, reclama aún con los ojos cerrados, tratando de ignorar sus miedos.
-No seas tonto Ricardo, lo sé, no son fantasmas, son ellos, las voces que aquí habitan desde siempre, murmullos que han estado aquí desde siglos, le explica.
-Nada, nada, esas son tonterías tuyas para espantarme, por eso me has traído hasta acá, me quieres asustar, pero se lo diré a mamá, ella… una voz quejumbrosa interrumpe a Ricardo…
…la luz… el espejo…una ciruela…la tarde…
Ricardo agarra la mano de Daniel, la aprieta, algo hondo toma su cuerpo, algo profundo como el abismo del universo.
-No tengas miedo, son las voces, no hacen daño, sólo están ahí.
-Ahí, ¿dónde?, las palabras de Daniel no logran apaciguar el temor y busca en la penumbra el lugar de dónde proceden las voces.
…Saltar adentro…elevar, bajar…la canica es un ojo tuerto…
-Las voces vienen de todas partes, están ahí, se transforman, cambian, a veces mueren, pero nacen otras, no se van, somos nosotros. Lo he pensado muchas veces Ricardo, nosotros somos también las palabras.
-Nosotros somos nosotros, Daniel, no seas tonto…
-No, no somos más que palabras. Daniel, Ricardo, mamá, papá, Ana, son palabras, puras palabras.
…un diente muerde el silencio…la casa habita el mundo…la torpeza del hambre…
-A qué juegas, estas son cosas sin sentido, Daniel, tú y tus ideas, crees que eres más listo, pero mírate diciendo puras tonterías, y esas voces, ja, debe de ser una grabadora, ¿no?
Ricardo comienza a buscar a tientas, trata de encontrar un apagador, una ventana, busca algo de luz para iluminar la casa.
-No hay luz Ricardo, aquí no hay nada de eso, pero también aquí está todo.
– ¡Bah! Tonterías, tonterías, Daniel.
…yo no quieren trabajar…el tiempo vuela alto…el cielo sabe que la vida es un delfín…
-No hay coherencia en lo que dicen, no dicen nada. ¿Por qué?
-Las palabras no dicen nada, Ricardo, están ahí, van y vienen, están en todas partes, son todo, son Dios, la Muerte, el vacío.
-Y si no dicen nada por qué dicen lo que dices, dime. ¿Por qué puedo entenderte? ¿Por qué en el colegio nos enseñaron todas esas cosas de la gramática, del lenguaje, la escritura?
-Porque hemos intentado atraparlas, domarlas, hemos intentado ser dioses, pero somos seres tan miserables, corruptos, Ricardo.
…vas a salir ahora del tumulto del mundo…fluyendo encima de mí como el agua…la aurora entra con sus pies diminutos…una moneda es un sol que se incendia…
-No te comprendo, son todos esos libros que lees, esa poesía aburrida, esos versos que nadie entiende. ¿Es eso, no es así?
Daniel lo toma del brazo, no hay violencia, lo conduce despacio por la casa, la casa en ese instante es un prado verde, hay árboles, un lago, la luna los ilumina, el rostro de Ricardo está empapado de sudor, a sus trece años no logra comprender lo que sucede, Daniel un año menor, lo conduce por un camino infinito.
….se extiende sobre el mundo… cosquilleando cerca de la orilla del mar… mañana de verano brillante…
Se detienen en un vado, Daniel acerca su mano al rostro de Ricardo, cierra los ojos. Sólo queda la oscuridad, al fondo unas palabras incomprensibles, el chapaleo de la muerte.
…los artificios y el candor del hombre no tienen fin…
-Somos sólo palabras, Ricardo, palabras… Todo se oscurece.
Carlos F. Ortiz. Chilpancingo, Guerrero. Ha publicado los libros Sueños prosaicos (1999), Poebrio (2000), Trenes para nombrar la soledad editado (2012), Adoraciones de la ausencia (2013), Anatomía de una hoja (2011), Balada para Pereza (2013) y Desquicios cuerpos en llamas (2015) y Todos quieren una beca (2024) .