El amanecer coloreó la cúspide de la montaña de un tono tan anaranjado, que lucía como si un fuego fatuo amenazara con derretir la nieve de aquella cumbre desconocida para la humanidad. Sólo la impávida figura de Xiao Tà, el último sobreviviente del monasterio Huǒ-shé, no presenció aquel maravilloso espectáculo. El monje se encontraba en trance, bajo su túnica, el latir de su pecho retumbaba como si tuviera dos corazones. «¿Me escuchas, Xiao Tà?». El hombre parecía una estatua. Dentro de su mente, la voz de Zǐ lóng resonaba. «Se nos está acabando el tiempo».
De la espalda de Xiao Tà, emergió la figura de un dragón proveniente del tatuaje que le cubría la piel: la marca maldita que le recordaba su juventud y el exterminio de los curanderos de la aldea Lóng, quienes, según la leyenda, habían sido antiguos domadores de dragones. A modo de venganza, las mujeres que sobrevivieron al genocidio comenzaron un ritual contra el mercenario que duraría cuatro días y cuatro noches, con lo que le augurarían la peor de las muertes.[1]
Pero Xiao Tà fue liberado a la mitad del rito debido a un oportuno golpe militar contra la ocupación china, consiguiendo que el escozor de su espalda, en una interrumpida primera fase, fuera el inicio de su redención. Al principio, Xiao Tà se sintió envenenado y creyó que el pigmento contaminaba su sangre y lo mataría por dentro. Incapaz de aguantar el dolor en público, escapó de su tierra natal, Huǒ shé, la aldea de la serpiente de fuego, seguro de que, pese a su inminente muerte, les había asegurado a los suyos la supremacía tibetana.
Zǐ lóng miró a Xiao Tà, quien seguía sin romper su pose de meditación. Lo rodeó con su cuerpo escamoso y se elevó en el cielo mientras incrementaba cada vez más su tamaño. El dragón buscó con la mirada la cima de una montaña que había descubierto la última vez que salió del cuerpo del monje. «Ya han pasado mil años y aún no puedo hacerlo, el tiempo se nos está acabando, aunque hay quien cree que los dragones tenemos vida eterna», pensó.
El dragón, que alcanzaba ya los quince metros de largo, miró bajo de sí a las cabras de monte saltando entre los picos más alejados de la montaña. Zǐ lóng observaba la nieve, incapaz de derretirla como hacía el amanecer, pese a ser un dragón. Con las garras de sus zarpas empezó a rascar en las rocas congeladas buscando un brote de la mítica yerba Yào huang.[2] Estaba exhausto. En el cielo sólo se apreciaba una silueta que se reducía cada vez más hasta desaparecer entre las nubes que de a poco se oscurecían a lo lejos. Un minúsculo Zǐ lóng volvió a la espalda de Xiao Tà y este rompió su momento de iluminación.
—Sé que no la encontraste, Zǐ lóng, pero no te preocupes. El que cometió aquellos pecados soy yo, el que ha pasado siglos como anacoreta soy yo, y el que te regresará el poder del fuego también seré yo.
Xiao Tà tosió suavemente, luego se dejó caer de rodillas, débil por su ancianidad. La maldición del dragón en su espalda había acabado con gran parte de su energía vital, mas el hombre ignoraba que el destino de los dos seres estaba pendiendo de un hilo.
Zǐ lóng era un cachorro de dragón, y a sus mil años, aún no había aprendido a sanar como lo hacían sus antecesores. Estaba convencido de que, si su estirpe aún viviera, lo verían como el eslabón más defectuoso, resultado de la pérdida de misticismo en la humanidad. Lejos habían quedado los rituales de la aldea Lóng, las ceremonias de ascenso de los dragones a los montes y, más atrás, las leyendas de cómo ellos, con sólo una exhalación, podían transformar el invierno en primavera.
El dragón acababa de dejar la espalda del monje y mientras recobraba fuerza aumentaba de tamaño con la idea de no ensuciar más la gloria de sus antecesores. Atravesó la profundidad de las nubes, entre la grisácea inminencia de una tormenta. Zǐ lóng ignoró el retumbar de los truenos y las deslumbrantes centellas que iluminaban los cirros como lanzas arrojadas por el dios del sol. Una descarga eléctrica sacudió su cuerpo hasta que perdió el control de sí mismo. Desorientado, despertó en las ruinas de la lejana aldea Lóng.
—Es uno de los sanadores, la hilera de escamas moradas[3] en su garra derecha lo revela, no pensé que aún pudiera existir —dijo una anciana, quien lo sostenía en sus manos hablando de cara a un fuego que distorsionaba su semblante y ajena al hecho de que en Huǒ-shé, el cuerpo inerte de Xiao Tà, había dejado de moverse.
En la aldea Lóng sólo había mujeres, tres ancianas más una adolescente y una niña que habían recibido como prófugas de un golpe de Estado. Las mayores, fantasmas en vida y guardianas ingrávidas de los restos de aquellos actos cometidos por Xiao Tà, se habían negado a trascender en la eternidad para no abandonar a aquellas niñas. Una de ellas, Mei, joven como Zǐ lóng, intentó despertarlo con el aroma de la hierba Yào huang. El dragón abrió los ojos, sintió una fuerza que emergía desde su vientre, se apartó de las manos de la anciana y creció dos metros, luego se dejó caer en el suelo.
—Estás débil, necesitas descansar.
Zǐ lóng ignoró el tono y la mirada inocente de Mei: su gesto libre de arrepentimiento y dolor, y le pareció que era muy diferente a Xiao Tà y a las ancianas.
—Si te quedas aquí, volverán tus fuerzas y después podrás regresar de donde sea que hayas partido, aunque… esta es tu aldea, nosotras nos rendimos ante ti.
Las dos niñas se arrodillaron, Zǐ lóng miró los restos de la aldea Lóng y las figuras dragontinas derruidas por una batalla que le era ajena, de un ayer perteneciente al momento más oscuro de Xiao Tà. Zǐ lóng, presa del pasado y del presente, partícipe entre dos realidades coexistentes, no pudo entender por qué ese lugar casi extinto y desconocido desde su nacimiento no dejaba de brindarle una sensación de paz.
Las ancianas trajeron un pote de medicina y vaciaron en un cuenco apenas una pizca de polvo verduzco, el cual revolvieron con una hoja fresca de hierba Yào bān. Ofrecieron la mezcla a Zǐ lóng y este creció dos metros más.
—Quédate con nosotras hasta que te recuperes, amo dragón —dijo la chica.
El estómago de Zǐ lóng ardía cuando veía a Mei, el tono servil que emanaba de sus labios también estaba impregnado de cariño, pero no podía abandonar a Xiao Tà, porque sería el fin de ambos. El dragón dejó salir un rugido desde lo más profundo de su alma y pudo ver el lanzallamas que arrojaba su garganta. Cerca de ahí, las aves huyeron como si atendieran al llamado de la extinción y el agua de un estanque cercano se separó en ondas que retumbaron como eco. La medicina era maravillosa, si la llevaba a Huǒ-shé, aún podría hacer algo también por el monje.
Zǐ lóng alargó su cuello dentro de la cabaña buscando el frasco, pero Mei se interpuso, le gritó que, si probaba más, el efecto se terminaría. Zǐ lóng la ignoró y de un cabezazo lanzó el techo por los aires. Las ancianas le reclamaron por querer abandonar su hogar y hacerles daño, cuando por generaciones habían sido ellas y su estirpe las responsables del equilibrio entre dragones y hombres, pero Zǐ lóng creció dos metros más y abrió sus fauces.
—¡Las muertas no podemos ayudar por siempre! —gritó una de las ancianas y, en medio del fuego escupido por Zǐ lóng, desapareció con las demás junto a la medicina y lo último que quedaba de la aldea Lóng. El dragón partió, mas no con las zarpas vacías.
En Huǒ-shé, un rayo cayó sobre el cuerpo de Xiao Tà y éste dio señales de vida. A su alrededor no vio a Zǐ lóng y supuso que este había vuelto a su espalda, se puso de pie, pero alcanzó a escuchar una débil voz que le pedía no abandonar sus meditaciones y cerró los ojos. El cielo estaba despejado y el monje volvió a su postura de concentración. En medio de la armonía con el entorno, Zǐ lóng salió del tatuaje de su espalda. «Regresé, Xiao Tà, y he traído lo que nos hacía falta, la hierba Yào huang y medicina fresca y viva».
Xiao Tà podía escuchar al dragón en su mente, mas no responder para no abandonar el estado de iluminación. Zǐ lóng alcanzó los quince metros de largo y se acomodó en el suelo, enredando la longitud de su cuerpo alrededor del monje. Alzó el hocico hacia el cielo y dejó salir tal llamarada que podía derretir la cúspide de cualquier montaña. En un suelo desconocido, Mei y su hermana no habían dejado de custodiar la hierba que el dragón contempló en las manos de la niña más grande. Zǐ lóng acercó a Mei su garra izquierda, la que no tenía escamas moradas. Su mirada era tan severa que ninguna de las niñas podía escapar de su presencia.
La a más pequeña dio a Mei el cuchillo draco, para que pudiera obtener el ingrediente que faltaba. Zǐ lóng abrió las fauces de nuevo, ordenó a la niña proseguir y ésta cortó la garra, misma que al contacto con el suelo se secó hasta convertirse en un gran terrón verduzco.
Entre lágrimas, Mei molió la hierba y el polvo mágico e hizo una cataplasma que untó en la espalda de Xiao Tà. El monje recuperó el control de su cuerpo y salió del trance. Vio las montañas más diáfanas y los árboles más verdes, incluso el resto de sus sentidos se agudizaron, como si hubiera rejuvenecido. Ante la mirada incrédula de las niñas, Zǐ lóng se elevó más allá de las nubes que se abrieron cual partidas por un relámpago. Xiao Tà se levantó y sólo pudo ver la cola de Zǐ lóng perderse en la inmensidad del cielo; le gritó con todas sus fuerzas para que regresara, mas fue inútil.
«No te sientas mal, Xiao Tà, ahora cada uno podrá ser libre».
Mei se limpió las lágrimas; la niña más pequeña estaba detrás suyo cuando observó cómo su hermana empuñaba el cuchillo draco ante Xiao Tà, responsable del genocidio de la aldea Lóng.
[1] En el este asiático, el fonema sì (cuatro) suena parecido a sǐ (muerte). A la aversión por este número se le conoce como tetrafobia.
[2] Medicina amarilla. Planta cuyas propiedades equilibran el Manipura, chakra del elemento fuego.
[3] Zǐ en chino se traduce como morado. De ahí el nombre Dragón morado, Zǐ lóng.
Ciudad de México. Es autora de la plaquette Pequeñas desaparecidas (Ediciones Arboreto, 2022). Ha publicado en antologías de cuento como: IV Antología de escritoras mexicanas (Escritoras Mexicanas, 2022); Liminales II (Casa Futura, 2023), entre otras. En las revistas académicas: Ágora (Colmex), Palabrijes (UACM), Acuarela humanística (UAEMEX), LIJ Ibero, Revista de Literatura Infantil y Juvenil (IBERO); Punto de partida y Punto en línea (UNAM), y en los sitios: Penumbria, Cósmica fanzine; Espejo humeante; Pirocromo; Granuja; Teoría Omicrón; Especulativas, etc. Es colaboradora en la revista Cuentística y parte del comité Matriarcadia, organizador de Imaginarias: Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción 2022. Tiene cuentos premiados por universidades mexicanas tales como: UACM, UAM, UAA y UV.