Era un día común de pruebas y papeleo para certificar el nuevo prototipo de robot Yu-E5, Yue para mi creadora la Dra. Hady Wang. Un robot elegante, sencillo. Conjuntaba el trabajo de diseñadores de armazón ultraligero chino y un cerebro complejo de berilio. Había pasado de manera sobresaliente las pruebas de propiocepción y aprendizaje, esa vez tocaba turno a la creatividad, una de las características que nos separan de la definición de humano.
Se llevaron una gran sorpresa al instaurar los algoritmos de imitación de estilo. Dalí, Picasso, todos idénticos al original. Yue tomaba el pincel, no importaba de cual número, y creaba una pintura perfecta. Una impresión lisa, sin relieves. Los humanos esperan errores de ejecución en cuanto a lo humano refieren.
La prueba dio un giro cuando el ingeniero Rabindranath sugirió que se le diera libertad. El área de recursos materiales mandó un lienzo blanco, nuevo, de fibras bellamente entretejidas, hecho a mano. Yue lo miró y se detuvo un minuto, completamente paralizado. Se que sus sendas mentales gestionaban una gran cantidad de datos, porque lo escuché, los humanos no pueden percibirlo. Anunció que había concluido, sin trazar ni una sola línea. Pensaron que tenía algún problema de programación. Revisaron su código, lo reiniciaron y se le dio la misma orden. El resultado fue idéntico.
Mientras discutían en la sala de juntas, la Dra. Wang no dejaba de acariciar su barbilla. Desde la salita miraba profundamente lo que sería el rostro de Yue, una placa plástica sumamente delgada y resistente de ocho cámaras, ojos que recordaba la cara de una araña. Se incorporó y caminó hacia él.
—¿Todo en orden Dra. Wang? —Yue permanecía en una posición tal que parecía estar sentado, solo que no tenía ninguna silla debajo. Sus cuatro piernas, en ángulos casi rectos, sostenían el torso de dos brazos humaniformes.
—Yue, dinos: ¿Cuál ha sido tu orden? —Parecía una madre preguntando a su hijo pequeño.
—Crear una obra de arte, Dra. Wang —la voz era melodiosa, tranquila, sin emociones.
—¿Qué es una obra de arte? —Wang descansó las manos en las bolsas de su bata gris.
—Un objeto de gran valor estético —contestó inmediatamente.
—Yue, ¿por qué no has pintado sobre el lienzo? —Wang cruzó los brazos frente a su pecho, como alguien que ha atrapado a un niño en una travesura.
—No necesito intervenir esa obra. Ya es perfecta.
El lienzo permanece aún en blanco en la pared de un coleccionista anónimo. El robot en cuestión ahora revisa la armonía de redes neuronales en los nuevos modelos. Cualquier mapa perfecto es desechado, porque no se considera humano.
Adriana Letechipía nació en la Ciudad de México en 1984. Es Maestra en Ciencias en Biomedicina y Biotecnología Molecular del Instituto Politécnico Nacional.
Miembro de la ALCIFF, es la presidenta actual de la Tertulia de Ciencia Ficción de la Ciudad de México con quienes promueve el género a través de podcasts, cursos, charlas, reuniones.
Qué buen relato corto. Me dejas con ganas de leer más… de saber más de ese universo futurista (y no tanto) que planteas.
Un gusto enorme que le hayas leído. Gracias.