No sabe qué hacer. Palidece, muerde sus uñas. Una lucha interna se desata, nubla su pensamiento. La incertidumbre le obliga a dar aviso a las autoridades.
Su voz tiembla, usted no vacila.
Se vuelve presa de la ansiedad y comienza a hablar sin detenerse.
El cadáver permanece en el anonimato con el rostro molido. Yace al pie de las escaleras, frente a la sala.
Usted afirma que el torso fue apuñalado, ¿cómo llegó a esa conclusión?
Siente angustia. Su pulso se precipita y sus pulmones se encogen. Entonces, piensa en una coartada.
Alguien entra en su casa a mitad de la noche, de puntitas para no hacer ruido. Inicia su búsqueda: joyas, antigüedades, relojes, dinero, algo que presumir ante sus iguales. Se mueve en la oscuridad. Las sombras, cómplices, le ayudan a recorrer cada rincón sin ser visto.
Usted despierta al escuchar un golpe seco en la habitación contigua. Se esconde bajo la cama. Controla su respiración. Cubre su boca, ahoga los gritos. Espera.
Lo ve entrar. Se percata de que es un hombre. Siente el peligro. Un extraño aroma se escabulle hasta su nariz, el perfume de la muerte. Debe actuar. Recuerda el arma que compró meses atrás. Se lamenta. Si tan sólo la hubiera guardado bajo la almohada…
Tan pronto como el hombre abandona la habitación usted decide seguirlo. ¿Por qué no encendió las luces?
La duela de madera rechina a sus pies. El hombre gira, alertado. Se encuentran. ¿Sigue sin reconocerlo?
Comienza un forcejeo incesante. Usted grita. Hay pánico en sus ojos. El hombre intenta defenderse. Usted hace lo mismo. Manotea y araña, su vida está en juego. Llegan a la escalera y lo empuja.
Para usted no ha sido suficiente. Verlo ahí deshecho, descompuesto, con las piernas volteadas y los brazos rotos. Toma un florero.
La sangre fresca mancha la alfombra, salpica las paredes.
Usted no se detiene. De cierto modo, lo goza. Disfruta ver cómo se apaga esa vida. Siente placer al verlo ahogarse en su propia existencia. La adrenalina se congela.
Recargada sobre el marco de la puerta, usted enciende un cigarrillo. Necesita entrar en calma, aclarar su mente.
El hombre deja de moverse. No respira más.
¿Es así cómo sucedieron las cosas, señora Rodríguez?
—Sí. Yo lo maté. ¡Yo asesiné a ese hijo de la chingada!
La grabación se detuvo. Rebobinó la cinta.
—Vamos a calmarnos, señora Rodríguez. Analice lo que acaba de escuchar. Será un aproximado de lo que dirá el abogado defensor. Lo conozco demasiado bien, es un perro, se aferra al hueso. No será fácil, tampoco imposible. Puedo salvarla y demostrar que fue en defensa propia. A partir de hoy usted tomará ansiolíticos y antidepresivos. Debe llorar. Sentirse destrozada. De otro modo, nadie creerá en su historia. Ninguna mujer debe padecer lo mismo. ¡El cabrón de su esposo se lo merecía! Volvamos a intentarlo. Practiquemos lo que dirá ante el juez.
La abogada de oficio le otorgó la palabra.
La señora Rodríguez dio su versión de los hechos:
—No supe qué hacer. De la impresión sentía desmayarme. Entonces, decidí llamar al nueve once…

Escritor oriundo del extinto Distrito Federal. Encontró en las letras una pasión que hasta la fecha lo mantiene en vilo. Comenzó a escribir hace dos años (2020) y, durante ese viaje, ha intentado encontrar su voz narrativa para deleitar a los lectores. Aprende sobre la marcha. “Para ser escritor, primero hay que saber leer y nunca dejar de hacerlo”.
Su primera novela “Dos Extraños” vio la luz en el 2022. Ha participado en diferentes antologías de cuentos. Ha tomado cursos y talleres de escritura creativa, cuento de terror y psicología del miedo y, recientemente, un género que se ha vuelto su favorito: la novela negra. Dentro de su formación, se incluye la poesía, el ensayo, el cuento y la novela, en clases impartidas por la Sociedad de Escritores y Editores Mexicanos Autónomos (SEMA). “Nunca se es tarde para aprender y descubrir nuevos mundos en voces y letras ajenas”.