Sé que no tengo vergüenza, pero me conforta saber no ser la única que no lee. He comprado algunos buenos libros, con el sello de “el más vendido”. Si mucha gente los compra quiere decir que son buenos. Me he vuelto desidiosa. Como que se me pasa más rápido el tiempo viendo esos videos cortitos que me salen en mi red social azulita, que diga, favorita.
Puedo pasarme horas riendo sin parar, aprendiendo nuevos platillos con recetas ultra fáciles y dando mi humilde opinión sobre los temas en tendencia. Creo que conocer sobre el mundo actual es lo que me mantiene dentro de este mundo contemporáneo digital; con toda la información accesible me permite ampliar mi panorama sobre el mundo complicado en el que me tocó vivir. Es que no podría vivir en otro, aunque quizá en Marte no habría libros porque no hay árboles y sin árboles no se haría el papel. Así que, si los marcianos vinieran a invadirnos, lo último que se llevarían serían los libros porque ni los conocen.
¿Y qué tal que me hago un disfraz de libro o construyo mi casa como si fuera una pila de libros? Así pasaría desapercibida. Creo que para darle una buena impresión de ser lectora al hombre que me gusta, debería conocer cuáles son los libros más populares entre la chaviza, así dice mi vecino y no quiero verme fuera de onda. En el navegador color arcoíris se mencionan varios libros clásicos que se deben leer antes de morir. Si no muero pronto, creo que leer será uno de mis propósitos del año, de este no porque ya usé las 12 uvas para otras metas. Ahí será para el próximo. Mientras, empezaré a conseguir esos buenos libros.
Después de perderme en los pasillos de esa librería llamada Amar y ya, no me decidí por casi ningún libro. Creo que son caros porque cada vez hay menos árboles para producir papel y hacer libros, aunque llama la atención que hay muchos nombres que en mi vida había escuchado. Bueno, como sea. No compré más que el famoso libro de leyendas mexicanas. Esos textos son clásicos más que esa ballena gigante, el niño príncipe o los hermanos rusos. Al pasar por un bazar, sorpresa que me llevé al ver unos ejemplares de las viejas historias del Oeste. Esa es una literatura que antes ni hubiera pensado en leer. Ahora nadie me ve. Mi mamá ni se enterará que ando leyendo los libros que le prohibió a mi hermano mayor. Por una módica cantidad ya tengo cinco libritos para pasar el rato.
Mis amigos me empezaron a regalar libros cuando se dieron cuenta que siempre andaba distraída, al preguntarme les dije que era una adicta de la literatura. Lo que ellos no sabían era que siempre leía los mismos cinco ejemplares que compré semanas atrás. Después de un tiempo terminé en un lugar extraño.
—“Me llamo María y soy una inlectora anónima”—. Nunca pensé que alguna vez me pararía en uno de estos grupos de 12 pasos para reponerme de una adicción. Los asistentes miraban al suelo, a los lados o permanecían con los ojos cerrados. Nadie quería admitir que eran como yo, lectores que no leían, lectores que acumulaban libros digitales, lectores con deslectura, algo así como el desamor.
—Quizá soy una alectora. Persona con interés por leer, pero que no encuentra qué leer. También puede que sea una infidelectora. Persona que lee un libro sin haber terminado otro. Puedo tener muchas etiquetas, pero el chiste es reconocer que ya toqué fondo y necesito cambiar—. Todos aplaudieron, se identificaron con mi mal, con mi agonía, con mi honestidad. Quizá no soy la peor lectora de todas, pero sí soy culpable de ir en contra de la lectura establecida.
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Licenciada en Historia por la UAEM. Docente por amor a no morir de hambre. Repostera por antojo. Padawan de la Literatura. Fan del cine y las series.
Es coautora del libro Laberintos. Seis escritoras mexicanas de minificción, además de participar en la antología de cuentos Mundos inventados publicada por la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
Su cuento Trinidad obtuvo un premio en la convocatoria Morelos 21: memoria y encuentro, mismo que fue publicado en una antología con el mismo nombre por parte del Gobierno del Estado.