Homenaje a Jorge Ibargüengoitia en un Oxxo del Bv. Francisco González Bocanegra, Col. León Moderno, León, Gto. C.P. 37328

Si entras a un Oxxo con un libro bajo el brazo, podrías pasar inadvertido. Cierto es que en México los índices de lectura per capita son apenas superiores a los de América Latina con excepción de Argentina. Hace unos minutos entré a un Oxxo con un libro de Jorge Ibargüengoitia bajo el brazo, de inmediato el encargado de la única caja funcional se percató del hecho, puso llave en la vitrina que muestra los puros y siguió mis pasos con la mirada de alguien que busca un truco oculto. Otros clientes me miraron con desprecio, dos ancianas comenzaron a cuchichear a mis espaldas, una pareja de novios veinteañeros me miraron apáticos, de cualquier forma ya iban de salida; le cargaron 20 pesos de tiempo aire a sus teléfonos y compraron golosinas. El fulano que entró detrás de mí dejó tres envases de caguama sobre el mostrador su deseo era comprar una promo. El calor que se siente en León justifica la sed de todo Guanajuato, y de México, cuando notó la anomalía, maldijo –creo que venía borracho– regresó los envases a su bolsa reciclable color verde y salió.
No entendía bien la situación, tomé una botella de agua y me dirigí a pagarla, el cajero me enfrentó sacando el pecho y elevando grotescamente la barbilla, como echando bronca, dijo algo pero no le entendí, tenía la actitud de un luchador de la triple A o quizá en su mente personificaba a Rodolfo Cota, portero del León. Por alguna razón sus manos se movían nerviosas tratando de desviar mi mirada, como atajando mi posibilidad de ver que atrás de él se encontraba la sección de vinos y licores. Las ancianas se colocaron detrás de mí incitándome a avanzar, me acorralaron, me sentí entre la espada y la pared. No aguanté la presión y le aventé la botella de agua al mamón de la caja, quise romper algunas botellas pero en un lance épico, estirando al máximo su humanidad atajó el disparo. Las ancianas ovacionaron al improvisado arquero. Salí violentamente a la calle. Tropecé. Caí. En la marometa las letras de Ibargüengoitia salieron volando, aterrizaron con cierta gracia (no se esperaba menos) y se deslizaron al centro del arrollo vehicular. Sin que yo pudiera hacer nada, una motoneta Italika aplastó el libro con ambas ruedas, no pude evitarlo, quise gritarle al biker, pero las palabras no me salieron y tampoco fueron necesarias. El encontronazo con el libro provocó una vibración que sacudió a la moto, el piloto realizó maniobras increíbles para recuperar el control y evitar caer. Se llevó el susto de su vida, estoy seguro. Como pude recuperé la vertical y caminé adolorido a recoger el libro. Esta noche regresaré a casa sin agua para tomar las estúpidas medicinas contra el cáncer.

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