El pánico de recuperar la consciencia en aquel breve espacio donde apenas cabía su cuerpo empezó a disiparse, aunque por supuesto, aún tardaría en ceder.
Los varios episodios de esa primera lucha desesperada, hacía rato que se habrían transformado en un ansioso alud de pensamientos.
Después de revolverse largo rato, a golpes y rasguños, contra las paredes de su encierro, sentía arderle los dedos, las uñas y todos los músculos del cuerpo, pero en aquella oscuridad no era posible comprobar los daños.
No es que ya se hubiera serenado, era tan sólo que al terminar de aceptar que estaba herméticamente enclaustrada en aquella especie de cápsula sin ninguna posibilidad de escapar, había renunciado a seguir luchando y ya también había consumido toda la fuerza y todo el llanto y era inevitable que su mente, por fin, empezara a auscultar las circunstancias de su disparatado encierro.
Lo que más le ayudó a controlar su terror fue la certeza de que el aire no le faltaría. Era natural que la asfixia se destacara como el primero de sus miedos, pero el aire se renovaba en aquella minúscula prisión y percatarse de ello le sugirió que probablemente no se encontrara bajo tierra, lo cual permitió que su desesperación disminuyese el ápice preciso para que su resuello se acompasara y la oxigenación, por fin, le abriera paso a la mente y a las preguntas.
¿Cómo vino a dar ahí? No lo sabía. En algunos momentos llegó incluso a concebir, a desear, que todo aquello no fuese real, sino a lo más, la secuela de un sueño horrorosamente lúcido.
Hacía tres o cuatro horas, no sabría precisarlo, podrían ser muchas más o muchas menos, que las preguntas empezaron a convertirse en un torrente enloquecedor.
Al menos no había perdido la cordura ni la memoria, recordaba claramente quién era y todo lo sucedido hasta un punto suspendido en la ruta del tiempo, suponiendo que sólo hubiera transcurrido ese lapso desde que estuvo en el Here’n now, el nuevo establecimiento for ladies only que tanta curiosidad les despertara a Geraldine y sus compañeras, con su marquesina de colores en neón anunciando bebidas nacionales e internacionales, excelente música viva y candentes strippers… justo el tipo de diversión que una banda de abnegadas oficinistas de 8 a 5, dos de ellas solteras y una casada adicta a las emociones, necesitaban… o querían necesitar.
Fue ella misma quien lo propuso: “Es viernes y el cuerpo lo sabe”.
Alina, la casada, fue la primera que al punto de la hora se apresuró al baño a cambiarse el adusto traje sastre por una soberbia minifalda a medio muslo, turgentemente ceñida y una blusa escotada, de transparencia perfecta, que le hacía el juego ideal. Por su parte, Gloria tampoco disimuló el entusiasmo, aunque no iba tan preparada, pues no traía atuendo de recambio, pero sí por supuesto un bien surtido kit de maquillaje y el obligado perfume “para ratos traviesos” que con gusto compartió con Geraldine, la más tímida de las tres, mas no por ello, la menos decidida a arrancarle suspiros a la noche.
El Here’n now, excitante desde la fachada, con sus destellos mate, verde, violeta, azul, las invitó a atreverse a su llamado tan pronto les reveló sus fauces, al final de la calle. No les quedaba lejos, tan así, que no habían tardado en descubrirlo en sus diarias salidas al lunch, lo natural era entonces que cubrieran a pie la escasa distancia que las separaba del lugar, no obstante, a principios de diciembre, la ártica ventisca que empezaba a presagiar el final del otoño fue más que suficiente para hacerlas ansiar el abrazo de la calefacción que las recibió tan pronto traspusieron el umbral, frente al que un poético muro relumbraba eléctricamente:
Past is memories’n bullshit,
future’s full of hope’n nonsense,
only here’n now is factual,
only here’n now is true.
Instaladas en la que parecía ser la mejor mesa, al menos para Geraldine la noche iba genial. Los tragos, deliciosos; la música, a cargo de una banda que parecía adivinar sus rolas más secretas; los meseros, atentísimos; y los strippers, fornidas estrellas de aquel firmamento de barrio caro, con sus bailes no tan cerca, pero tampoco tan lejos, la seducían justo al límite sin caer en la procacidad de un contacto vulgar, salvo la caricia que en agradecimiento recibía en los brazos cuando encajaba en las tangas más suculentas los contados billetes de mediano valor que se había reservado para esa diversión.
Para Alina, desde luego que no, para Gloria quizá tampoco, pero a Geraldine aquel detalle le venían perfecto. Iba bien con su talante. No es que repudiara tocar o ser tocada, ni que se sintiera ajena a las sombras, las texturas y las tentaciones, tenía sus horas de vuelo en aquellas atmósferas desde que llegó a un punto, al cumplir los 26 o 27, en que decidió que su vida no podía limitarse a casa y oficina, tenía que respirar y ya llevaba tres años haciéndolo, sin obsesiones, raramente menos de un par de noches al mes. No obstante, aceptar el guiño y la copa de otra mesa, consentir a su plática y en ocasiones, atreverse a la intimidad con un recién contactado, le resultaba mucho más difícil. Pese a ello, aconsejada y a veces inducida por voces de mayor recorrido, empezaba a manejarse bien en tales situaciones que aunque escasas ya le habían dejado una que otra relación, llegando incluso a considerar un par de ellas como algo serio, lo cual, al final no sucedió. Haciendo el balance, hay que decirlo, sus reconstructivas incursiones nocturnas le habían traído más alegrías que sinsabores.
Hasta aquella noche.
Lo recordó con nitidez. El hombre que reinaba detrás de la barra la había infatuado desde que traspuso la puerta y no se explicaba como Alina y Gloria, increíblemente, no sintieron lo mismo. “Miren, qué belleza”, pero ellas, absortas en el sujeto que en pleno show acababa de arrancarse el pantalón, apenas dieron muestras de escuchar su comentario. “Mejor”, se alegró, por aquello de la competencia. Un rato después, al regresar de una vuelta al baño se decidió y haciendo gala de sus mejores encantos, vencedora de su introversión gracias a dos rondas dobles de margaritas, happy hour courtesy, se acercó a la barra. El rubio, quizá con el pelo teñido, que ante los embriagados ojos de Geraldine habría pasado por Pitt en sus mejores años, se volvió a mirarla y sin quitarle los ojos de encima y sin que ella lo pidiera, le acercó un shot de cazadores “por mi cuenta” y le preguntó si acaso los ángeles esa noche se estaban cayendo del cielo. El halago por demás raído, a Geraldine le sonó ingenioso, delicado, seductor… y al acercar los rostros para conversar por sobre los decibeles de la música, se dejó envolver por una andanada de palabras cálidas y un aliento acanelado que parecían intuir sus espacios más íntimos como si el barman, a la manera de un navegante, adivinara la ruta exacta para recorrer y develar los secretos escondidos en cada centímetro de su piel, mas no la exterior, sino la que vestía su ser profundo, a tal hondura, que ella misma sentía desconocerla. Voz y ojos la sometieron por entero y en ese instante, el último que registraba su memoria, sencillamente dejó de pensar.
¿Qué le dijo el barman? No lo recordaba. ¿Qué había vertido en el tequila? No lo sabía. Su mente, de un momento a otro, se había desactivado ante aquella barra, aquellos ojos y aquel éxtasis. ¿A qué hora la habían sacado de ahí? Por su pie, no pudo ser. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? De seguro fueron horas, ya que en algún momento del trance, en un chispazo de recuerdo, creyó percibir a través de una rendija que el amanecer, subrepticio, empezaba a filtrarse y a declararle pelea a la aparente noche eterna que oscurecía los confines del Here’n now, el cual, en la fugacidad de ese mismo instante, percibió desierto.
Más tarde, ¿cuánto?, ¿cómo saberlo?… en algún momento se sobrepuso a la mirada y de golpe se descubrió en aquel receptáculo, a expensas de… ¿un asesino?, ¿un violador?, ¿un traficante?, ¿un caníbal? De inmediato se enfrascó en una lucha infructuosa, al tiempo que rompía en un llanto lastimoso y desesperado. ¡Maldito antro, maldita noche, malditas Alina y Gloria, por no compartir su suerte, por no estar ahí, por no haberla ayudado!
Al borde de la extenuación, experimentó lo que parecía su final y cayó en un sopor que pudo ser infinito de no haber mediado el instante, cuando ya nada esperaba, en que una poderosa y jamás experimentada lucidez, la embistiera con la certeza de una epifanía irrevocable, arrastrándola de nuevo y sin misericordia a su pavoroso aquí y ahora. Aceptarlo fue tan aterrador como penetrar sin regreso en la gélida soledad de un sepulcro, pero era cierto: estaba perdida, en procesión directa hacia la muerte. Y al admitir la verdad de su execrable here’n now (lo único cierto, la única verdad), se sintió y más que eso, ¡se vio!, de pronto sumergida en la blancura de la luna llena que elige contemplarse en la serena gelidez de un lago extremadamente austral.
¿Era de día o de noche?
¿Estaba viva? Si había padecido algún dolor, ya no lo sufría más y sí, se sentía viva, demasiado viva… Luego del frío de luna que la había serenado, un calor bizarro había empezado a invadirla como un serpenteante listón de lava, desde hacía largo rato. Brotaba de su pecho a cada latido como una caricia, una energía inédita que le venía desde muy hondo y se elevaba hacia la cubierta de su prisión, la cual sentía cada vez más frágil. Después de todo, ¿quizá no moriría?
Suspiró profundamente. Un instante después, súbitamente, la tapa se levantó y una mirada como un cielo salpicado de estrellas, la iluminó de nuevo. La mujer, extasiada e ingrávida, sin voluntad ni pensamientos, se dejó infiltrar de su fulgor. El barman, hermosamente rubio, la tomó de la mano y delicado, como si levantara un pliego antiguo a punto de disolverse, sin mover los labios, murmuró: “Bienvenida a tu primera noche”.
A su vez, Geraldine, suspendida en el aire, jubilosa, centelleante, victoriosamente transformada, sintió cómo una sed atroz le prendía fuego en las entrañas.
Fulgor Yacobson (CDMX, 1957) vive en Cuernavaca y corresponde a la tradición de los escritores tardíos, pues las últimas seis décadas las dedicó casi por completo a objetivos tan banales como ese de ganarse la vida. En el sexto piso de su ruta, ya con más tiempo en la escritura, ha ganado algunos premios literarios de media tabla por lo que aún mira de lejos el riesgo de perder piso (por esa causa) y aficionarse a los puros caros. En aras de la brevedad no se enlistarán sus intervenciones en revistas, periódicos y antologías (de nada). Por lo que se refiere a libros publicados ya llegó a cuatro: dos de cuentos, uno motivacional y una novela, los cuales, le consta, adornan dignamente los libreros de sus familiares y amigos. Sus planes son vivir hasta que el corazón quiera, editar un libro cada 18 meses y morir con la cara sobre el teclado siempre y cuando la causa del fallecimiento no sea el golpe. Si no le creen, se quieren burlar de él, entrevistarlo, invitarle una cena o comprarle un libro, se le puede escribir a fulgoryacobson@gmail.com
Excelente cuento que arrebata los sentires más íntimos de todo el cuerpo. Una noche loca que te sumerge en la fantasía y el terror. Mientras lo lees, te preguntas si está muerta o medio viva y con una sorpresa de final muy macabro.Pero mi mente literaria se pregunta si es cuento fantástico, de terror o un relato de vivencias, como me ha sucedido muchas veces cuando escribo. En fin, felicidades querido Fulgor…
Tremendo, por sutil y perverso al mismo tiempo.