Gemelas
Siendo gemelas se enamoraron y juraron que jamás, nadie, ni un ser, ningún cuerpo, ninguna alma, tendría cabida entre Ellas. La dueña de aquel par de rodillas infatuadas murió virgen.
II. Alguien
Un día, Ella lo eligió a Él porque era “Alguien”. Otro día, Él la dejo a Ella porque pasó a ser “Alguien más”.
IV. Campanas
A Don Agustín Yáñez, por sus aguas al filo y sus tierras flacas
A Malcolm Young, por su glorioso infierno
Ambos leyeron Al filo del agua de Agustín Yáñez. Él leía dos capítulos en voz alta y Ella, en el siguiente par, lo relevaba. Terminaron la novela con la piel alborotada por la cachonda sinfonía del campanario con la que Gabriel despidió a Victoria cuando ésta salió del pueblo. Arrancarse la ropa y lanzarse a la cama era urgente, pero no se colmaban. Hacían falta las campanas. Improvisaron, sin más remedio, con un remix de la obertura de Hells Bells de AC-DC.
V. Fuera vendas 1
Se conocieron en la clínica, antes de ser operados. Rumbo al quirófano, lograron cruzar un par de palabras y tomarse la mano por unos segundos. Al sentir su tacto, Ella reconoció en Él su propia esencia. Él se rencontró a sí mismo al escucharla. Tres días más tarde, les quitaron la venda de los ojos. El mundo que nunca habían visto les tomó el alma por asalto. Deslumbrados, salieron de la clínica el mismo día, a la misma hora. Sus pasos se cruzaron, pero siguieron de largo. Es que ahora lo veían todo, pero no miraban nada.
VI. Fuera vendas 2
Se conocieron en la clínica, antes de ser operados. Rumbo al quirófano, lograron cruzar un par de palabras y tomarse la mano por unos segundos. Al sentir su tacto, Ella reconoció en Él su propia esencia. Él se reencontró a sí mismo al escucharla. Tres semanas más tarde, fueron dados de alta. Salieron de la clínica el mismo día, a la misma hora. Ahora Él era Ella y Ella era Él, no obstante, se reconocieron. Bastaron dos cafés para besarse y veintidós años para forjar la relación perfecta. Al llegar a esa cumbre, la historia se fue a la chingada.
VII. Euforia
La Mujer lo llamaba y Él venía. Transidos de alegría, abrazados, rodaban por el césped. Con fruición de amor desenfrenado, se dejaban fluir sobre sus carnes. Él mordisqueaba con placer incontenido, Ella exudaba amor con todo el cuerpo. Él apreciaba su sabor, Ella su euforia. Él jamás rehusó una cita. Ella nunca dejó de convocarlo. Ella era la Mujer más amorosa. Él, el más glorioso de los canes.
Fulgor Yacobson (CDMX, 1957) vive en Cuernavaca y corresponde a la tradición de los escritores tardíos, pues las últimas seis décadas las dedicó casi por completo a objetivos tan banales como ese de ganarse la vida. En el sexto piso de su ruta, ya con más tiempo en la escritura, ha ganado algunos premios literarios de media tabla por lo que aún mira de lejos el riesgo de perder piso (por esa causa) y aficionarse a los puros caros. En aras de la brevedad no se enlistarán sus intervenciones en revistas, periódicos y antologías (de nada). Por lo que se refiere a libros publicados ya llegó a cuatro: dos de cuentos, uno motivacional y una novela, los cuales, le consta, adornan dignamente los libreros de sus familiares y amigos. Sus planes son vivir hasta que el corazón quiera, editar un libro cada 18 meses y morir con la cara sobre el teclado siempre y cuando la causa del fallecimiento no sea el golpe. Si no le creen, se quieren burlar de él, entrevistarlo, invitarle una cena o comprarle un libro, se le puede escribir a fulgoryacobson@gmail.com