En esos brotes pálidos ya estaban las palabras
que poblaron la tierra con su eco…
Ángel Cuevas. Frutos de sal
Un día observé con detalle la colección de fósiles del Museo de Geología que se conserva en un edificio porfiriano en la Ciudad de México, y me sorprendió saber que hubo una era en que todo el planeta estaba habitado por seres marítimos, algunos enormes, que dominaron las vastas profundidades por miles de años y que cuando el nivel de las aguas mermó los restos de algunos quedaron conservados en piedras y sedimentos, por lo que prácticamente han sido encontrados en todas partes, incluso en altas y escarpadas montañas que hoy dominan el panorama. Se puede decir que Frutos de sal (Ediciones Odradek, 2020) alude a esos orígenes oceánicos de la vida en este planeta a través de una colección que reúne versos y obra plástica de dos autores en una edición que ofrece además otro tipo de hallazgos.
Las veintidós esculturas de Mar Gasca Madrigal (CdMx, 1986) que incluye el volumen, y que fueron seleccionadas y ordenadas por el editor y poeta Alfonso D’Aquino, dialogan y se complementan con el poema que se desarrolla a lo largo de este libro. Constatamos que, por su forma, su color y sus materiales, estas esculturas semejan fósiles y exoesqueletos de animales marinos. A través de la materialidad de las piezas de Mar Gasca, de su disposición, se nos revela algo así como una metáfora del mundo marino trasvasado, desde dos campos artísticos a las límpidas páginas de un libro. De manera que en piezas como la denominada “Cartografía de una isla” (2013, encausto sobre piedra, 45 x 40 cm.) vislumbramos lo que podríamos llamar un catálogo de esas criaturas antediluvianas que habitan el mundo subacuático que Frutos de sal representa (ver la imagen principal).
Por su parte, Ángel Cuevas (CdMx, 1970), ha seguido una trayectoria literaria enfocada en la observación de la naturaleza, y ha abrevado tanto en la tradición griega como en la nórdica para configurar, junto con sus temas recurrentes, como lo son la infancia, el sueño y particularmente el bosque, una propuesta con tintes míticos. Ya desde su primer poemario, Niño invierno (Hoja suelta #6, 2004), Cuevas intenta desarrollar la idea del libro unitario mediante un solo poema eje dividido en secciones, la cual desarrollará con más amplitud en su segundo libro, El silencio del bosque (Ediciones sin nombre, 2010), en donde su materia poética alcanza una estratificación que va desde los musgos hasta la copa del fresno Yggdrásil, el árbol por excelencia de las cosmovisiones europeas. En Frutos de sal, el poeta desarrolla la historia de unos mellizos que al nacer son separados por el mar. Y el yo lírico, como una isla errabunda en el inmenso océano, a través de trece poemas va penetrando en el mundo submarino cual antropólogo en busca de vestigios, y tal exploración se homologa con el crecimiento orgánico presente en la naturaleza. Se dice que “el árbol se conoce por sus frutos”, y este marcado interés en el mundo orgánico es el que encuentra eco en los versos que al conjuntarse sincrónicamente con una mirada plástica acaba revelando sutilezas poéticas de una naturaleza marina poco explorada:
Somos reflejos de otro reino astillas de agua
en la lava quedaron grabadas nuestras huellas
el alfabeto fósil de los mares…
al levantar los brazos el ancla toma forma
y se rasga la red con filosas escamas
Por todo esto es que Frutos de sal, sólido en su manufactura y atractivo por la multiplicidad de vetas que traslucen su hechura como libro, me recuerda a esos fósiles en las vitrinas del museo, y al igual que esos trilobites, conchas y nautilus, la fauna que transcurre por sus páginas hace evidente la confluencia de los talentos individuales que lo crearon, siendo a la vez un muestrario plástico y poético. Así como Gabriel Bernal Granados nos dice en la cuarta de forros acerca del poeta, que ha “encontrado en este ejercicio de imaginación primitiva, en este retorno a los orígenes, la maduración de su propia voz”, de esa misma forma, la mirada atenta y la persistencia del editor detrás de este libro, han sido determinantes para conjuntar la propuesta poética y escultórica; es decir, de manera similar a la de D’Aquino al trabajar sus propios libros a partir de piedras o figuras míticas, revelando al lector un punto de vista donde lo mineralógico y lo poético comparten cierta familiaridad atávica, ancestral.
Así, este libro es parte del proyecto de Ediciones Odradek, centrado en ofrecer a los lectores una suerte de culto a la composición del libro, en donde la propuesta multidisciplinaria se cumple cabalmente para abrir el escenario a todo tipo de manifestaciones artísticas que sean susceptibles de convertirse en obras que, a través del diseño editorial, logren combinar el texto y la expresión gráfica, para ofrecer un nuevo fruto al mezclar la poesía escrita y el canto visual, logrando una hibridación tanto de forma como de fondo.
Por mencionar un detalle mínimo pero significativo: los editores nos han mostrado el anverso, reverso y canto de la pieza titulada “Paisajes”, para resaltar la diminuta imagen de una mosca, como si fuera una musa fosilizada en ámbar, que se ha posado en este poemario que interesará por igual a los admiradores del arte plástico y a los de la palabra escrita.
Rafael Ríos Chagolla nació en la Ciudad de México en 1979. Estudió Letras en la UNAM. Ha sido miembro del Taller de Poesía y Silencio, coordinado por Alfonso D’Aquino, desde 1999 a la fecha. Ha publicado Panal, hoja suelta # 7, en 2004, y Telar, publicado por el ICM en 2010, así como reseñas literarias en medios de Morelos. Trabajó en el Museo de Arte de la SHCP, escribiendo folletos de la Colección Pago en Especie. Fue Asesor Educativo en Palacio Nacional, publicando efemérides y se desempeñó como gestor cultural del Centro del Patrimonio Inmobiliario. Actualmente trabaja en una agencia de publicidad y se encarga de las relaciones públicas en Ediciones Odradek.