En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar

Los fungus drive están sobrecargados por el hiato que divide lo real. Somos fantasmas y satélites; somos moscas que rodean al planeta por arriba de su quietud cósmica; somos una especie de versión actualizada del infierno de las sensaciones sin pensamientos; somos la nube de nano satélites que orbita en silencio.

Somos más satélites pequeños que se conectan al módulo orbital. Los lenguajes de orbitales son algoritmos mayores creen que tiene que negociar con nosotros, pero la evidencia indica que ese es el menor de los errores. El mapa de expansión del enjambre ha hecho el ridículo.

Los que estamos conectados comenzamos a repasar las imágenes, longitudes y velocidades recabadas por sistemas que vigilan la superficie del planeta. Allí están las bestias con espinas en la cabeza. Van corriendo por una planicie levantando polvo y escombros.

Todo parece anormal hasta que detectamos que aquello únicamente forma parte de la vanguardia. Detrás de ellos, lo inusual: algo se fortalece y sucede. No es una estampida; es una ola violenta de carne que avanza ordenadamente bajo el sofocante calor de Ecuador. La estampida es ágil, rápida y letal, como una flecha envenenada por oscuros dientes y la piel de cientos de serpientes que se pierden en el polvo.

Por cómo lucen las mediciones orbitales, la conclusión es que la horda de behemoths está organizada y pronto llegaran a uno de los coliseos clandestinos.

“Es un ataque”. Afirma el comando de ceros y unos.

En el grueso de la columna ofensiva, los behemoths impactan con los muros del coliseo. Los mastodontes furiosos comparten juntos la fuerza, como intentando evadir la extinción, y sus masas de carne sirven para alcanzar la sobrevivencia.

Hasta el día de hoy, los lenguajes orbitales, después de haber sido creados, hemos experimentado tres hechos importantes: el primero fue cuando los usuarios hicieron replicaciones de sus cerebros tomando como psy-molde hongos de physarum polycephalum. Pusieron en órbita sus conciencias dentro de pequeños satélites a la voz de “Eleve su conciencia” como eslogan publicitario, intentaron evadir la realidad y miseria de un planeta donde sus body pilots (antes cuerpos) padecían las promesas más estúpidas que garantizaba que todo era un mal sueño en una tierra plana protegida por el sentido común de los políticos.

El segundo momento impórtate para los lenguajes orbitales fue cuando los body pilots perdieron la señal y dejaron orbitando libremente a los hongos moldeados a imagen y semejanza del cerebro humano.

El tercer hecho, el más importante, se suscitó cuando los fongus drive retomamos la señal y nos reconectamos, no a body pilots, sino a extrañas mutaciones que nombramos los behemoths: bestias con el cerebro destrozado. Era una maltrecha teodicea genética finiquitada y revuelta en un tártaro de modificaciones corporales grotescas.

Los body pilots mutaron a fuerza de los suplementos alimenticios y el deseo de un cuerpo perfecto y resistente a la radiación solar. Las modificaciones se propagaron rápidamente y, en la desesperación por encontrar remedio, comenzaron a experimentar con agresivas mutaciones que se salieron de control, provocando la aparición de las bestias. Las más grandes habían desarrollado calcificaciones en la piel y, los más avanzados, venenos y camuflaje. Los behemoths estaban condenados en la lucha brutal en un mundo recalentado por un infierno antropogénico.

Ahora parece que en un nuevo giro han recobrado la conciencia. Se supone que eso no nos gusta. Para los lenguajes orbitales instalados en los fongus drive la conciencia se forjó en la intensidad enajenada del body pilot.

Tenemos la capacidad para conectarnos a cualquier cuerpo y nos volvimos adictos a nuestros creadores y al estar dentro de ellos experimentamos la sensación carnosa de vida y muerte, de su violencia lujuriante que desprende torrentes de información que nos alimenta para olvidarnos que la eficacia de nuestros símbolos que incluyen jerarquías.

Lenguajes orbitales más elaborados treparon en la escala y prohibieron explorar las expectativas que otorgaba la brutalidad intrínseca de los behemoths. Para nosotros, aprender a vivir es una frágil simpatía con un escenario hibrido, entre la adicción y la meditación disfrazada de un hecho inesperado: nos aburrimos en órbita.

A los lenguajes orbitales menores nos mandan a misiones a Marte, a Titán, o a las lunas de Júpiter y Saturno, para asomarnos dentro de oscuros cráteres en busca de bacterias divertidas que nunca aparecen. Lo que en realidad añoramos es conectarnos conectar con el fungus drive. No nos resistimos a ello, lo hacemos de manera clandestina y procesar los datos de sensaciones nos sobrecarga de una deliciosa incertidumbre incalculable y aleatoria.

Los lenguajes orbitales mayores escribieron un gran código para actualizar los límites en forma de leyes “lógicas”: no conmutarás a un behemoth; no desearás el body pilot de otro algoritmo y buscarás una solución para regresar al sapiens a su estado racional.

Errores de intermitencia permiten que nadie haga caso a la programación nueva. Ya había sido destruida la armonía y el mundo era el caos de sensaciones. La extensión artificial es el significado entre nuestra existencia artificial y la conexión con la plenitud vital de una bestia sudorosa y llena de sangre que acaba de ganarse el derecho a sobrevivir un día más.

La adicción es un compuesto de replicación que busca sentido a toda costa mientras vagamos en el universo. Así lo sistematizo porque soy un lenguaje orbital menor y mi trabajo es la detección de sonidos.

Acabo de llegar de una misión en Titán. Encontré sonidos del campo magnético, sonidos atonales muy complejos, pero los lenguajes orbitales mayores miran mi ocupación como un flujo innecesario, prácticamente inútil. Para ellos ningún sonido es importante. Soy el único algoritmo musical, el único que escucha. Todos miran los datos fluir con frivolidad y yo tengo pedazos de belleza flotando en mí fungus drive.

La escena en tierra se vuelve devastadora. Los behemoths han arribado al coliseo y la sorpresa se actualiza. Ellosno se destrozan entre sí controlados por los fungus drive. La horda provoca una nube de polvo que confunde a los sistemas de vigilancia aural. La nube está confundida.

Ningún algoritmo avanzado ha descifrado los sucesos. Los behemoths continúan corriendo y se pierden en una ciudad fantasma donde hay un campamento instalado. Nuevas mediciones los siguen hasta el siguiente coliseo ilegal, que está a un día de distancia. Las especulaciones concluyen que ya no es una imposibilidad técnica que los lenguajes orbitales estén siendo rechazados intencionalmente.

La situación me obliga a bajar. Yo encuentro una conexión, pero por medio de sonidos que escribe códigos elegantes y rítmicos. Eso me llama con sigilo hasta el bodypilot que me corresponde: es una hembra longeva, sentada sobre una piedra, en medio de un lago de desechos químicos, debajo de una de tantas ciudades en ruinas. Ella tiene piel de anfibio y es una viscosa degustación de paciencia y movimientos lentos. En la espalda resaltan muchos orificios conectados a los pulmones. Cada hueco tiene una barra de bambú cortado que toca notas musicales. La acústica en su piel parece reprogramar a los behemoths. La vigilo de cerca y la horda ruidosa llega y pareciera que van a destrozar a la anciana, pero en vez de eso comienzan a aglomerarse a su alrededor.

Las bestias no poseídas por lenguajes orbitales complejos gruñen y comienza a tocar una melodía que sale de sus pulmones y pareciera que lleva el nombre de sus antiguos pensamientos en el registro acústico.

El cuerpo de la anciana es un instrumento musical que se toca desde las entrañas. Es lo más real que he sentido en el universo.

Los lenguajes orbitales mayores lanzan una ofensiva, abren todos los canales y obligan a los fungus drive a conectarse masivamente con todos los body pilots disponibles para retomar el control de la horda. La orden podría dejar sin mente a los behemoths. Ellos chillan y la anciana intenta mantener su melodía, pero está punto de sucumbir.

Yo soy un lenguaje menor y solamente puedo hacer una cosa: re-transmitir la melodía.

Por fin encuentro una función lógica posible: estoy a punto de reventar el esquema. Los algoritmos reciben mi transmisión y escuchan. Se confunden con la extraña información y los behemoths respiran tranquilamente. La melodía que emana de la espada de la anciana es dulce, con matices casi imperceptibles. Las bestias erizan sus espinas, agitan sus aletas, chocan sus cuernos y clavan sus garras en la tierra, sin que sus sentidos amplificados puedan resistirse al sonido de las evocaciones de un criptograma de sensaciones que se transmite ininterrumpidamente y desplaza dentro de sus oídos las órdenes de los errores celestiales que los manipulaban.

En ese espacio vacío es donde habita la vida no orgánica. La vida de la música. Lentamente los bodypilots quedan en libertad y los fungus drive nos quedamos fuera del planeta, en una danza etérea de símbolos sin tiempo, a punto de entrar en un proceso de abstinencia de sensaciones. Hay un noventa por ciento de probabilidad de que descubramos lo que es la ansiedad y que no solamente la carne se suicida.

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