En otro vagón

Vencido por la muralla de monosílabos que construiste desde los cimientos alrededor tuyo, dejé de esperar en la estación de tu indiferencia, y busqué el autorrespeto en mi maleta junto a los restos de dignidad que aún conservaba.

Me hubiera encantado compartir este viaje contigo, ayudarte a cargar tu equipaje, y por qué no, en alguna estación decirte: “deja esto aquí, ya no lo necesitas”.

Dejé de creer que, como una vez me dijiste, estábamos conectados por tantas personas desde antes de encontrarnos en aquella estación.

Dejé de pensar que cualquier camino que tomara en la vida me regresaría a ti. Entendí que solo era una coincidencia. Siempre lo fue.

Dejé de buscar un significado mágico a cada evasión tuya, para aceptar lo que me decía tu silencio.

No era miedo a que te fueras, porque no puede marcharse quien nunca ha estado. En realidad no quería matar otra ilusión, así como se desechan los boletos de viajes perdidos. Me rendí porque era demasiada incertidumbre para alguien como yo, que en temas de desamor, aprendió más de Joaquín Sabina, que del amor mismo.

Un día simplemente desperté y, para mi asombro, no te había regalado ni un solo pensamiento. Respiré hondo, eché un último vistazo, tomé mi maleta, y bajé lentamente, pero esta vez ya no te busqué en otro vagón.

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