El viejo hotel

Siempre he pensado que no estamos solos en el cuarto.
Hay gente que cree que la nuestra no es la única raza en el universo. Yo, más simple, creo que siempre tenemos compañía y que es normal encontrar las cosas fuera de lugar o escuchar ruido en un cuarto que aparenta estar vacío. Si regreso a la recámara y las llaves no están sobre la mesa o cayeron algunos libros de la repisa, no me extraña porque estoy segura que, junto conmigo, hay otros en la habitación.
Lo común es pensar que somos los únicos que se mueven en los cuartos de nuestra casa y cuando algo extraño sucede, el menor destello de «algo más» hace temblar nuestras oraciones.

No me sorprende que el viejo hotel haya cerrado. Puede ser que en ese espacio sean más los seres no corpóreos que los vivos, y que los cuartos y el salón de madera no sean suficientes para contenerlos a todos. Supongo que los muertos ‒y los demás‒, reclamaron su derecho de antigüedad y con trucos sencillos como aparecer en los espejos, flotar sobre pasillos, levitar objetos o lanzar gritos de dolor a las cuatro de la madrugada, terminaron por correr a los vivos que frecuentaban el lugar.
Es una tristeza ver las puertas cerradas y las cortinas echadas. No hay luces de colores en el portal y no sale música por sus ventanas. El único vestigio de actividad es el rostro transparente y blanco de la mujer que me mira, inerte, desde el segundo piso.

1 comentario

  1. Felicidades Ana. Tu breve pero hermoso texto invita a la reflexión. Me invitó a estar en silencio a esperar un pequeño vestigio de los que están por llegar en estos días. Abrazo!!

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