Fue difícil, pero logré colarme en el último vuelo de evacuación del ejército y desde la ventanilla de mi asiento, observo a las personas que se han refugiado en la azotea de la torre Bansí, ni siquiera ellos tienen oportunidad de sobrevivir, las inundaciones ya han arrasado con gran parte del estado y pronto, el edificio más alto de Guadalajara también será devorado por el agua.
Esta pesadilla comenzó hace un par de días, cuando tras una larga sequía que afectó a gran parte de México, los niveles de agua del lago Chapala disminuyeron tanto, que cual pandemia, la escases del líquido vital se extendió entre los tapatíos.
Como los descendientes de los antiguos pueblos indígenas que fundaron las comunidades aledañas al lago, nos manifestamos en contra de las fuerzas del estado para proteger la poca integridad que le quedaba.
Por desgracia, nada pudimos hacer en contra de los matones vestidos de policías que fueron enviados a mantener el orden, las personas que nos gobernaban estaban decididas a seguir proporcionando agua a la capital, sin importarles el daño que le hacían a nuestro hogar.
Al ver que los medios convencionales no lograrían frenar a los invasores, decidimos recurrir a don Manuel, el hombre no solo era la persona más longeva del municipio, sino también, el último descendiente de una larga línea de sacerdotes de la etnia Coca que por generaciones rindieron culto al señor del lago, el dios Iztlacateolt.
Su solución fue más que obvia, si queríamos acabar con la sequia que amenazaba a Jalisco, debíamos pedirle el favor a la deidad por medio de un ritual; Debido a que le pediríamos un gran favor al dios, estábamos obligados a otorgar un pago equivalente y para ello, el anciano nos ordenó entregar lo más valioso que poseyéramos, como los frutos de las cosechas, la sangre de nuestros animales ganaderos y cada joya de oro con la que contáramos.
Habiendo obtenido todo lo que nos pidió, solo faltaba un ingrediente, uno que ninguno de nosotros podría brindar y ese era, el corazón de uno de los enemigos del pueblo; No fue difícil entender de quienes hablaba, se refería a los oficiales que nos agredieron y aunque en otras condiciones, la sola idea de matar nos habría parecido inaceptable, no teníamos otra alternativa, a diario cientos de litros de agua seguían siendo extraídos y si continuaba de esa forma, pronto no habría lago que salvar.
Fue así que tras aprovechar un cambio de guardia, tomamos prisionero a un policía y guiados por don Manuel, navegamos hasta el centro del lago, sobre tres lanchas de madera en las que cargamos con todo lo necesario para el ritual.
Para iniciar con el rito, el hombre quemó un poco de copal dentro de unos cuencos de barro y al mismo tiempo que comenzaba a danzar sobre la barca, sacó un par de objetos del bolso que siempre traía consigo, el primero, un palo de madera lleno de semillas que agitó de forma violenta para asimilar el sonido de la lluvia y el segundo, una caracola que sopló con todas sus fuerzas.
De un momento a otro el clima cambió drásticamente, el cielo despejado se llenó de nubes de tormenta y las apacibles aguas de lago se volvieron tan turbulentas, que resultaba difícil no caerse de las embarcaciones.
—¡El dios respondió a nuestro llamado! — celebró extasiado don Manuel.
—¡¿Ahora qué?! —pregunté mientras me sujetaba de los costados de la barca para no caerme.
—Le haremos nuestra petición —el anciano carraspeó su garganta antes de continuar—. Gran Iztlacateotl, la ambición de los hombres amenaza con destruir el lago, te suplico que no ayudes a protegerlo —
En respuesta, un voraz torbellino se formó en la superficie y aunque esto nos dejó a todos confundidos, el anciano sabía lo que sucedía, antes de cumplir con nuestro favor, Iztlacateotl quería su ofrenda.
Una a una, arrojamos por la borda todas las cosas que el anciano nos solicitó, primero, los tesoros de la tierra obtenidos con esfuerzo, después, la sustancia que da vida a los animales que nos sirven de sustento y por último, las joyas heredadas por nuestros ancestros.
El remolino lo engulló todo, pero aún no habíamos terminado, todavía faltaba un obsequió, la vida que sacrificaríamos.
Sin perder tiempo, don Manuel sacó de su bolso un afilado cuchillo de obsidiana y caminó hacia el policía que habíamos capturado, el cual aún estando maniatado, intentó escapar dando pequeños saltos sobre la barca, más le fue imposible.
Dos de los nuestros lo sujetaron con fuerza y lo sometieron frente al anciano, entre sollozos el oficial suplicó por su vida, juró que solo estaba haciendo su trabajo, más de nada le sirvió, don Manuel estaba decidido y después de abrirle el pecho, arrojó su corazón aún latiente al agua.
Apenas fue devorado por el remolino, el lago se tiñó rojo sangre y el cielo tormentoso volvió a despegarse.
Gracias a la luz de la luna pudimos observar como una figura ascendía a gran velocidad desde el fondo del lago, emergiendo de forma violenta y empapándonos a todos en el proceso.
Suspendido en el aire, Iztlacateotl era algo totalmente distinto a todo lo que había visto en mi vida, su cuerpo humanoide media más de seis metros y estaba cubierto de escamas verdosas con franjas plateadas idénticas a las de los charales, una lengua viperina se asomaba de su boca de pez, tenía ojos de rana, cuernos de venado le sobresalían de la sien y su larga cabellera negra, se encontraba adornada por conchas de almejas y flores acuáticas como el lirio.
—El mundo ha cambiado mucho desde la última vez que estuve despierto —dijo el dios con una voz tan grave que hizo vibrar mi cuerpo.
—Así es, mi señor, las cosas han cambiado, pero nosotros nunca nos olvidamos de usted —Don Manuel se arrodilló y por instinto todos hicimos lo mismo.
Para estar más cerca de nosotros, Iztlacateotl descendió y como si de un pasaje bíblico se tratase, caminó sobre la superficie del lago hasta llegar a la embarcación donde estábamos.
La barcaza comenzó a hundirse por su peso y al percatarse de aquello, redujo su tamaño hasta alcanzar una altura más humana con la que pudo abordar sin problemas.
—¿Ese es uno de los hombres que amenazan mi hogar? —Iztlacateotl señaló el ahora inerte cuerpo del policía.
—En efecto, él y los suyos han venido a robar sus aguas sin importar el daño que provocan —
—¿Dónde están los otros? —
—Seguramente están custodiando la orilla, si se dirige hacia allá podrá matarlos a todos —
—¡No!, tomar una vida fue suficiente, solo debe acabar con la sequia y nuestro lago dejará de correr riesgo — protesté.
—¡Silencio! —el anciano me lanzó una mirada fulminante—.Discúlpelo, mi señor, él aún es muy joven para entender que esos hombres no se detendrán hasta destruir su hogar, debe asesinarlos lo antes posible antes de que ell… —el anciano fue interrumpido por el atronador sonido de unas lanchas motorizadas que venían hacia nosotros.
Eran el resto de oficiales, quienes tal y como habíamos predicho, se dieron cuenta de la desaparición de uno de sus elementos.
—Sabemos lo que hicieron, cabrones, ¿dónde tienen a Ramírez? —preguntó el oficial al mando por medio de un megáfono.
—¡Ahí está, lo están sometiendo esos tres! —dijo otro mientras nos apuntaba con una gran linterna.
—¡¿Ramírez, estás bien?!, suéltenlo o abriremos fuego —sentenció el líder y los hombres que aún lo sostenían lo soltaron por inercia.
Como era de esperarse, su cuerpo cayó sobre la lancha, provocando la rabia de sus compañeros que sin dudarlo, accionaron sus armas contra nosotros.
Solo don Manuel y yo logramos agacharnos a tiempo, el resto de mis amigos murieron en el acto, mientras que Iztlacateotl, parecía ser inmune a las balas, pues en lugar de atravesarlo estas creaban ondas sobre su ser, casi como si se trataran de pequeñas piedras cayendo sobre un estanque.
Cuando se les acabó la munición, llegó el momento del dios para atacar y haciendo uso de sus poderes, hizo hervir el agua que se encontraba en el interior de los oficiales haciendo estos comenzaran inflarse hasta reventar.
Pedazos de carne humana cosida volaron por todos lados, fue tanta, que con horror me sacudí una oreja que había quedado atrapada en mi cabello.
—¡Si, mi señor, muéstreles su poder! —Apenas si podía creer, como don Manuel celebraba tan atroz carnicería.
El dios no le respondió, simplemente continuó con su misión y a la par que alzaba una de sus manos, la superficie del lago comenzó a subir, indicando que estaba recuperando toda el agua perdida.
Pensamos que ahí se detendría, pero entonces apuntó a nuestro pueblo y con un violento movimiento, formó una gigantesca ola que se dirigía hacia el.
—¿Qué está haciendo?, ¡esas son las casas de nuestra gente!.
—¡Mi señor, por favor deténgase, ya acabó con el enemigo, la gente del pueblo es inocente —el anciano trató de detenerlo!
—Me convocaron para proteger el lago y no estará seguro, hasta que toda la gente que abusa de sus aguas muera —el alma se me fue a los pies al escuchar su retorcida lógica.
—¡Pare, se lo ordeno! —.
Iztlacateotl negó con la cabeza, antes de alzarse en el aire, en busca de un mejor ángulo para observar el desastre que estaba por provocar
—¿Cómo podemos detenerlo?.
—Solo hay algo que podemos hacer —respondió el viejo.
—¿Qué cosa?.
—Debemos morir, así se romperá la conexión que formamos con él al invocarlo y volverá a dormir a las profundidades del lago.
—¡¿Está loco?!.
—Es la única forma, con tus amigos muertos perdió gran parte de su poder, de lo contrario, ya habría arrasado con el pueblo sin esfuerzo —
—No sé si tenga el valor para matarme.
—Tranquilo, yo lo haré por ti —sin previo aviso, don Manuel se abalanzó sobre mí con su cuchillo en mano.
Comenzamos a forcejear sobre la barca y aunque puse todo mi empeño en frenar al anciano, este poseía la fuerza de un toro y lentamente acercó la hoja del puñal a mi rostro.
—¡Por favor, deténgase!.
—Deja de resistirte, si no quieres más muerte debemos dar nuestra vidas —don Manuel dejo caer su peso sobre la mano que sostenía el arma, llegando a clavar su punta en uno de mis ojos
El pavor me invadió en ese momento y antes de que pudiera llegar a mi cerebro, golpeé sus testículos con una de mis rodillas para quitármelo de encima.
El plan funcionó y mientras don Manuel se cubría la entrepierna en un fútil intento por aplacar el dolor, le arrebaté el cuchillo y decidió a devolverle el daño que me hizo, se lo clavé múltiples veces en el pecho.
—Bi…bi…bien hecho, aho…ahora…si…sigues tú —dijo en tono burlón antes de soltar su último aliento.
Me quedé en blanco y no supe que hacer, hasta que comencé a escuchar los gritos de mi gente a la lejanía, quienes suplicaban por ayuda mientras eran devoradas por la feroz ola que parecía no tener fin.
El poco valor que albergaba en mi, hizo que pusiera la hoja del cuchillo sobre mi cuello, pero al ver mi malherido rostro reflejado en el agua, mi altruismo murió y terminé tirando el arma.
Iztlacateotl, esbozó una sonrisa de victoria al verme y pesar de que ya había destruido mi hogar, este no se detuvo e hizo que el agua del lago superarse sus límites originales, hundiendo todo a su paso más allá de Chapala.
No ha parado desde entonces, él y su ola de muerte ya se han conectado con el agua de mar y fusionado con otros grandes lagos; Me temo que su plan es convertir a todo México en su reino submarino y mientras yo siga con vida, no me queda la menor duda de que lo logrará.

Ronnie Camacho Barrón (Matamoros, Tamaulipas, México, 1994) Escritor, Lic. en comercio internacional y Aduanas, y Técnico analista programador bilingüe; Autor de 2 Novelas “Las Crónicas del Quinto Sol 1: El Campeón De Xólotl” (Amazon 2019) y “Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo” (Editorial Pathbooks 2020-2022), también 10 libros infantiles por mencionar algunos, “Friky Katy”, “¿Tus papás son vampiros?” y “El pequeño Rey”, todos con la editorial Pathbooks y traducidos en 6 idiomas, su más reciente obra una antología de cuentos titulada “Entre Nosotros” (Amazon 2021), además ha colaborado en 19 antología y publicado textos en más de 199 revistas y blogs nacionales e internacionales.