No era la primera lluvia que cubría todo el pequeño puesto de doña Leonora, ya antes le habían cubierto otras tormentas, pero quizá fue por su excepcional temperatura del agua o una variante en su composición de humedad, que a ella y a su nieto les provocó un enojo singular nunca antes visto ni sentido dentro de sus cuerpos. Doña Leonora miró al cielo como diciendo entre dientes: “pinche lluvia”, pero sus labios tan evidentes los pudo notar su nieto quien le veía la cara pañosa fija en las nubes grises, y que ya no sabía si enojarse o entristecerse al mirar esos ojos que prodigaban sentimientos. A pesar de su corta edad, sabía cómo era sentir eso. Era cierto que la lluvia caía a chorros sin ningún tipo de filtro entre su origen y el suelo, y sintiendo las gotas marcar los cuerpos, daba la sensación de ser nieve y no agua lo que se desprendía, debido a su frío marchito más allá de lo refrescante. Lógicamente doña Leonora no tenía la misma dureza en sus muñecas y pantorrillas que alguna vez tuvo de joven, y el aguacero casi glacial le hacía temblar los huesos. De su piel delgada que le colgaba del cuello, descubierta tiempo atrás cuando al cargar a su nieto recién nacido le dio un tirón en la garganta, se le comprimía.
El martes anterior había llovido, pero la lluvia había sido más ligera evitando interrumpir tanto tiempo la venta del pequeño negocio. En cambio, ese día se prodigaba más la lluvia, y ella lo había visto venir. Una tarde al ir bajando del microbús, escuchó el sonido de unos insectos lejanos que cantaban a todo pulmón a principios de junio, y presagió la aproximación de la tormenta. Les llamaba “chicharras de abril”, pero su extrañeza fue que ya no era abril.
Ante el reflejo de la luz de un foco amarillo, se le iluminaba el rostro mojado. Yacía parada bajo una sombrilla roja fijada a una pequeña mesa de madera, invadida por los restos volátiles desprendidos del carbón prendido del brasero, donde se calentaba una olla de elotes. Contemplaba con su nieto la lluvia constante; aun no se le ocurría otra cosa qué contemplar. Atajados bajo esta sombrilla visiblemente remendada por ella, fue que a Noé le alcanzó como un soplo de vacío en el estómago, y entonces dijo: “Tengo hambre, abuela. Prepáreme un chicharrón con cueritos”. Su abuela sacó de un bolso tejido, unas frituras grandes, naranjas y cuadradas, que posteriormente embarró de mayonesa de un solo lado. Tomó con las manos pequeños trozos de cuero porcino que colocó encima de la botana, y de la nada, volteó a ver las casas que tenía enfrente, y notó que a la mayoría de ellas se les iluminaban las ventanas, suponiendo una cálida y agradable temperatura en su interior, no como la de afuera. Pero lo pensó muy fugazmente porque otras veces ya lo había pensado, y llegaba a entristecerle ocupar su mente en ello.
Lo realmente preocupante en su visión, es que sus clientes por estar apacibles mirando la televisión dentro de sus casas, no tomarían el riesgo de dirigirse a la calle bajo esas condiciones torrenciales, y así no gastarían ni consumirían.
—Abuela, con col y salsa valentina.
—Ya le puse. Ahorita que pare tantito, te vas por una coca de vidrio. Nos la tomamos a michas, mijito.
—Sí, si abuela.
Preparado el chicharrón, no duró muchos bocados, y solo amortiguó la mitad del hambre en Noé. Estando ambos de pie, el nieto, la abuela, bajo la lluvia, se escuchó la voz del pequeño, nuevamente: “Y ahora un elote, abuela.” Como vendía ambas cosas, chicharrones y elotes, sacó de la olla que desprendía un denso y visible vapor un elote hervido en agua al que clavó a la fuerza un palito de madera por debajo, y pasó a embadurnarle mayonesa, queso, y chile en polvo no picoso. Entregó el alimento al niño mientras pensaba la mujer: — ¿Será que aquí nos vamos a quedar hasta ahogarnos en la lluvia?
El agua acumulada en el suelo no creció ni cuatro milímetros, pero fue suficiente para penetrar en sus zapatos y mojarles las calcetas. En ese momento, Doña Leonora sujetó la sombrilla con fuerzas, que daba señales de irse volando entre los vientos azotados del mal tiempo, y entonces, Noé abrió muy grandes los ojos, y le llegó una idea tal, que casi se le atoraba su bocado de elote en la garganta. Recordó algo que había visto hacer a una antigua vecina ya fallecida: clavar los cuchillos en la tierra de las macetas para alejar a la lluvia. Pero reflexionando con el rostro húmedo sobre esta gran idea, concluyó que si apenas un solo cuchillo tardaba su buen tiempo en hacer efecto, necesitaría de más que ahuyentasen las nubes.
Sin decir nada a su abuela, se fue corriendo por la banqueta en donde estaban la mayoría de las casas. Pasó en su recorrido tocando puerta por puerta, timbre por timbre, hasta que le abrieran y pudiera persuadir a los caseros. . La primera fue doña Estela, que, al abrir su puerta ante la insistencia de los toques, encontró un niño poco alto de suéter rojo, mojado en los telares y cuerpo. Le preguntó extrañada:
—Niño, ¿pero por qué tan mojado?
—Por la lluvia, señora — contestó.
Un techo de lámina cubría el patio de doña Estela, que al golpearle la lluvia, amplificaba las gotas que sonaban más parecido a clavos de metal cayendo del cielo.
—Venía a pedirle un favor. Como cae mucha lluvia que no deja vender a mi abuelita ni sus elotes ni sus chicharrones, quisiera saber si pudiera clavar un cuchillo en alguna sus macetas. Dicen que con eso se espantan las nubes.
Doña Estela sabía algo de eso, escuchado en algún momento de su vida, pero sin tomar sus creencias en serio y al ver la inocencia del pequeño, no dudó en aceptar, y sobre todo conmovida quiso ayudar de otra manera.
—Claro que sí, chamaco. Pero anda, mejor tráeme un elote calientito con pura mayonesa. ¿Cuánto valen?
—Quince pesos. Nada más eso valen.
—Y no es ni tanto, los he comprado hasta en treinta pesos.
Noé con el rostro más alegre, corrió hasta el puesto, y agitado le dijo a su abuela: —Que doña Estela sí nos ayudará. Quiere un elote preparado solo con mayonesa. Ya no escuchó más, y se puso a prepararlo, sin cuestionar eso de “ayudará”. —Llévatelo con esta bolsa encima para que no se moje—, le dijo, y se dijo para ella:
—Espero en Dios y no le agarre una tos fea con la mojada.
El niño entregó el encargo debido en la puerta de doña Estela, y ella mientras le daba las gracias, pensaba: Se va a engripar el pobre niño.
Se fue tocando toda la serie de puertas faltantes de las demás casas, solicitando a los vecinos el mismo favor con la misma inocencia e intención de clavar un cuchillo a las macetas de sus casas para que dejase de llover. La mayoría ajenos o desconcertados, lo entendían como una práctica de brujería, o más como algo trivial o una simple tontería, y decidían no hacerlo. No obstante, algunos se indignaban y conmovidos le ayudaban haciendo consumo de los alimentos del niño. Tenían preferencia en mayoría hacia los elotes calientitos que se ajustaban con la lluvia fría de la tarde. Eso pedían más.
Una de ellas, doña Toña, una mujer harapienta y de pocos recursos , con una mirada humilde, al abrir la puerta simpatizó con su casi igual: —Entonces tráeme esto y esto. Pero llévate aquél paraguas de la esquina, y úsalo, que algo te habrá de cubrir.
Continuaron los encargos, mientras al agua no se le miraba fin, y tampoco cesaba la temperatura a menor grado. De momentos lo que concluía Noé, era que en las nubes hubiera un ojo de agua, o una fuente considerable del líquido, ya que no se explicaba como de tantos cuchillos solicitados a ser clavados por los vecinos, no hicieran efecto. Doña Leonora, pensaba al mirar a su nieto, y en seguida mirar hacia el cielo: “Bendícelo, señor”. Pero bajaba la mirada antes de concluir su oración.
Las luces prodigiosas en las ventanas de alrededor, comenzaron a llenarse de mirones que aparentaban ser discretos o mínimo poco vistos, ya fuera admiración o simple morbo, al echar la vista por fuera de sus hogares y vaciar palabras poco dichas, casi como un eco de pensamientos reconocían al esfuerzo de Noé. “Se aferra a la vida” pensaban algunos con variaciones de oraciones o palabras, mientras él se abría camino entre la lluvia con su paraguas, entregando elotes y chicharrones a quien le pidiera.
Doña Leonora debajo de la gran sombrilla roja que comenzaba a agujerarse de un parche remendado y desgastado, tenía más seco del torso para arriba, que alguna otra parte de su cuerpo. Los vecinos seguían mirando cálidos y secos desde sus ventanas. De un rato a otro se fueron acabando los alimentos, y aumentando las monedas del cesto de dinero, y de ganancia. No dejaba de llover, pero Noé se había resignado al milagro de los cuchillos clavados. Previamente a su idea, pensó en pedir amablemente a la lluvia que se marchara, pero sabía que el cielo y las nubes suelen ser muy egoístas y poco escucharían las solicitudes de un niño.
La abuela pensó mientras mirada unas manchas de sol que habían despintado algo la sombrilla: —Si así vendiéramos diario, pronto nos alcanzaría para comprar otra sombrilla nueva, pero roja ya no, esas se agujeran mucho como esta. Noé bastante cansado y comenzando a sentir un escozor y comezón en sus pies húmedos, se sintió satisfecho de poder ayudar a su abuela, vendiendo sus alimentos, a pesar del clima y las severas condiciones. Pero no del todo alegre, pues había variado su idea inicial.
Luego de la entrega del último elote, Noé miró a su abuela: —Ya acabamos. Ni cuando está el solecito se vende tanto—, le dijo.
Y la abuela con los parpados colgados, pero refrescados ya no por el agua de lluvia, sino por el viento, dijo: —Ya nada más que pare tantito la lluvia para recoger y meter el puesto a la casa.
Y la tarde nublada y lluviosa continuó con él y ella. Noé nunca supo que ningún vecino clavó cuchillos a sus macetas.

Soy Juan Solano. Voy a la universidad donde estudio Historia. Vivo en Cuernavaca, ciudad que más de un literato, o ha vivido o ha escrito sobe ella, quizá por su encanto inherente. Leí la Casa de Bernarda Alba en la primaria, y desde entonces estuve rodeado de esos seres que habitan en los libros. He escrito teatro, porque se me hace un género muy dinámico; pero lo mío es ser cuentero, pues me gusta mucho ese lenguaje tan abstracto del cuento. Es así que dedico mi vida al estudio del humano en la Historia, y las historias que leemos nosotros los humanos.