México Distrito Federal 1983.
El párroco limpió el cáliz de oro y lo resguardó en la caja de la sacristía, lo cerró con llave. Caminó hasta ponerse frente a su rebaño, era un hombre de unos setenta años, regordete de mejías rosadas, tenía el timbre de voz de la bondad y de los hombres justos ante la mirada de dios. Y dijo con entusiasmo:
—Por fin llegó la fecha tan esperada— los feligreses, todos ellos de la alta clase política y empresarial se contagiaron de la felicidad que radiaba su pastor. Éste continuó hablando:
— Hoy inauguraremos el vitral que será el orgullo de nuestra iglesia, no quiero pecar de soberbia, pero sin duda será el vitral más imponente de América, fue realizada por artistas italianos utilizando las mismas técnicas con las que se trabajaba en el renacimiento. Incluso los hermanos en Roma o el mismo santo padre se pondrán celosos —el padre y los feligreses rieron con inocencia.
El cuadro de cristal policromado se encontraba una ventana de cuatro metros ancho por seis de largo, estaba cubierta por una venta de tela púrpura, especial para la solemne ocasión. El padre dijo:
—Pido por favor que pase la primera dama de esta ciudad consagrada a la guadalupana. Que dios bendiga su administración y le damos las gracias por sus donativos. Que pase para develar nuestro vitral.
La mujer cubierta de joyas en el cuello y las muñecas jaló de los respectivos cordones dorados y quedó a la vista la obra de arte sacro contemporánea más importante, al menos de la ciudad capital. En el vitral se mostraba la imagen de un Jesús escandinavo blanco y de largos cabellos y barbas rubias. De haberle puesto un casco con cuernos asemejaría más a Thor que a un carpintero de las candentes tierras de Judea. La imagen representaba las bodas de Canán, el hijo del carpintero de Nazaret. Se encontraba sentado en una cómoda roca. El mesías tenía a su alrededor al menos dos docenas de seguidores que lo miraban con admiración, amor y alegría, posiblemente porque pensaban que en verdad era el hijo de un dios o porque ya en plena fiesta esperaban que convirtiera las ánforas llenas de agua en vino y las cestas vacías llenarlas con pan. El vitral era hermoso, lleno de colores, de un gusto exquisito El padre dijo:
—Quiero agradecer a todos nuestros hermanos que contribuyeron con sus donaciones para poder tener esa obra de arte. Ustedes no lo pueden ver desde la distancia, pero tiene dos mallas protectoras, una por dentro y otra por fuera compuesta por hilos resistentes, uno nunca sabe, para resguardarla de alguna ave que haya perdido el rumbo. O por la creciente ola de violencia que está sufriendo nuestra ciudad, no nos olvidemos de las hordas de malvivientes están entrando a zonas de la ciudad habitada por gente respetable.
El Negro Durazo, jefe del departamento de policía del Distrito Federal que se encontraba en la misa, dijo para todos:
—Padre, le prometo que nunca faltaran un par de patrullas en las afueras de nuestra iglesia. Todos los fieles aplaudieron y el párroco dijo de manera muy solemne:
—Y para bendecir nuestro vitral nos honra tener en nuestra capilla al fundador de los legionarios de cristo, el padre Marcial Maciel, que sin duda algún día será elevado a los altares. — Un coro de niños entonó el ave maría. Los feligreses se levantaron con emoción, tal como los primeros seguidores de cristo con ramas en las manos vitorearon la entrada del hijo de dios en la ciudad en Jerusalén.
Era un hombre delgado de profundas entradas en la cabellera y lentes se oscuros, iba acompañado de dos jóvenes monaguillos que llegaron hasta la capilla. Hombres y mujeres dejaron sus lugares para acercarse al santo barón y besarle la mano. Algunas madres de hijos pequeños alzaban a sus criaturas para recibir la bendición o un beso del fundador de tan importante organización. Otros acariciaban las telas de su opulenta vestimenta con hilos bordados en oro.
En ese momento se escuchó un ruido estruendoso como si todos los cristales de la torre panamericana reventaran al mismo tiempo. El vitral fue convirtiéndose en cientos de millones de astillas cuando fue atravesado por un bólido de fuego. Los feligreses se arrojaron al suelo, el fundador de la orden salió corriendo por la puerta trasera de la sacristía, llevándose a sus monaguillos y a los jóvenes del coro.
Cuando cesó la lluvia de astillas, todos miraron hacia arriba y vieron volando de manera errante la figura de un hombre con un par de enormes alas envuelto en fuego. Se impactó en una de las paredes de la iglesia en ese mismo momento el fuego desapareció, y las plumas de alas completamente quemadas se desvanecieron y flotaron en el aire como papel quemado. Era un hombre joven de cabellera y barba extremadamente rizada, como en las pinturas del patrimonio Sumerio. en la espalda traía dos heridas verticales que le sangraban. El padre, con la cara roja, gritó, con las venas en relieve en el cuello:
—¡Maldito!, destruyó nuestro vitral, tiene que tener su merecido. — Los feligreses se arremolinaron alrededor del hombre y le daban de patadas. El párroco dijo después de unos minutos:
—Momento, momento, no ensuciaremos la casa de dios. — los linchadores se detuvieron, el padre apuntando a la enfurecida multitud gritó:
—Que lo saquen al atrio y que lo maten a golpes. — hombres, mujeres y niños de las mejores familias capitalinas tomaron de cabello al caído del cielo. Lo arrastraron mientras iba dejando una estela de sangre en el piso de mármol. El jefe de la policía, tomó su radio y se comunicó con los patrulleros que resguardaban la iglesia, medio centenar de uniformados, se abrieron paso al interior del grupo enardecido y tomaron al ángel de la turba. Le cubrieron de su desnudez lo metieron a una patrulla, lo esposaron y se lo llevaron a la delegación.
Uno de los agentes policiacos se le acercó a Moreno Durazo y le dijo:
—¿Qué opina de eso jefe? — ¿Quién tenía la protección de la ciudad?, dijo mientras veía alejarse la patrulla.
—Tú has estado conmigo desde hace años y has sido testigo de que nunca me ha temblado la mano a la hora de volarle la cabeza a alguien. Nos hemos enfrentado a pandilleros, organizaciones criminales, estudiantes revoltosos, enemigos del régimen. Pero entre estos, y esas devotas y nobles familia los distinguidos no vi diferencia, y todo por un pinche vitral, como dicen los leídos, todos somos malos por naturaleza, Uno de los patrulleros le preguntó al jefe de la policía capitalina:
—¿Qué hacemos con el ángel? — El negro Durazo, mientras se acomodaba la corbata dijo:
—Ya saben el procedimiento, para no perder la costumbre unos teuhacanazos. Luego unos toques eléctricos, que hagan que confiese, el crimen de la muchacha de servicio, para exonerar al hijo del Cenador, luego a la fosa común. ¡Chingada madre! ¡solo eso nos faltaba! ¡Ángeles! Como si no ya tuviéramos un chingo de hombres santos.
Iván Noé Espadas Sosa, Cacalchén Yucatán México. Trabajó en un cine como proyectista hasta 1994 ha publicado seis libros, entre los que se encuentra “Crónicas de los cines de Yucatán 1970-1990” Editada con la beca PECDA 2021 y “Cinema Palacio” Editado por la dirección de cultura de la ciudad de Mérida. Incursionó en el género de terror psicológico con el cuento Cine Bizarro seleccionado y editado por la editorial Lebrí en su libro Terror volumen cuatro. Algunos de sus textos se encuentran en las antologías:La perra que conoció el mar, Atorrantes Perversiones, Mérida palabras y miradas II.