El alebrije nahual

Don Aurelio era el personaje del pueblo, su destreza se demostraba en la talla de madera, era como un don que poseía en sus diestras manos desde su juventud, que hacía se diferenciara de los demás artesanos.

En las mañanas era tiempo de ir a buscar el árbol de copal, del cual extraería la rama que se adecuara a lo que él tenía en mente modelar, para después convertirlo en su fantástica figura de alebrije. Tenía todo un ritual que acostumbraba a hacer cuando llegaba al lugar donde se encontraban los árboles idóneos para realizar su trabajo: pedía permiso a sus ancestros, a los guardianes de ese espacio y a la propia vegetación. Como parte de su ceremonia, también llevaba una ofrenda de semillas y mezcal para ofrecerle a la madre tierra a cambio de poder cortar de ella un madero.

En el pueblo se le tenia profundo cariño, era una de las personas con más sabiduría practicante de la cosmovisión de su cultura, los habitantes se referían a él como el señor de los Alebrijes Nahuales, en señal de respeto y debido a que se escuchaban rumores de que, en ocasiones estos, por alguna circunstancia cobraban vida.

La habilidad que tenía en las manos era tal, que cualquier pedido que le hacían lo tenia terminado en tan solo quince días a más tardar, aun cuando éste tuviera su grado de complejidad: se consideraban piezas únicas de gran valor.

Una ocasión llegó al domicilio de don Aurelio una dama enigmática. Iba vestida toda de negro con guantes y un sombrero con velo que ocultaba su rostro, llegó en su auto, el chofer le abrió muy cortés la puerta y ella se bajó enseguida, dirigiéndose a conocer a tan afamado artesano para solicitar su pedido de una manera muy decidida. Después de conversar y quedar de acuerdo en todo, pagó por adelantado y sin perder más su tiempo se retiró.

Esta vez, como siempre, el maestro del tallado cumplió con su palabra, pasaron los días y se llegó la fecha. Don Aurelio ya tenía la figura terminada, era una especie de ciempiés con colmillos y una cola de víbora que al final tenía un cascabel.

La dama misteriosa recibió complacida el alebrije, tuvieron una pequeña plática y, agradecida compensó a don Aurelio, pagándole un poco más de dinero por su trabajo. Tomó la pieza que iba ya perfectamente envuelta y se marchó.

Poco tiempo después se supo que un afamado capo de la mafia, que era muy sanguinario y cruel con sus víctimas, había muerto, pero la noticia que transcendió era la extraña forma en que sucedió. En la bañera donde lo había encontrado sin vida, alrededor de ella y en la pared había muchas marcas de patitas de sangre como si varios ciempiés hubieran caminado en todos sentidos dejando sus múltiples huellas. Lo más extraño fue un cascabel de víbora tirado en el suelo, pero este era de madera, tan bien tallado, como si fuera real.

2 comentarios

  1. Figuras que toman vida en nuestra imaginación.Colores fantásticos y formas que son estimulantes.

  2. Me recordó los relatos de la época de la Colonia, muy buen texto, saludos.

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