Cuando comencé a hablar con Isela, me contó de su vida, de cómo ella se fue a los 18 años con su mamá a Estados Unidos, y aunque ya empezaban a arreglar sus papeles para obtener la ciudadanía, ella no pudo completarlos, hasta ahora; pasados ya 28 años, sin ver a gran parte de su familia, con la que llegó a convivir durante su infancia, primos que eran cómo hermanos, tías, tíos y abuelas que eran cómo sus segundos padres. Cómo muchos inmigrantes, Isela tuvo la oportunidad de lograr ver a su familia otra vez, y ella nos cuenta su historia, que se sitúa un 22 de marzo del 2022:
“¡Ya es tarde!” gritaban mientas subían las maletas a la camioneta, mis hijas y mi esposo me acompañaban para dejarnos en el aeropuerto, toda la emoción se sentía en mi cuerpo, las mariposas no dejaban de aparecer, me pasaban recuerdos rápidos de cómo corría por la avenida en las noches para ir a las “gorditas de doña Pagüis”, o cuando íbamos al mercado de mi colonia, donde comprábamos lo de la semana. Sentía cómo los minutos pasaban lento, y mientras íbamos en camino, del otro lado del charco, en México, al esposo de mi prima y sobrina preparaban todo para la sorpresa de mi regreso.
Dentro del aeropuerto, uno no se puede esperar más que gente por todos lados, corriendo, buscando a otra persona, comprando recuerdos en las tiendas que se encuentran ahí. Las pantallas, en la entrada, marcaban el vuelo en el que iríamos mi hija y yo, con destino a Ciudad de México.
Después de una hora, mis hijas junto a mi esposo estaban listas para despedirse de mí y de mi otra hija e irse de regreso a mi casa para descansar, yo sintiendo nervios decidí revisar la pantalla que estaba a unos metros de mí; al llegar, empecé a buscar el vuelo cuando de la nada siento una notificación de mi teléfono que me distrajo lo suficiente como para voltear, cuando lo prendo, siento cómo mi estomago se revuelve cuando leo que mi vuelo había sido cancelado; sentí cómo la desesperación y la ira llegaban a mí, tenía ganas de llorar, que solo a mí me pasaba esto. Mi esposo y mis hijas se quedaron un rato junto a mí mientras trataba de procesar todo.
Pasando el tiempo logré llegar a atención al cliente, donde logré arreglar el problema, nos dijeron que nos cambiarían al vuelo próximo que sería casi 20 horas después. Trataba de pensar en que, si ya había podido esperar 28 años, podía esperar unas horas más. Logré llamarle a mi sobrina para avisarle de la cancelación y cómo se movió todo el vuelo, así ellos podrían mover la planeación. Me fui a mi casa a dormir; procesaba durante el día los minutos que pasaban, me sentía ansiosa.
Al llegar la hora de irnos al aeropuerto sentí de nuevo las mariposas. Logramos subirnos al avión; con nervios y mariposas en el estómago, logramos despegar Mi hija me agarraba de la mano y trataba de tranquilizarme. Pasando las horas de vuelo, por fin aterrizamos; llegaban a mí las ganas de llorar.
Al pasar migración, olvidando a todos a mi alrededor agarré mi teléfono y puse el jarabe tapatío en mi teléfono a todo volumen, y solo lo comencé a bailar, sentía la emoción y euforia de pisar el país del cual vengo.
En la puerta de salida, la familia de mi esposo me esperaba. Cuando los vi, corrí hacia ellos y solo me solté a llorar, recordando cómo mi esposo desearía estar aquí, conmigo, acompañándome en este encuentro.
Durante el camino a la ciudad de Cuernavaca en Morelos, solo podría pensar en cómo tocaría la puerta, en cómo vería a todos y si lloraría o no.
Las mariposas cada vez se sentían más y más, porque nos acercábamos a Cuernavaca. Yo no recordaba el camino, pero salimos muy lejos de donde debimos, así que nos perdimos, intentaba guiarnos con lo que recordaba, pero las calles, los edificios, los puentes, todo era muy diferente. Mi sobrina, al poco tiempo nos mandó la ubicación para poder llegar rápido y sin perdernos, así que seguimos la guía. Durante el camino trataron de sacarme platica de mi vida allá en los Estados Unidos, de cómo seguían los animales de nuestro ranchito o cómo seguían mis hijas, pero realmente no podía pensar en algo que no fuera, cómo llegaría a la puerta.
Al escuchar que el programa del teléfono decía que habíamos llegado a nuestro destino, los ojos se me llenaron de lágrimas, solo pude ver cómo mi hija mandaba un mensaje a su prima para avisarle que ya habíamos llegado. De pronto veo cómo dos muchachos salieron de la casita pintada de azul, y fueron hasta donde estábamos, así que salimos. Mi hija fue la primera en abrazarlos, me bajé y solo les dije “por fin conocieron a su tía” y los abrace a los dos. Nos empezaron a explicar que nos meterían en la camioneta fuera de su casa en la parte de atrás para que no se dieran cuenta de nuestro regreso, luego se metieron a la casa y nos mandaron mensaje de que solo tendríamos que esperar a mi querido tío.
Pasaba el tiempo, y veía cómo varias personas pasaban, de los nervios confundí a mi tío con dos señores, pero la tercera si fue la vencida: mi tío pasó a un lado de la camioneta, con su ropa del trabajo caminando rápidamente para abrir y entrar a la casa. Luego, pasado un rato salió mi sobrino, y logró abrir para que pudiéramos salir. Luego se metió. Vi cómo metros arriba de la casa se estacionó una camioneta de la cual bajaron los mariachis, que se acomodaron afuera de la casa, junto conmigo. Comenzamos a platicar “¿con que canción va a querer que iniciemos?” “¿Tiene algo en especial?”, a mí solo se me venía una canción a la cabeza “El ausente” canción que años atrás le prometí a mi prima que le cantaría cuando regresara a México.
Empezó la canción, y la emoción en mí no se contuvo, me acerqué a la puerta y toque dos veces, no me abrían, así que volví a tocar y sentí cómo se comenzó a abrir la puerta, y subiendo las escaleras, una por una, al son de la canción dije: “ Se me concedió volver”, y a la primera persona que vi, fue mi tía, mi segunda madre, al llegar a ella la abracé, mientras sentía cómo salían todas las lágrimas que podía, luego fui y abracé a mi tío, mi viejito, le dije: “Ya regrese mi viejito”, luego caminé hacia donde estaba mi prima, casi hermana, todos en el cuarto comenzamos a llorar, solo pude decirle a mi prima; “Tienes muchos años sin verme, ¿Por qué no me abrazas?”, nos sentamos en los sillones donde disfrutamos del son del Mariachi, mientras empezábamos a platicar del vuelo y cómo logramos engañarlos y despistarlos sin saber de este regreso tan memorable.
De tantos años sin verlos no podía creer que esto fue real, no podía creer que estaba hablando con ellos en persona, mi mente se centraba en ver sus caras, cómo había pasado el tiempo, cómo sus caras eran diferentes y más maduras. Estoy feliz, feliz por mi regreso a mi tierra.

Soy Verónica Martínez Carrera, una fanática de la cinematografía. Tengo 22 años y soy de Cuernavaca, Morelos. Desde pequeña he estado fascinada por el mundo del entretenimiento. Estudié Ciencias de la comunicación en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y durante mi trayectoria universitaria descubrí mi amor por la radio, la publicidad y el contenido digital.
Actualmente soy locutora del programa “En efecto de radio UAEM, donde hablo de cine y comparto mis pensamientos y análisis sobre las últimas películas y de noticias de actualidad junto a mis amigos. También soy publicista en La Unión de Morelos, donde creo notas y contenidos para las redes sociales sobre espectáculos.
Mi estilo es una fusión de diversión, curiosidad y exploración de lo nuevo. Mi objetivo es entretener a mi audiencia, llevándolos a descubrir nuevas perspectivas del cine.