Compañeros

El olor me estaba molestando un poco, pero fue el ronquido lo que me despertó. Ningún humano podría hacer un ruido así, de modo que desperté un poco inquieta, pero mi inquietud se convirtió rápidamente en sorpresa y finalmente en pánico. Por alguna razón había un animal gigante junto a mí en la cama.
Lo peor no fue que yo lo tuviera abrazado, sino que la bestia tenía a su vez una de sus patas colocada sobre mi cadera. Una pata con unas garras enormes… ¡y el olor! Pff, insoportable. Me quedé quieta sin saber qué hacer y tratando, tanto como podía, de no ponerme a gritar como posesa. Con toda la delicadeza que pude, lentamente, fui empujando la pata hasta liberarme. Una vez hecho esto, cogí el teléfono que dejé cargando en el tocador y me atrincheré en el baño. Me puse una toalla en la boca y grité y grité hasta que me calmé. Comprendí que mi problema no se resolvería gritando. A través de la puerta se oían bramidos atroces.
Entonces se me ocurrió llamar a emergencias o a control animal. Tal vez si lo hubiera hecho la historia sería diferente, pero las cosas son como son. Llamé a Paula. Hasta la tercera llamada se le ocurrió contestar.
—¿Si? —dijo por fin su voz somnolienta— ¿Qué pasa?
—Paula… hay un oso en mi cama —le dije.
—Claro que hay un oso en tu cama —repuso de mal humor—. Como si no supiera bien que duermes con él desde niña. Bastante infantil en mi opinión pero…
—Paula… no estás entendiendo nada —la corté con la voz temblorosa—. Paula ¡Hay-un-oso-en-mi-cama! ¡Uno de verdad!
Silencio por un momento.
—Me estás tomando el pelo. ¿Es tu forma de regañarme por la borrachera de anoche? Sí, se me fue la mano pero…
—Paula, escucha. Escucha el ruido —y acerqué el auricular a la puerta.
Por un momento me quedé quieta, esperando, mientras el oso roncaba tan fuerte que creí que me quedaría sorda. Después me senté en el piso del baño y puse el altavoz.
—¿Lo has oído?
—Yumi, ¿estás tomando tus medicamentos? —me preguntó ella.
—¿No oyes? ¿Cómo puede eso ser una alucinación? Ya sé lo que haremos.
Cambié el modo de la llamada y abrí la puerta sólo lo suficiente para deslizar el teléfono. Cuando metí la mano temblorosa la cara de Paula estaba blanca como papel.
—Yumi, ¿por qué hay un oso en tu cama?
—Es lo que te estoy tratando de explicar. No tengo idea de qué diablos está pasando y tengo mucho miedo.
—No sé qué decirte, ¡¿por qué hay un oso en tu cama?! A ver, recuerda, ¿qué hiciste ayer?
—No hice nada distinto. Me fui temprano y vine directo a casa, me puse el pijama, abracé mi oso y me dormí. Y hoy despierto abrazando un oso de verdad…
—¿Y sólo es tu oso el afectado?
—¿Te crees que me quedé ahí mirándolo como idiota? —le espeté— en cuanto pude zafarme me atrincheré en el baño.
—Ok… ¿tienes algo que puedas usar como arma? —preguntó Paula.
Miré a mi alrededor pero no había nada anormal. Mi cepillo de dientes, la pasta dental, el escusado y la ducha. Pensé y maldije internamente no haber tomado la hoja abrecartas que tenía en el buró.
—N-n, no hay nada —admití derrotada.
—Bueno, no puedes quedarte encerrada todo el día. Hay que pensar en algo.
—Pues yo sólo pienso en que no quiero morir siendo comida por un oso.
—Pero… está dormido ¿o no?
—No puedo estar segura… hace esos ruidos que creo que son ronquidos.
—Tiene sentido —apuntó ella—, Yumi, es invierno. Los osos hibernan. Es muy poco probable que lo despiertes si te sales con cuidadito…
—N-no, yo no voy a salir de aquí. La puerta está al otro lado del cuarto y rechina.
—Yumi, piensa, el oso está dormido, incluso lo tocaste y no se inmutó. Si te sales despacio y abres la puerta con cuidado podrás dejarlo ahí.
—¿Crees?
—Sí. Lo creo, pero no te muevas aún. Hay que pensar ¿qué más tenías en el cuarto?
—Pues lo normal: la cama, la cómoda, el tocador…
—No, tonta. Me refiero a los peluches. Si tu oso se ha vuelto de verdad tiene sentido pensar en que pueda haber otros cambios. Es una magia extraña.
Tal vez por eso la llamé a ella. Cree fácilmente en la magia, el destino y las cosas más extrañas: como Dios.
—No perdamos más tiempo, Yumi, piensa ¿qué más tenías en el cuarto?
—Pues tenía a Donato: el conejo, Patricia: la coneja, dos osos pequeños; uno me lo dio mi hermano y el otro mi amor. Tengo una pequeña capibara y un hipopótamo en su empaque.
—El hipopótamo puede ser un problema. Piensa bien, ¿no había nada más?
—E-el cerdo peludo que me regaló mi abuela, la ratita que me dio mamá y algunos patitos que me ha dado mi papá. No tengo el tigre aquí, ni el tiburón.
—Eso es ganancia. Entonces lo único que falta de establecer es si el hipopótamo también se convirtió.
—N-No me atrevo a mirar —le dije.
—Saca el teléfono. Yo te ayudaré a ver.
Al principio me negué a sacar otra vez la mano de mi santuario en el baño. Viviría ahí hasta que el oso despertara en primavera y se fuera buscando lo que sea que comen los osos. Por cierto ¿qué comen los osos?
Pero no, debía enfocarme. Sacar el teléfono, y sí, lo peor sería perder la mano, pero me haría un torniquete con el pijama. Finalmente accedí. Primero desde abajo. La base de la cama estaba destruida por el peso del oso y alrededor vimos al ratón en una esquina y algunos patitos que paseaban por el cuarto. Levanté el teléfono para ver la cama más allá del oso y vimos que el hipopótamo estaba muerto. Al crecer y con el plástico alrededor, se enredó y había bastante sangre. La capibara estaba echada sobre lo que quedaba de la cómoda. Me sentí optimista.
—Creo que podemos lograrlo —le dije a Paula—, pero no me cuelgues —le supliqué. Quédate conmigo y acompáñame.
—Hasta el mismo infierno —respondió ella.
Con el teléfono como única arma, salí poco a poco del baño. La capibara hizo un ruido pero el roncar del oso y un par de oseznos llenaba la habitación. Paso a paso me fui acercando a la puerta que, para mi fortuna estaba abierta. Iba despacio, muy despacio y de puntillas hasta que llegué a la puerta. En la sala estaba el cerdo.
—Paula, creo que lo hemos logrado —susurré por fin.
Y entonces la vi.
Me había olvidado de Lizzie.
No sé por qué la gente dice que cuando vas a morir ves tu vida pasar. Yo tuve solo un breve momento de reflexión.
Hay gente que no cree que existe el amor a primera vista. Gente que no cree que casualmente puedes un día encontrar frente a ti lo que has buscado por años sin éxito. Y entre ellos me conté yo, hasta el 26 de junio del 2015. Recuerdo perfectamente la fecha porqué ese día lo encontré. Yo, despeinada, desvelada y despistada, y Lizzie limpia, flamante y paciente. ¿Cómo creer en tanta casualidad? Entrar de pronto a una tienda sin razón particular y, sin intervención de nadie, sin ayuda, sin guía… de pronto sus ojos brillantes, negros que me miran y me dicen que es por mí por quien esperan ahí.
Lizzie… tan única, tan especial… Me miró sin hablar y aún así me dijo todo. Tuve de pronto la certeza absoluta de que ella era por lo que tantos años había buscado en vano, con su lengua larga y bífida entre sus gruesos labios, con sus uñas largas y curvas, filosas a muerte…
La tomé sin dudar en mis brazos anhelantes y me sentí muy feliz de compartir mi hogar y mi cama con Lizzie: el dragón de Komodo de peluche.
Suspiré, solté el teléfono y cerré los ojos.

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