Bellinary, una telenovela turca

Era la habitación número 31 de un modesto hotel cercano al aeropuerto de Estambul. Había apenas dos pasos de distancia entre la puerta y una cama individual. El poco espacio restante lo ocupaba una cómoda de cuatro cajones con una vieja televisión encima.  Las paredes estaban tapizadas con papel de un tono verde desagradable, sembrado de rasgaduras por todas partes. La tasa del baño no lucía más limpia que la del excusado en alguna olvidada gasolinera. ¡Qué horror! Pablo dio un suspiro lleno de frustración. Al menos la aerolínea habría podido conseguirle un sitio mejor luego de obligarlo a cruzar medio mundo en sustitución de otro piloto que enfermó del estómago repentinamente. Colocó su maleta sobre la cama, resignado. Le consolaba saber que solo debía descansar ahí una noche antes de volver a ponerse frente a los mandos de un avión.

Luego de desempacar sus cosas, telefoneó a casa para preguntarle a su esposa Míriam cómo se encontraba. El bebé pasó toda la tarde pateándola, pero se sentía bien. Las contracciones no comenzaban todavía.

—Regresaré antes del nacimiento, mi amor —dijo al despedirse de ella.

No tenía hambre. Durante el vuelo le sirvieron una hamburguesa de ternera con papas. Se puso la pijama, programó su reloj de pulsera para sonar a las 5 de la mañana y se acostó. El colchón competía en blandura con un pedazo de esponja. Los resortes se clavaban por toda su espalda. Le complació imaginar a su colega vomitando, retorcido por dolorosos cólicos. Era justo que ninguno de los dos pasara una buena noche.

Encendió la televisión para arrullarse. El aparato produjo el chirrido de un arañazo sobre una pizarra. Parpadeó un par de veces sin mostrar nada, como resistiéndose a entrar en funcionamiento. La pantalla se llenó de pronto con un rostro horriblemente distorsionado, semejante a un cadáver bajo el agua. La imagen se corrigió por si sola unos instantes después, aunque los colores permanecieron saturados. Pablo dio un repaso a los canales presionando los botones del control remoto desganadamente: un noticiero, una comedia en blanco y negro, la repetición de un partido de sóftbol, infomerciales; todo en idioma local y sin subtítulos.

Pablo se detuvo en una escena que capturó su atención. Se trataba de una muchacha pecosa de largas trenzas cantando mientras ordeñaba una cabra a mitad del prado. Eski ve yırtık ve solgun ve durgun ♪ ama duvarımda bak atamam sevdalı resimleri ♪ ah , zamansız eridik tükendik ♪ neden, böyle apansız kimlere yanildik ve eskidik La idílica escena pertenecía a una telenovela llamada “Bellinay”, mismo nombre de aquella bella e inocente muchacha que la protagonizaba. La historia parecía hallarse en los episodios iniciales. Pablo se dejó arrastrar por ella, intentando descifrar sus acontecimientos. Según lo poco que entendía de turco, Bellinay era una campesina que vivía feliz junto a sus padres ¿o sus abuelos? Estaba enamorada de Mustafá, un joven del mismo pueblo que le correspondía con la misma pasión; pero se separaban debido a que él partía a luchar en una guerra inespecífica. Por la culpa de Azra, una secreta enemiga que escondía una carta del ejército, Bellinay esperaba el regreso de Mustafá sin enterarse de su fallecimiento en el campo de batalla. Obviamente aquella trama no presentaba nada novedosa; sin embargo, poseía un encanto inexplicable para Pablo. Quizá fuera por la simpatía de los personajes o lo pintoresco de los escenarios.         

La alarma del reloj asustó a Pablo al sonar de repente. ¡Ya eran las 5 de la mañana! Había pasado la noche entera mirando la telenovela. No entendió cómo pudo ocurrir sin que se diera cuenta. El hambre y el cansancio lo asaltaron súbitamente y con gran fuerza. No se hallaba en condiciones para pilotear. Todavía desconcertado, apagó la televisión y se comunicó a las oficinas de la aerolínea para avisar que no había dormido las horas reglamentarias. Su pretexto fueron las malas condiciones del hotel. Luego telefoneó de nuevo a casa. Míriam no contestó. Le dejó un mensaje en el buzón de voz de su celular.  

—Hubo un pequeño contratiempo, mi amor. No te preocupes, regresaré pronto

No quería mentirle; pero, por lo estúpido que resultaba, sentía vergüenza de explicar el verdadero motivo.

El estómago de Pablo gruñía de apetito. Llamó al servició a la habitación y pidió un işkembe çorbası, el platillo del menú que le sonaba menos extraño.  Al recibirlo, vio que era una especie de sopa de tripas y menudencias. Deseó con toda el alma tener una hamburguesa de ternera con papas. Apartó el tazón de comida y hundió la cabeza en la almohada. Un agudo dolor le taladraba las sienes de lado a lado. Necesitaba dormir; sin embargo, en su mente no dejaba de rondar la curiosidad por averiguar lo sucedido con Bellinay, ¿Sabría ya de la muerte de Mustafá? ¿Descubrió el resentimiento de Azra? Inevitablemente lo venció la tentación de encender la televisión. Su plan era mirar solo un capítulo y en seguida se entregaría al sueño.

Ahora Bellinay se encontraba en una gran ciudad, recuperándose de la pérdida de Mustafá. Ahí conseguía trabajo como sirvienta en la mansión de Yusuf y Ömer, dos hermanos que no tardaron en enamorarse de ella. Poco después, reapareció Azra convertida en una dama adinerada gracias a una reciente herencia. A partir de ese punto las situaciones se disparaban vertiginosamente: triángulos amorosos, intrigas, traiciones, alianzas, descubrimientos, viajes, regresos, desamores, muertes, parentescos sorpresivos y números musicales. Son bakışın duruyor gözümde ♪ bir alev gibi deli mavi ♪ son gülüşün duruyor yüzümde ♪ çok sevenlerin deli hali ♪ El canal no emitía ningún programa distinto. A un episodio de “Bellinay” lo seguía otro episodio de “Bellinay” y luego otro más de “Bellinay” invariablemente. Pronto no hubo pausas para anuncios ni créditos finales, solo la telenovela ininterrumpida e interminable corriendo como el caudal de un río embravecido.

El bip-bip arrancó a Pablo de un profundo trance. Su reloj marcaba las 5 de la mañana. ¡Había sucedido nuevamente! ¡Y esta vez fue un día entero de alienación! ¡48 horas sin dormir!¿Pero qué diablos le pasaba? ¿Por qué “Bellinay” tenía el poder de embelesarlo con tanta intensidad? Apagó la televisión jurando no volver a encenderla. El ardor en sus ojos era insoportable. La cabeza le daba vueltas y sufría de insoportables palpitaciones. Brazos y piernas colgaban flácidos, igual que los miembros de un muñeco de trapo. Recibió un regaño por parte de la aerolínea. Ninguna excusa valía. Amenazaron con despedirle si no cumplía con las horas de sueño exigidas para poder volar. Se rehusó a hablar con Miriam. Lo agobiaba un intenso remordimiento, como si acabara de ser infiel. Devoró el frio işkembe çorbası sin dejar ni una cuchara en el tazón. Se tumbó en la cama con el rostro contra la almohada. El sopor lo allanó rápidamente.            

La telenovela continuó dentro de los sueños de Pablo. Las aventuras de Bellinay se multiplicaron con la confusa e inconexa lógica onírica. Ella pasó a encarnarse como monja, enfermera, bailarina, jinete de carreras, prostituta, escritora, guerrillera, detective, científica, bandida, cantante y muchas más. Ya no la restringía un lugar o una época. Se manifestaba por igual en la antigüedad clásica, en la decadencia decimonónica, en el viejo oeste, en la guerra fría o aun en recreaciones futuristas. Los demás personajes también pasaron por múltiples iteraciones. Ahí estaban Yusuf, Ömer y Azra transformados en hampones, vaqueros, hippies, poetas malditos, misioneros cristianos o lo que hiciera falta. Incluso Mustafá revivió como médico, bombero, motociclista  y androide. A esas alturas la historia no guardaba la menor coherencia. Negligentemente se acumulaban subtramas, giros argumentales y continuidades retroactivas, sin más propósito que la exhaustiva prolongación de la telenovela.

Cuando la alarma sonó sin despertarlo, Pablo supo que nunca estuvo dormido. En algún momento de somnolencia encendió la televisión inadvertidamente. Miró la fecha en el reloj: dos días más transcurridos. Sería inútil hablar con la aerolínea. Llamó apurado a Míriam. Intentó explicarle lo sucedido, pero solo pudo soltar una perorata incomprensible sobre las desdichas de Bellinay, la muerte de Mustafá y las maquinaciones de Azra.   

—Voy en camino al hospital —fue lo único que dijo ella.

Pablo cortó la llamada. Míriam se encontraba a punto de dar a luz y él no estaría a su lado porque permanecía metido en un cuartucho de Estambul. ¿Acaso no quería conocer a su hijo? ¿había perdido la cordura? ¿cuántos episodios de aquella cosa llevaba vistos? ¿100? ¿200? ¿cuántos más tendría? ¿500? ¿1000?

En la televisión, Bellinay surcaba el cielo pilotando un aeroplano. Pablo lo tomó como una burla hacia él. Cogió el control remoto entre sus manos temblorosas y apretó el botón de apagado. No funcionaba. Cambió a otros canales. Todos transmitían la misma telenovela. Lanzó el control contra la pantalla. El cristal estrellado continuó mostrando el programa. Arrancó la clavija del tomacorriente y nada pasó.

Pablo entró al baño tambaleándose como un sonámbulo. Echó agua fría en su rostro demacrado y se dio un vistazo en el espejo. Tenía el pelo enmarañado. Una barba incipiente poblaba las mejillas. Sus ojos enrojecidos se perdían en un par de ojeras hondas como cráteres. Se sentó sobre la tapa del escusado. Las luces oscilaban. Notó un bucle entretejido que colgaba ante él, asomando por una rasgadura del tapiz. Al momento de darle un tirón se dio cuenta de que era una trenza de cabello. El rostro pecoso de Bellinay emergió de la pared y comenzó a cantar entre los gritos horrorizados de Pablo. Söz, sana yemin sana söz ♪ kör olayım yalansa ♪ değmedi değmez gözüme başka renkte iki göz   

El escándalo atrajo a los empleados del hotel. Tocaron recio a la puerta. Pablo deslizó el pestillo. Se acurrucó sobre la cama envuelto en mantas y aumentó  el volumen de la televisión al máximo. El fondo musical de “Bellinay” se entrecortaba con alaridos y lamentos. Su ambientación mudaba en un páramo de aspecto dantesco, patrullado por sombras serpenteantes. Las escenas aludían a eventos de la vida de Pablo. Su compañero enfermo apareció brevemente vomitando sapos y gusanos. ¡La culpa de todo era suya! A continuación hubo enigmáticas referencias a la infancia de Pablo, a su paso por la academia de pilotos, al primer encuentro con Míriam y al nacimiento de su hijo. En algunos momentos, los personajes volteaban a mirar fijamente a la cámara y le hablaban con susurros a Pablo. ¿Qué era lo que querían decirle? ¡Necesitaba descifrarlo!  

La puerta de la habitación fue derribada con un fuerte golpe, permitiéndole entrar a una pareja de fornidos enfermeros. Ellos arrastraron a Pablo fuera del hotel. Él no paró de gritar y patalear durante el recorrido en ambulancia hasta un sanatorio mental. Lo encerraron en una sala abarrotada de africanos, americanos y asiáticos. Todos se hallaban arrodillados religiosamente alrededor de una enorme televisión que emitía “Bellinay”.

Los enfermeros se detuvieron a conversar unos segundos. Pablo comprendió sus palabras sin esfuerzo.

—¿Por qué los extranjeros pierden la razón con esa telenovela?

—El diablo lo sabrá.

1 comentario

  1. Qué desesperación. Gran habilidad para que la historia fluya y pase de lo lánguido y cansado hasta lo absurdo y angustiante. Tu historia se siente, ¡qué horror!, por qué será? Malditas series. Enajenación moderna sin salida.

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